Historias de la vida

Música de supervivencia

Estefan Marín sobrevive gracias a las propinas que obtiene tocando el acordeón en la Plaza Unamuno

Deia, José Basurto, 14-06-2010

Bilbao

ESTEFAN Marín no veía futuro en Rumanía. Por su cabeza ya rondaba la idea de “huir de la pobreza” de un país que no prospera a pesar de tener pasaporte europeo. Un primo suyo que ya estaba instalado en Bilbao, le habló de las bondades de una ciudad donde había posibilidades de encontrar trabajo. No dudó. Hizo las maletas y pidió la cuenta en el taller de coches de su localidad natal, C – lung Muscel, donde trabajaba como mecánico. Le advirtieron de que era mejor viajar ligero de equipaje, pero Estefan no hizo caso. No estaba dispuesto a dejar su vieja y remendada acordeón en Rumanía. La trajo consigo porque le gusta la música y también “animar los cumpleaños familiares y las reuniones con amigos”. Lo que no pensaba es que iba a tener que utilizarla para sobrevivir. Estefan interpreta vals, tangos, “y lo que haga falta”, todos los días en la boca del metro de la Plaza Unamuno del Casco Viejo. Todo un ejemplo de música de supervivencia.

No quiere líos con nadie. Intenta molestar lo menos posible con su música. Por eso se coloca en una esquina de la boca del metro. “Yo no me meto con nadie”, dice Estefan con una sonrisa sincera y contagiosa. “Lo único que quiero es alegrar el día a la gente con mi música”. En unos casos lo consigue. Como por ejemplo con Fidela, una usuaria asidua del metro que le saluda familiarmente, al tiempo que le deja una moneda. “Soy una pensionista” dice Fidela, “que sólo cobro 460 euros, pero le doy lo que puedo porque veo que este hombre lo necesita más que yo. Hoy le he dejado 50 céntimos, pero cuando cobro a primeros de mes, le doy un euro. Además, lo hago porque me gusta mucho la música”. Con la ayuda de Fidela y de otras muchas personas anónimas que pasan por la Plaza Unamuno, Estefan llega a conseguir “unos 25 euros al día”. Todo un dineral si se compara con los 150 euros que ganaba en Rumania, pero “insuficiente para vivir aquí, en Euskadi, donde la vida es mucho más cara que en mi país”.

“Pobreza” A pesar de ello, Estefan aguanta. No piensa volver a Rumanía. “Allí hay mucha pobreza”, dice. Sólo irá en verano, “de vacaciones” para visitar a sus padres. Para ello tendrá que soportar tres largos días de viaje en autobús. Los mismos que invirtió para venir por primera vez a Bilbao. Fue hace tres años. Tenía 39 años y muchas ganas de prosperar en la vida. Llegó gracias a un primo que trabajaba en la construcción. Le consiguió un empleo en un sector que estaba a punto de caer en bancarrota. “Estuve un año trabajando hasta que me mandaron al paro”, explica Estefan. Entonces no tuvo más remedio que salir a la calle a buscarse la vida con su vieja acordeón. “Hay que comer aunque no haya trabajo”, filosofa.

Con esa necesidad imperiosa se puso a tocar sus melodías en algunos puntos de la capital vizcaina. Eligió las bocas de metro “porque pasa mucha gente y está protegido cuando llueve”. Se decidió por la plaza Unamuno de lunes a sábado, e Indautxu, los domingos, “junto a la iglesia del Carmen”. Al principio tuvo algún problema con la Policía Municipal, que le llegó a confiscar el instrumento y el amplificador. “Tuve que pagar 150 euros para recuperarlos”. Sin embargo, desde hace un tiempo interpreta su música sin temor a que le digan algo los agentes municipales porque “ahora se puede tocar”.

“Feliz” A pesar de todas las penurias que ha pasado, Estefan se siente un hombre feliz “gracias a mi familia”, dice. “Mientras ellas estén conmigo, yo estoy bien”, dice. Se refiere a Mirela, su esposa, y a Diana, su hija de 18 años que estudia Informática en Txurdinaga. Los tres viven en un piso en Deusto, por el que paga 300 euros al mes de alquiler. La crisis económica no le augura nada bueno en cuanto a las posibilidades de encontrar trabajo. Sin embargo, Estefan no piensa retroceder. “Aquí se vive mejor y la gente me trata bien”. Además dice que tiene amigos en la capital vizcaina que le hacen más llevadera su vida de “inmigrante pobre”.

Estefan dice que vive únicamente de las propinas que le dejan los transeúntes que cogen el metro. “Lo más que he recibido de un sola vez son dos euros, y en un día he llegado a recaudar 50”. Pero esa cantidad no es la habitual. Se conforma con los 25 diarios “para poder comer”. Asegura que no recibe ninguna ayuda institucional, aunque muestra el carné de “extranjero” que le permite estar empadronado y tener cubierta la asistencia sanitaria. Es uno de los motivos por los que dice que “aquí se vive mejor”. Dentro de poco preparará las maletas para irse a Rumanía, pero no se llevará consigo el acordeón. Lo dejará en la capital vizcaina para que, a su vuelta, pueda seguir “alegrando” la vida de los bilbainos con los tangos y vals que interpreta y con la educada sonrisa que luce cuando cae una moneda en el cestillo.

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