Racismo, intolerancia y fútbol

El Universo, Iván Sandoval Carrión, 13-07-2010

La concesión de la sede del Mundial a Sudáfrica resultó un buen ejemplo de habilidosa conciliación entre los intereses deportivos, empresariales, económicos y políticos de la FIFA. Además, el evento permitió que el gigante africano le mostrara al mundo su esfuerzo por construir una verdadera nación, superando muchos años de racismo e intolerancia. Sudáfrica es un país en transición, en el que los importantes logros todavía no superan a las duras tareas pendientes. Los problemas subsisten y se expresan en los elevados índices de criminalidad y pobreza. Las cámaras aéreas evitaron mostrar un panorama más extenso de los barrios miseria que rodean a algunos de los nuevos estadios. En todo caso, si la sociedad sudafricana está empeñada en superar el racismo y la intolerancia, el resto del planeta parece estancado en ese esfuerzo.

Así por ejemplo, en vísperas del partido de cuartos de final entre Paraguay y España, un popular programa de algún canal de la televisión española presentó a un supuesto humorista que realizó una parodia de “una niña paraguaya” pidiendo clemencia. El viscoso sujeto –escondido tras una máscara de Groucho Marx– le mostró al mundo su enorme ignorancia y su falta de cultura, al igual que su racismo y prepotencia. El abominable video circula en YouTube y ha sido comentado favorablemente en internet por muchos “aficionados” españoles, eufóricos por el ascenso de su selección a la cumbre de la Copa Mundial. Resulta insólito que cinco siglos después, muchos ciudadanos españoles sigan arrogándose “paternidad” sobre los pueblos americanos, al mismo tiempo que confunden a Uruguay con Paraguay y mencionan a llamas y manatíes como fauna propia de la tierra guaraní.

Pero las mismas taras florecen en nuestro continente y se ventilan entre nuestros pueblos. Resulta bochornoso el intercambio de obscenidades entre fanáticos mexicanos y argentinos a través de los foros de internet, con motivo del partido entre las dos selecciones nacionales. La disputa es un ejemplo de lo que Sigmund Freud llamaba “el narcisismo de las pequeñas diferencias”, esa intolerancia a la peculiaridad del otro que lo revela como distinto al yo. Nuestras incipientes e imaginarias identidades nacionales parecen constituirse en esas minúsculas reyertas que se sirven del fútbol, “pasión de multitudes”, para afirmar alguna suerte de orgullo nacional. ¿En qué otra cosa se fundaría la “unidad latinoamericana” que no sea en sufrir la estupidez de “humoristas” españoles o sostener la clásica protesta contra el “imperialismo yanqui”?

Por otra parte, si entre nosotros el fútbol siempre fue pretexto para el despliegue de esa forma tan ecuatoriana y light del racismo que llamamos “regionalismo”, este Mundial trajo algo adicional. Es la conformación de una cadena gubernamental de medios que compró la exclusiva para la transmisión de los partidos del Mundial, y que ha mostrado una imagen tan dividida del país, más cercana a la Sudáfrica de los años del apartheid que a la del Mundial 2010. Aunque el Gobierno utilizó la cadena para difundir su obra en salud y en otros temas, sobre todo la usó para lanzar una ofensiva contra “ellos… que mienten y quieren robar”. Pregunto: ¿Quiénes son “ellos”? Porque la oficial y televisada respuesta gubernamental (“al que le calce el guante…”) es tan ambigua como irresponsable.

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