El 'burka' y el biquini

El Mundo, David López, 27-06-2010

ANTE EL temor de que el burka invada las playas veraniegas, dejándonos sin la dorada visión de pechos, piernas y entrepiernas, se ha generado un debate nacional que amenaza con durar semanas. Primero fue el biquini, esa prenda diabólica que deja indefenso el ombligo. Ahora el burka, ese velo hiperbólico que reduce a una mujer a la condición de canario-flauta.

El debate no sólo era necesario sino también oportuno. El burka está de moda. Yo aún no he visto ninguna pero por lo visto hay cientos, miles de mujeres paseando con burkas, luciendo burkas, encargando burkas a tope para la estación estival. Burkas de media pierna, burkas de cuello alto, burkas estampados, burkas ceñidos: la oferta es infinita. De todos los temas de interés nacional que el Gobierno podía haber elegido para no hablar de la crisis (las pulseras magnéticas, los kiwis transgénicos, la alquimia ocular de Sara Carbonero, la napia maltratada de Belén Esteban) el burka era sin duda el más acuciante. Porque ninguno de los tonantes detractores del paredón ambulante ha caído en la cuenta de que la prohibición callejera es una medida de maquillaje, similar a la orden (que no sigue casi nadie) de recoger los excrementos de perro en la vía pública. Ninguno de estos aprendices de Jeremías ha advertido, al parecer, en que con burka o sin burka, la mujer de un talibán seguirá siendo un cero a la izquierda. Sólo que el hecho de que no se humille a una mujer en público tranquiliza. En casa, que el talibán haga lo que quiera.

Absolutamente incapaz de gestionar las arcas públicas más allá del despilfarro, el disparate y el latrocinio, el Gobierno se pone a legislar sobre tabaco y pulmones, amenazándonos con el fuego de la quimioterapia sin que le importe un carajo enriquecerse con la misma sustancia que sataniza. De sobra competentes como para transformar en unos meses 3 millones de parados en 5 millones de parados, nuestros sabios próceres han preferido volcar sus esfuerzos en la ilegalidad de un artículo de costura islamista radical que disfrace sus propias vergüenzas. Los políticos hablan tanto del burka porque lo necesitan, porque ansían desesperadamente tapar su desnudez y su ridículo. En cierto sentido, el burka y el biquini son estados mentales más que formas de vestir. Un Gobierno lleno de pajines, de bonos, de sebastianes, de aídos que se han forrado mediante el ejercicio de la política, no puede ir por ahí enseñando lorzas y mondongos. Por eso mismo, una oposición trufada de matas, de bigotes y de camps, ha optado por el debate textil, ya que siempre será mejor hablar de burkas que de trajes. En resumen, una casta política de gordos, de pesebreros y parásitos que se mete en burka de once varas porque es el único sitio donde cabe.

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