Tribuna Abierta

Los temas de seguridad no son de derechas

Deia, * Abogado y sociólogo, Por José Luis Gómez Llanos, 09-09-2010

EL articulo de opinión titulado El payo Sarkozy y la unidad del pueblo gitano que nuestros lectores pudieron leer el día 27 de agosto de 2010 en esta mismas paginas, escrito por el profesor de la Escuela Universitaria de Trabajo Social de la UPV, Cesar Manzanos, nos interrogaba desde la primera linea del modo siguiente: “¿Qué hubiera ocurrido en la Alemania Nazi si sólo se hubiera enviado a los gitanos a los hornos crematorios? La respuesta es evidente. La tenemos ahora en Francia”. Contrariamente a lo que estas primeras líneas de ese artículo pueden dar a pensar, lo que su autor persigue es criticar la política de expulsión del Gobierno francés hacia los gitanos originarios de Europa central, principalmente de Rumania y Hungría, en situación irregular en su territorio. Llevo varios días reflexionando sobre las medidas que está adoptando el gobierno de François Fillon y sigo sin poder visualizar, tal y como nos sugiere César Manzanos, qué hubiera sucedido si los propósitos exterminatorios de los nazis hubieran ido dirigidos exclusivamente contra los gitanos, ya que según este profesor, lo que esta ocurriendo en Francia estos días nos debería permitir encontrar la respuesta.

Imaginarse Auschwitz, Dachau, Mauthausen, Buchenwald, Treblinka sin víctimas judías es, a la vista de lo que realmente ocurrió en sus campos de la muerte, una hipótesis obscena que sólo un antisemita ciego puede utilizar dialécticamente en defensa de sus posiciones. Lo que aparentemente se nos presenta como un juego mental más propio de una macabra ciencia ficción que de otra cosa, refleja de una nueva forma de racismo, una singular atrofia intelectual. Sigamos pese a todo.

Sin judíos exterminados en sus hornos crematorios, la II Guerra Mundial hubiera terminado con un Hitler igual de impresentable que el que la historia ha juzgado, salvo que hubiera dado más trabajo a los historiadores a la hora de desentrañar lo que movía a los fanáticos dignatarios del Tercer Reich. Una II Guerra Mundial sin guetos, sin millones de seres conducidos a las cámaras de gas. ¡Qué lastima! El caso es que el holocausto judío sí tuvo lugar y el régimen verdugo que lo impulsó se propuso barrer de la faz de la tierra a todo un pueblo, a sus niños, a sus ancianos, intentando borrar hasta su mismo recuerdo de su paso por el Mundo. En el paquete, metieron a homosexuales y a gitanos con un propósito muy distinto, aunque su martirio no fue menos inaceptable, como distinta es su significación simbólica e histórica. Sabíamos que el antisemitismo se disfrazaba de antirracismo a veces para ser mas digesto, pero manifestaciones tan torpes no son tan habituales. El mal absoluto nazi rehabilitado hoy por progresistas, altermundistas, antiimperialistas y demás epígonos totalitarios.

Llegados a este punto, vuelvo a Sarkozy el payo, cualificativo que no entiendo, y me pregunto si nuestro profesor no está insinuando que el presidente de Francia, del que nadie ignora que es descendiente de judíos húngaros inmigrantes en Francia, estaría tratando a los gitanos expulsados estos días como se trató a sus compatriotas judíos durante los años de persecución nazi. A no ser que nos esté diciendo que lo que vemos estos días en Francia con los gitanos, nadie osaría hacerlo con los judíos porque estos regentan un lobby potentísimo que disuadiría al mas potente de los gobiernos a la hora de intentarlo. La prueba la tendríamos en el mismo Próximo Oriente donde nadie expulsa al judío invasor y depredador. La verdadera identidad árabe sería la del rechazo de Israel sin cuartel .

