«Sé que tarde o temprano me matará»

El Correo, M. J. TOMÉ, 30-07-2010

La historia de amor de Elena comenzó como tantas otras, entre música de violines: conoció a un hombre «maravilloso», que la «cuidaba a todas horas», decidió convivir con él y hasta hizo planes de boda. Pero un mal día, la pasión se tornó en posesión y el cuidado en obligación. Su carácter «extremadamente violento» y las diferencias culturales y religiosas – es marroquí – hicieron el resto: la melodía se cortó en seco y el idilio se transformó en una enfermiza relación plagada de «agresiones y vejaciones» de la que Elena se propuso escapar. Animada por los mensajes lanzados desde las instituciones, que insisten en la necesidad de que la víctima ataje los abusos por la vía policial y judicial, esta vecina de Bilbao acudió a la Ertzaintza para denunciar a su maltratador, «convencida» de que ésa era la solución. Y ahí comenzó el «otro calvario» de las víctimas: un largo peregrinaje de una a otra ventanilla, actitudes «culpabilizadoras» hacia la mujer, «incumplimientos» de los protocolos, consejos «absurdos e inaplicables» y ninguna medida «eficaz» de protección. «¿Alguien se ha preguntado por qué hay tantas víctimas que no denuncian o por qué tiran la toalla? ¿De verdad piensan que son estúpidas y por eso vuelven con su agresor?», se pregunta Elena.

Antes de comenzar su relato, esta bilbaína precisa que se siente «una privilegiada»: su relación con M. ha durado «sólo unos meses, no dependo económicamente de él, vivo en una casa de mi propiedad y no tenemos hijos en común». Pero no oculta que está «aterrorizada» y que vive convencida de que su ex cumplirá sus «amenazas de muerte». «Yo sé que tarde o temprano voy a caer. No ahora; es maltratador, pero no tonto. Y si alguna virtud tienen los árabes es la paciencia», apunta. En su relación tuvo que soportar no sólo las agresiones físicas, sino las vejaciones derivadas de su integrismo religioso: M., unos veinte años más joven que ella, le prohibía salir sola – «una vez, llegó con unas esposas con la intención de atarme cuando él se fuese de casa» – o hablar con otros hombres, le llamaba «puta» por su forma de vestir. Pero sus exigencias rayaban en el absurdo cuando, por una estricta interpretación de las leyes coránicas, le impedía usar el mando a distancia de la televisión o comer plátanos porque «tienen forma fálica». «Me decía que me iba a matar porque no había forma más hermosa de morir para una mujer que a manos de su amado».

«Las agresiones – recuerda Elena – se hicieron más frecuentes tras fijar la fecha de la boda. ‘Ésta ya ha caído’, debió pensar. Se sintió más seguro». Un día, a comienzos de mes, M. interpretó como «una falta de respeto» que pidiese en un restaurante una pizza con jamón, alimento prohibido por su religión, y le lanzó una lata de refresco a la cabeza. En otra ocasión le dio un puñetazo «que me dejó noqueada dos días» y, en otra, la arrastró por la calle. Elena decidió que ya no iba a aguantar más. Así que, el domingo día 11 acudió a la comisaría de la Ertzaintza en Zabalburu.

‘Vestida’ de víctima

«Eran las siete y media de la tarde y salí de allí a las cuatro y media de la madrugada. Para empezar, no me atendió una mujer, como establece el protocolo, y tardaron varias horas en avisar al abogado y a los servicios de asistencia». Pero lo peor fue la actitud de los agentes. «Me desanimaron para presentar la denuncia. ‘Estas cosas no conducen a nada o incluso empeoran la situación’, me dijeron. Llegué a irme. ‘Miradme bien, porque igual mañana estoy muerta’, les dije. Se debieron arrepentir porque me llamaron al móvil y volví’». En esas condiciones, su declaración «fue más bien un interrogatorio, estás tan mal que ya no sabes ni lo que dices». Elena ha presentado una denuncia contra la propia Ertzaintza, porque «también me sentí maltratada por ellos».

Después vendría el juicio rápido, al que su abogada le aconsejó «ir vestida de víctima»: sin maquillaje, pelo recogido, nada de escote, falda larga y zapato plano. «Una discriminación absoluta». Allí se sintió «humillada» por una funcionaria «harta», según le dijo, «de juicios que cuestan mucho dinero a la sociedad para que al final las mujeres volváis con los maltratadores». El juez, finalmente, impuso a M. una orden de alejamiento de 500 metros y la imposibilidad de comunicarse con ella durante 16 meses. «Pero, en el colmo de los absurdos, está empadronado en mi casa y es imposible darle de baja».

A partir de este día, Elena se dedicó a visitar uno por unos los recursos de asistencia a las víctimas que pusieron a su disposición. «Los trámites son tremendos, te vuelven loca», asegura. «El Ayuntamiento te ofrece un piso de acogida para que te escondas un tiempo, cuando al que habría que esconder es al maltratador». Segunda parada: servicio de atención a las víctimas de la Ertzaintza, donde «la ayuda que me ofrecieron es llamarme cada mes y medio a ver si sigo viva». «En la Policía Municipal me prometieron un teléfono de contacto permanente con ellos que todavía estoy esperando. Me han dicho que me lo darán el día 2». También ha acudido «dos veces» al Ararteko, que «no puede hacer nada». «Pienso volver una tercera, respaldada por un colectivo. Hay que cambiar las leyes», insiste.

El pasado lunes, Elena sintió un escalofrío cuando conoció la noticia de la muerte de Amelia Amaya Jiménez, a la que su compañero sentimental presuntamente apaleó hasta acabar con su vida. La mujer le había denunciado, pero volvió a convivir con él pese a la orden de alejamiento que le impuso un juez. «No me extraña que muchas mujeres vuelvan con sus maltratadores, el sistema de ayudas no funciona».

«Matar sale baratísimo»

El mismo día de la muerte de Amelia, la presidenta del Observatorio de Violencia de Género del Consejo General del Poder Judicial, Inmaculada Montalbán, mostraba su preocupación porque cada vez hay más víctimas que, tras presentar la denuncia, desisten de seguir con el proceso judicial. «Pero no se preguntan por qué ocurre eso. ¡No somos tontas! Yo rogaría algo muy simple: que se dejen de buenas palabras, que todos los recursos se centralicen para que sean eficaces de verdad y que no se mortifique gratuitamente a las víctimas por haber tenido una relación equivocada».

- ¿Se siente sola?

- Mucho, como todas las víctimas, no soy la excepción. Y lo terrible es que cada vez va a haber más muertas, porque la protección no funciona y matar sale baratísimo.

Texto en la fuente original
(Puede haber caducado)