El burka de Caamaño

La Vanguardia, , 29-06-2010

Daniel Arasa

Es imposible mostrarse abierto al diálogo y a preguntas con quien se escuda tras un velo integral
Se llamaba Ouissal. Era una chica marroquí, de Tánger. Una de los dos únicos alumnos a quienes en su curso de la Universitat Pompeu Fabra puse matrícula de honor. Era puntual, bien preparada, esforzada, que estudiaba y se excedía en los ejercicios exigidos a pesar de alguna dificultad lingüística. Era fácil con ella la tutoría porque deseaba mejorar y preguntaba. Merecía la mejor nota.

Su indumentaria y su aspecto podían confundirse con los de sus compañeras de curso. Vestía como cualquier occidental, pero no me habría importado si hubiese llevado el pañuelo en la cabeza o cualquier otra referencia a que era musulmana. Todo el respeto hacia los principios religiosos, cualesquiera que sean, y al derecho a mostrarlos externamente si lo desean.

A raíz de la polémica de los últimos tiempos sobre el burka y el niqab he concluido que no hubiera podido aceptar en clase a esta misma alumna, por brillante que fuera, de utilizar alguna de estas prendas que cubren el rostro. No sé si son símbolo de sumisión de la mujer y de imposición del hombre como afirman muchos con sólidos argumentos, y me he hecho un lío acerca de cuál es la posición del Corán al respecto tras versiones contradictorias de diversos musulmanes, de sus organizaciones o de estudiosos del islam.

Me da la impresión de que para ser fiel musulmana no hace ninguna falta cubrirse el rostro, pero tampoco quiero dar lecciones de lo que no sé.

Lo que sí sé es que en una clase es imposible una correcta relación profesoralumna si ella lleva esta prenda, como tampoco lo sería si un muchacho llevara un pasamontañas del que sólo emergieran los ojos.

Una interrelación profesor-alumno exige a aquél poder darse cuenta de si se capta lo que se explica o si se está o no atento; es imposible mostrarse abierto al diálogo y a preguntas con quien se escuda tras un velo integral. Por ello sería inaceptable en la vida escolar o universitaria.

Nada que reprochar a las chicas musulmanas si quieren cubrirse el pelo o que su vestido llegue hasta los pies, pero la cara debe estar despejada. A los argumentos de seguridad o de posible opresión de la mujer que se esgrimen, añadiría que el uso del burka en nuestra sociedad es una barrera para toda interrelación personal y para la integración de estas mujeres en la sociedad, para una vida laboral y social normal.

Llama la atención que el ministro de Justicia, Francisco Caamaño, dijera que el asunto del velo integral debe incluirse en la futura ley de Libertad Religiosa. Para muchos, esta ley es un innecesario intento de marear la perdiz cuando a la sociedad le preocupan otros asuntos, pero, al intentar incluir el burka, más bien parece que el ministro se esconde tras él para que no le vean la cara.

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