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Destino Basauri

Vecinos del municipio se ponen frente a la cámara para contar la historia de sus vidas, marcadas por el abandono de su hogar, ante el sueño de labrarse una vida lejos del futuro al que estaban destinados

Deia, Janire Jobajuria, 28-06-2010

Basauri

Hay quien piensa que entre la vida del burgalés Juan María Miguel Escudero, de 67 años, y el marroquí Mohhamed Essaid, de 27, pocas similitudes puede haber; pues se equivocan. Así lo demuestra el documental Destino Basauri que el Área de Inmigración de este municipio ha editado y publicado con la intención de contar la historia de la localidad desde el punto de vista de los vecinos no nacidos en ella.

Seis son los protagonistas de este DVD que ya ha sido presentado en sociedad. Se trata de vecinos llegados a Basauri desde diferentes puntos del mundo a lo largo de los tres booms migratorios que, durante el último siglo, han hecho de este municipio lo que es hoy.

Hilando sus anécdotas y vivencias, el argumento de la película trata de hacer entender al espectador que la historia es tan sólo la continuación de varios ciclos similares. Así, dos de las estrellas del documental, los mencionados Juan Miguel y Mohhamed, dan fe de que son más las cosas que les unen que las que los separan.

El primero de ellos llegó a Basauri en los años sesenta desde Olmedillo de Roa, en Burgos. Animado por su hermano, llegó con la ilusión de ser uno de los elegidos en la convocatoria de trabajo anunciada por Iberduero. Viendo que en su tierra sólo podía trabajar en el campo sirviendo a los latifundistas, grandes herederos de la tierra, Juan María empacó sus pertenencias y emigró sin tener muy claro qué iba a pasar con su futuro.

Lo mismo le ocurrió a Mohhamed. Este marroquí abandonó todo en 2001 para labrarse un porvenir. Primero lo intentó en Francia, donde tenía familia, para después recalar en Tarragona y viajar hasta Basauri escapando de las malas condiciones de trabajo a las que le sometían por el hecho de ser inmigrante.

Y es que uno de los escollos más importantes al que han tenido que enfrentarse tanto los inmigrantes de antes como los de ahora, tiene mucho que ver con la explotación. “Acaban trabajando en aquellos puestos que, o bien por su peligrosidad, su dureza o por los bajos salarios, los naturales de un lugar no quieren aceptar”, explica el documental.

Ese fue el caso de María Inés Suárez, una boliviana que llegó a trabajar todos los días de la semana de sol a sol por escasos 600 euros. Fue en 2006, cuando abandonó su casa en Santa Cruz de la Sierra para posibilitar que sus hijos estudiaran. Espoleada por la necesidad de contar con un sueldo, accedió a cuidar de la casa y las dos niñas de un matrimonio que se pasaba el día fuera de casa. “El trato era muy bueno, pero el sueldo resultaba bajísimo para las condiciones y de las tareas diarias a las que tenía que enfrentarme. Me encargaba de todo. Desde comprar medicinas, ropa, hacer la comida, llevar a las niñas al colegio y sin un día libre”, recuerda María Inés.

Una etapa similar vivió Andrea Campo. Nació en 1947 y emigró a Basauri en la década de los sesenta desde San Cristóbal de Trabancos, provincia de Ávila. Escapó de la vida de un campo en manos de muy pocos para hacer de cocinera en una casa. En su caso, tuvo suerte, pues reconoce que no tenía ni idea de freír un huevo. A día de hoy, sigue con el mismo empleo, aunque con más ventajas. “Cuando llegué era muy duro porque apenas podía salir a la calle. Me compraba unos pantalones y los tenía que tener en la tienda días y días hasta que podía ir a recogerlos con el bajo cogido”, rememora. Esta falta de descanso le hizo casarse con un hombre al que apenas conocía. “No teníamos tiempo. Podía haber sido cualquier cosa, incluso un borracho que sólo se tenía en pié cuatro horas al día. Todo podía ser, pero tuve suerte; con él me tocó la lotería”, asegura.

