COMIENZO DEL AYUNO ISLÁMICO

Escenas del Ramadán

El Raval vive una sutil transfiguración de usos y costumbres durante el primer día del mes sagrado musulmán. En el barrio barcelonés se habla de gastronomía y oración.

El Periodico, 12-08-2010

Escenas del Ramadán. Primer día. Uno: en la Pastisseria Ayub, mientras el ajetreo y las bromas y la continua venta de dulces por aquí, de pastas por allá, el encargado, un señor orondo y de barba, vestido con una túnica gris y propietario de un aire respetable, dice de entrada que fotos, sí, pero que de hablar, nada. Lo dice con aire fatigado, mientras convierte cartones en cajas y dispone en el interior los dulces y pesadamente cuenta el dinero y entrega el cambio. Lo dice, para ser exactos, así: «Si quieres hacer fotos, haz fotos, pero yo no puedo hablar. Estoy cansado. Llevo todo el día aquí y no he bebido ni comido nada. Estoy cansado. Es Ramadán. Hablar me fatiga, y yo no pienso hablar».

Escenas del Ramadán. Primer día. Dos: en el restaurante Mediterráneo los empleados se dan prisa por limpiar el lugar. Las sillas las encaraman sobre las mesas, las escobas las transportan y las hacen servir en agujeros remotos. El lugar tiene que estar listo, reluciente para la cena, para ese momento culmen que es la caída del sol y la caída también de las estanterías, es decir: el fin del ayuno. «Después de las nueve esto está a tope», dice Karim, el encargado, marroquí de Nador. Los próximos 30 días el Mediterráneo abrirá solo por las noches, y a sus famélicos comensales los obsequiará –es un decir– con un menú típico de Ramadán; típico marroquí de Ramadán. Un menú que desde la una de la tarde están urdiendo en la cocina dos mujeres para las cuales, por supuesto, también el tiempo es de ayuno.

Calores de cocina

Escenas del Ramadán. Primer día. Tres: las mujeres se llaman Rachida Janfur –una mujer mayor, la jefa de la cocina, a juzgar por sus movimientos rápidos, seguros, sin mácula– y Naima Buybaven, que no es menos rápida ni menos segura pero carece de la aureola de mando. ¡La cocina! Las mujeres, de Ramadán, tocan comida todo el día, huelen comida todo el día, cortan, trocean, espolvorean, hornean, pero no pueden probar; las mujeres, de Ramadán, están desde la una de la tarde haciendo eso –troceando, cortando, espolvoreando…–, sudando en medio de los vapores que expiden las cazuelas y los calores que escupen los hornos… pero no pueden beber. Es Ramadán. «Estamos acostumbradas», dice Rachida, que no es la primera ni la segunda vez que cocina para 200 personas en pleno ayuno. Lleva nueve años haciéndolo.

El primer bocado

Escenas del Ramadán. Primer día. Cuatro: el Raval. Esto es el Raval. El barrio donde conviven más de dos tercios de todos los paquistanís de la provincia de Barcelona, lo que quiere decir, según algunos estudios, dos tercios de la quinta comunidad paquistaní de la Europa continental. Y hogar además de marroquís, argelinos, bangladesís y tunecinos, la mayor parte de ellos musulmanes y la mayor parte desde ayer en Ramadán. El mes sagrado. El mes de la oración. Ayuno desde las cinco de la mañana hasta la caída del sol. La escena es esta: el imán de la mezquita de Tariq bin Ziyad saliendo a la puerta y respondiendo unas preguntas. Y diciendo: «Para los fieles es el mes en que están más cerca de Alá. Los que vienen poco a rezar suelen venir más estos días. Puedes rezar en casa, pero en la mezquita tienes otro ambiente, que también forma parte del Ramadán». El imán –Lahcen Saaou– se disculpa porque son casi las seis: la hora de la oración.

Escenas del Ramadán. Primer día. Cinco: carnicería Imran & Bilal, en la Rambla del Raval. Irfan, que prefiere no dar su apellido porque «para qué», dice que esto –y señala con el dedo– es típico de Ramadán: una pila de cajas de dátiles. Unas de 2, otras de 3, otras de 5 kilos. «Normalmente no tenemos ni tantas ni tanta variedad». El dátil es casi en todas las mesas –esas mesas del Raval que estas noches serán un festival– una especie de quintaescencia, el primer bocado que te llevas a la boca después de horas de abstinencia. Y esa es la última escena, pero solo se puede imaginar: decenas, cientos de mesas ravaleras, las nueve de la noche, los comensales bendicen a Alá y acaban el ayuno. Pero solo por un rato.

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