Obama calma la indignación hispana

El presidente de EE UU «echa a andar» la reforma migratoria consciente de que en las legislativas de noviembre el voto de los latinos será vital

Diario Vasco, MERCEDES GALLEGO CORRESPONSAL | NUEVA YORK., 02-07-2010

Corren malos tiempos para la poesía de Barack Obama. Hubo una época en que hablar de lo que ha hecho de Estados Unidos «un faro en el mundo» y recurrir a la inspiración de los padres fundadores de la patria para recordar sus raíces como «refugio de los oprimidos» dejaba los corazones temblando. Ayer, cuando aplicó esas palabras al espinoso tema de la inmigración, no hubo magia.
Cabía reconocer al presidente de la esperanza la valentía de enfrentar «un problema que no se puede resolver con vallas y patrullas fronterizas» en un momento en que las encuestas reflejan un apoyo masivo para la ley antiinmigración de Arizona, sin que por ello armase la hazaña de grandes intenciones.
La Casa Blanca no tiene a mano ninguna propuesta de ley que impulsar, sobre todo porque «la realidad política y matemática» le impediría sacarla adelante, admitió. De ahí que el propósito de este discurso no fuera más que calmar la indignación de los hispanos, cuyo voto dio la victoria a los demócratas en las últimas presidenciales, y será clave en las legislativas de noviembre.
«Estoy listo para echar a andar el tema, como la mayoría de los demócratas y creo que la mayoría de los estadounidenses», dijo Obama con ingenuidad o alevosía política. El presidente echó la culpa a los republicanos, once de los cuales votaron en el pasado a favor de la frustrada reforma migratoria de George W. Bush, a quien Obama dedicó algunos cumplidos, pero que ahora han dado marcha atrás «bajo la presión del partidismo político en un año de elecciones», acusó.
«Mis contribuyentes han dicho que primero hagamos todo lo que podamos para proteger la frontera, que es nuestro trabajo, tanto si pasamos una ley como si no», se defendió después el senador de Arizona Jon Kyl, uno de los once a los que aludió Obama. Entre ellos destacan su antiguo rival electoral, el también senador del estado John McCain, que fue el gran artífice de la ley de Bush, y que en vísperas de su reelección ha dado la vuelta a sus posturas para sintonizar con la opinión mayoritaria de sus votantes.
A los que demandan que el Gobierno federal haga su trabajo acabando con el colador de la frontera, Obama les recordó que «hoy tenemos más botas sobre el terreno en la frontera del suroeste que en ningún momento de nuestra historia», insistió repetidamente. «Hemos doblado el personal asignado a las fuerzas de seguridad fronteriza, hemos triplicado el número de analistas de inteligencia y, por primera vez, hemos comenzado a revisar el cien por cien de los trenes de carga que van hacia el sur. Y como resultado, estamos requisando más armas ilegales, más dinero y más drogas que en años pasados. Contrariamente a lo que algunos reportan, el crimen en la frontera ha descendido y las estadísticas de las patrullas fronterizas reflejan una disminución significativa del número de gente que intenta cruzar ilegalmente».
Bush, más ambicioso
En la práctica, Obama sólo presentó grandes esbozos de un plan sin definir que no plantea nada diferente a lo que hiciera su predecesor. Bush, de hecho, fue más lejos al proponer la creación de un programa de trabajo para temporeros que legalizase la mano de obra barata que usan los campos estadounidenses para recoger sus cosechas con permisos temporales.
Obama propone, sin decir cómo, «facilitar que los mejores y más listos vengan a empezar negocios, desarrollar productos y crear trabajos», castigar a los empresarios que contraten trabajadores ilegales, «porque si cae la demanda también decaerán los incentivos para que la gente venga ilegalmente», y derrotar «el falso debate que divide al país» para ser a la vez «un país de leyes y una nación de inmigrantes».
Mientras, el sueño americano se escurre de entre los dedos para la mayoría de los once millones de inmigrantes ilegales de Estados Unidos, explotados con trabajos por debajo del salario mínimo y hostigados por la Policía en las carreteras, a menudo forzados a dormir como animales en las barrancas para evadir la persecución. Para éstos, las poéticas evocaciones que hiciera el presidente de la Estatua de la Libertad son sólo palabras al viento.

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