Para Juan José Márquez tampoco fue nada fácil abandonar su hogar en Valdepeñas, Ciudad Real, para venir a buscar las alubias a Basauri. Entró a trabajar en una empresa de Galdakao en la que cobrara 233 pesetas a la semana por doce horas de esfuerzo. “Y tenía un gasto de 250”, reconoce este vecino. “Para llegar a fin de mes había que hacer horas extras, y cuando no salían… pues nada, a pasarlas canutas”, cuenta.

Complicado destino

Viajes infernales

El camino hasta Bizkaia tampoco fue de color de rosa. Juan José montó en un tren que por su pueblo pasó lleno de emigrantes de Andalucía. Aún así, se subió a él y fue en busca de su destino. Tardó “todas las horas del mundo cargado con aquellas maletas de madera que pesaban ni se sabe cuánto”. El tren del que habla Juan José necesitaba diez horas en completar el trayecto entre Madrid y Basauri y cuatro, en recorrer los kilómetros que separan su pueblo de la capital del Estado. Toda una odisea que a día de hoy, en el siglo XXI, todavía sigue siendo el pan de cada día en muchas vidas.

Sin ir más lejos, en la de otra de las protagonistas del documental. Se llama Linda Chirvasuta y llegó a Basauri desde Rumanía. Lo hizo a bordo de un autobús para nueve personas en el que viajaban quince. “La gente venía ahogada, no podía respirar”, asegura. Además de las malas condiciones, el viaje resultó todo un timo. A pesar de haber pagado el billete hasta Bilbao, la empresa “que sólo quería sacar dinero”, le dejó tirada en Madrid; perdida, angustiada, sin conocer el idioma.

Crear un pueblo

Tres migraciones

Echando la vista atrás, parece que las penurias pasadas han forjado la personalidad de estos vecinos y de lo que hoy es Basauri, una mezcla de culturas que comenzó a forjarse en el siglo XIX con el asentamiento de las primeras fábricas en los márgenes de los ríos Nervión e Ibaizabal. En aquellos años y hasta principios del siglo XX, se produjo lo que hoy se conoce como la primera de las tres grandes migraciones que ha visto el municipio. Antes, Basauri era un municipio netamente agrícola. Con los años, su paisaje fue cambiando y sus vecinos creciendo al amparo de la industria. En 1910, la mitad de los habitantes de la localidad, sino que provenían de municipios de las inmediaciones.

Con el estallido de la Guerra Civil y las penurias de la posguerra, habrá que esperar hasta los años sesenta para volver a ver un fenómeno similar. Más fábricas; más necesidad de mano de obra; más kilómetros recorridos por quienes huían de la vida del campo en busca de un sueldo y hasta del derecho a unas vacaciones. Esta vez, los futuros trabajadores llegaron desde Extremadura, Castilla León, Galicia o La Rioja. Todos querían prosperar bajo el abrigo del brillante desarrollo industrial vizcaino.

Lo hicieron. Los nuevos vecinos empezaron a encontrar empleo, a labrarse un futuro con una pareja con la que tuvieron hijos, los nuevos basauritarras. Los que ahora son testigos del tercer gran movimiento migratorio.

De nuevo, una etapa de esplendor económico, el año 2000. Y con él, el deseo de miles de personas de ganarse la vida. Esta vez, los aspirantes a basauritarras llegan de todavía más lejos. Lo hacen desde Rumanía, Marruecos, Bolivia, Colombia o China y, al igual que sus predecesores, pasan penurias y estrecheces que, en muchos casos, se ven agravadas por el desconocimiento del idioma. “Mi mujer lo tiene más difícil, no sabe castellano, pero ya está dando clases en un centro de enseñanza para adultos”, reconoce Mohhamed, contento de contar con su compañía.

“Me gusta mucho Basauri, es bonito, y no quiero seguir moviéndome”, asegura el marroquí, que se cansó de recoger mandarinas en Tarragona. Ahora, tras varios cursos de albañilería y sacarse el carné de conducir camiones, trabaja en un taller. Quizá no viva en el lujo, pero llegó incluso a comprarse un piso, aunque lo tuvo que vender, como tantos otros locales, por el aumento repentino de la hipoteca.

Linda siente lo mismo. Está a gusto en el pueblo. Regenta una tienda y ha dejado atrás el hecho de que en Rumanía su madre estuvo obligada por el régimen comunista a trabajar en el campo por ser mujer.

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