Volvamos a los ciudadanos europeos de etnia romaní que tanto están dando que hablar este verano. La actuaciones del gobierno francés pueden ser discutibles en algunos aspectos y los tribunales tendrán que establecer si estamos ante un abuso de poder, pero hay que recordar que existe una legislación europea que obliga a todos los Estados en materia de inmigración clandestina y que cualquiera de los 25 países actuales miembros de la Unión en circunstancias parecidas hubieran actuado de idéntica manera. Desde un punto de vista humanitario, claro que choca, claro que duele y nos interroga sobre estas sociedades que crean tanta pobreza y exclusión. Establecer un diagnóstico certero y proponer soluciones que afecten a un marco más amplio que al de un solo país es más difícil y algunos se contentan de análisis paranoicos, anticapitalistas, o antirracistas, recetas todas ideologizadas al extremo que nos conducirían a situaciones peores. Olvidando que, en el caso que nos ocupa, quien más cruel fue con esas etnias gitanas fueron los regímenes comunistas, donde el racismo estaba en el corazón de su ideario ideológico. De la ideología, sobre lo que Hannah Arendt decía que era un principio único de interpretación del mundo, hay que sospechar por que siempre tropezaremos con algún goulag por sus senderos.

Tampoco hay que olvidar que el colectivo de gitanos de esos países son muy resistentes a la hora de integrarse en nuestras sociedades, en establecer un domicilio fijo, en escolarizar a su prole. Ante estos datos ¿qué deben hacer los gobiernos? ¿ Apoyar lógicas comunitaristas que consoliden esos parámetros, creando guetos en medio de nuestras ciudades o en sus periferias? En la mayoría de los países occidentales existe un contrato tácito entre los gobernantes y la sociedad, al que se ha tardado tiempo en llegar, que consiste en apostar por los derechos, todos los derechos, de los inmigrantes pero a condición de que a la vez, y con la misma determinación, se luche contra la inmigración ilegal. El bienestar de unos depende de la claridad de miras con la que se aborde este otro frente que es sobre el que más focalizan los medios de comunicación. Sobre los logros de la integración exitosa de miles y miles de familias que han apostado por nuestros valores y se han integrado para formar hoy el cuerpo político y social europeo, se habla menos.

Las formas del presidente Sarkozy y el ruido que las acompaña a mí no me gustan, pero de ahí a decir que lo que ocurre estos días es racismo, hay mucha distancia. Por último, recordaría que muy cerca de nuestras casas, de nuestras ciudades y pueblos, se levantan voces de intolerancia cada vez que alguna institución quiere ubicar alguna infraestructura de acogida, para la rehabilitación de ex presos, protección de menores sin familia, de enfermos de sida, de gentes desprovistas de todo. Ante esas iniciativas, nadie quiere ver esa incómoda realidad en la puerta de sus casas. Cuántos alcaldes no se quejarían si de repente sus calles o sus plazas se viesen invadidas por estas familias de nómadas. Lugares no previstos para su acogida, donde la higiene no estaría garantizada, donde la sensación de inseguridad aumentaría. El racismo y la intolerancia no está siempre donde uno los espera.

Hoy, Francia está aplicando unas normas de expulsión, por razones de seguridad de rango comunitario, que ofrecen plenas garantías por lo menos sobre el papel. Sin embargo, a una cierta izquierda le gusta volver a las barricas en defensa de causas a las que cuelgan la etiqueta de antirracistas. Pero las alternativas laxistas y ambiguas que ellos propugnan han preparado paulatinamente el ascenso de la extrema derecha, y no sólo la instalación en el mapa político de Le Pen en Francia, del que a menudo se habla. Casi todos los países europeos sufren de un inquietante auge de estos políticos demagogos y racistas a los que los antirracistas han preparado y abonado el terreno. El racismo es un horror, pero el antirracismo es a menudo una estupidez.

Y que no, que los temas de seguridad no son de derechas, mi querido profesor.

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