Caza de hispanos para la prensa

La Verdad, MERCEDES GALLEGO ENVIADA ESPECIAL, 31-07-2010

El sheriff Arpaio s. :: AP

«Si algo se puede predecir de los bravucones que se dedican a intimidar y abusar es que son previsibles. Con toda la atención nacional centrada en Arizona, estaba claro que la tentación de acaparar los focos sería irresistible para alguien como el sheriff Arpaio», resume lacónica Petra Falcón, directora de la organización Promesa Arizona (PAZ).

Joe Arpaio, «el sheriff más duro del país», como se autoproclama en su página web, presume de haber sido reseñado en más de 2.000 periódicos de todo el mundo. El jueves añadió medio centenar más a su abultado historial de prensa con una de sus famosas redadas preparada específicamente para los periodistas. «El que quiera seguirme, que me siga», anunció en conferencia de prensa a las puertas de la cárcel.

Los manifestantes que protestaban por la entrada en vigor de la ley antiinmigración SB1070 retrasaron su exhibición mediática congregándose con pancartas frente a las puertas de sus oficinas y de la cárcel, pero Arpaio no iba a permitir que le arruinasen sus quince minutos de gloria. A las 4 de la tarde, con medio centenar de manifestantes y dos periodistas locales detenidos, el sheriff estaba listo para lucirse.

Unos 200 agentes formaban parte del barbárico circo romano que tiene aterrados a los habitantes hispanos de Phoenix. Cada periodista fue asignado a una de las patrullas que arrancaron desde la cárcel de la Cuarta Avenida como ‘Los Locos de Cannonball’. Para poder seguirles desde sus vehículos privados, los reporteros, como los policías, cometieron al menos quince infracciones de tráfico, entre límites, de velocidad, stops, pasos de cebra, etc., pero no importa. La cacería era para hispanos.

Todos los periodistas implicados con los que pudo hablar esta enviada especial constataron con horror que los agentes de policía sólo detenían aquellos coches con ocupantes de aspecto latino, y a menudo era difícil decir qué tipo de falta habían cometido.

Un mexicano que recibió una multa por haberse saltado el ceda al paso para incorporarse a la autovía – algo difícil de comprobar – , temblaba de miedo con su niño al lado mientras mostraba su pasaporte, relataba la enviada de ‘La Voz de Galicia’. Otros, le plantaron cara a los agentes y se negaron a enseñarles su identificación: «Soy ciudadana estadounidense, conozco mis derechos», les retó Rommy Sain desde su miniván ante los periodistas de Arizona Republic. La mujer dijo después saber que el único motivo por el que la habían detenido era «porque no soy blanca», y dado el clima de rebelión que han provocado las leyes antiinmigración y los abusos de Arpaio, Sain estaba dispuesta a pasar por la cárcel para defender su dignidad. Si la jueza Susan Bolton no hubiera bloqueado el capítulo de la ley que obliga a la Policía a investigar a los sospechosos de ser inmigrantes ilegales, Rommy no hubiera tenido escapatoria.

La Pupusa Loca

No ser blanco en Arizona significa ser hispano, que para el sheriff Arpaio significa ser mexicano. «Para él todos somos mexicanos, y eso que yo soy de El Salvador», decía Ana Vela, propietaria del restaurante La Pupusa Loca, donde estos días el matrimonio se aburre sentado en el comedor sin nadie a quien atender. Ha tenido que despedir a ocho empleados y quedarse con las cocineras más antiguas y un camarero de fin de semana. Han cerrado la panadería de al lado y han dejado que les embarguen cuatro pisos en los que han perdido a los inquilinos con cuyos alquileres pagaban la hipoteca. El centro comercial en el que se ubican está desierto. En frente se esconden agazapados tres policías de paisano en busca de hispanos a los que echar la zarpa.Arpaio es la pesadilla de los hispanos. Un pequeño Frankenstein creado por el Gobierno de George W. Bush con un programa diseñado para facilitar a los agentes averiguar el estatus migratorio de los criminales a los que detengan. Arpaio utilizó el programa con el que entrenó a cien de sus agentes en cuestiones migratorias como un cheque en blanco para cazar ilegales con los que poblar su famosa cárcel campamento que sigue llena, a pesar de que la Administración Obama no le ha renovado la confianza.

Con acuerdo o sin él, con ley o sin ella, Arpaio ha jurado seguir fiel a su reputación. Su pequeño Guantánamo tiene colgado el cartel luminoso de hostal de carretera que dice «Hay vacantes», para que nadie se haga ilusiones de que puede bajar la guardia. De hecho, la semana pasada, al cumplirse 17 años de ese campo de concentración, inauguró una ampliación de las instalaciones que ha bautizado con el nombre de la ley que ha desatado la guerra antiinmigración: SB1070.

En su interior, bajo toldos y casi a la intemperie, a 60 grados de día y bajo cero en las peores noches de invierno en el desierto, los reos sufren cuantas humillaciones pueda ejercer el sheriff sin violar la ley. Les obliga a vestir calzoncillos rosas, que les permite usar por toda indumentaria para sobrevivir a las temperaturas infernales de Arizona. Cuando quieren más ropa disponen de un uniforme de rayas al más tópico estilo de los penales de caricatura, que es en lo que ha convertido Arpaio el suyo. «Todavía no se nos ha muerto nadie por las inclemencias del clima», se ufana. «Si nuestros hombres y mujeres en uniforme pueden sobrevivir a esas temperaturas en Irak y Afganistán cargando con equipo militar, ¿por qué ha de preocuparnos que unos criminales pasen calor?».

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