«Mi esposa piensa que estoy más enamorado de la aguja que de ella»

Las Provincias, M. JESÚS ESCOBEDO |, 13-06-2010

Pepe nació en Redován hace más de setenta años, pero su familia se afincó en Orihuela cuando él era un niño. Aprendió el oficio de sastre con grandes maestros oriolanos y logró trabajar en Madrid y París donde se consagró en el arte de la aguja.

- ¿Qué le llevó a trabajar como sastre?

- Después de estar dos años en un seminario de Valencia, me instalé en Orihuela para ingresar en una academia y así prolongar mis estudios. Todo ello fue en balde porque no me gustaba. Entonces, mi padre pensó en la opción de que aprendiera la profesión de sastre.

- ¿Dónde se formó para ser sastre?

- Empecé a formarme en Orihuela y con trece años entré como aprendiz en el taller del maestro Manuel Escudero. Después de dos años, continué en el taller de otro sastre, Ermenegildo Conejero, con quien ascendí a oficial. Tres años después me fui a la calle Mayor para incorporarme al taller de Carlos Almira, donde aprendí durante dos años como oficial, y terminé a las órdenes del maestro Guillermo Fabregat durante otros dos años. Cuando cumplí los veinte me fui a Madrid para hacer el servicio militar en El Pardo. Allí trabajé en una sastrería de la calle Sevilla y acabé mi aprendizaje en una academia de corte, llamada ‘La Confianza’, donde me licencié con veintidós años.

- ¿Qué era lo primero que se aprendía en este oficio?

- Colocar el dedal, que es distinto al de la modista. Después la tarea de ‘picar’ cuellos y solapas para adaptar en la chaqueta. La prenda se hacía por piezas y el aprendiz las cosía a mano hasta completar la americana.

- ¿Por qué decidió marcharse a París?

- Después de dos años en Orihuela pensé en ser sastre en París, porque allí trabajaba mi amigo Pepe López Riquelme en una sastrería. En 1963 me trasladé con dos mil pesetas en el bolsillo y con muchas ganas de trabajar en la cuna de la aguja. Recorrí una multitud de calles buscando trabajo y sin saber hablar francés. Tuve la suerte de reunirme con mi amigo Pepe y él me ayudó a encontrar una sastrería, donde permanecí cinco años trabajando cerca de la plaza de la Ópera donde acudían caballeros adinerados de París. Mi jefe era griego y un inmigrante como yo. Se llamaba Dimitri.

- ¿Qué le supuso trabajar en la ciudad de la moda?

- Con veinticuatro años todo se ve de otra manera, pero pasé unas semanas muy difíciles. A pesar de ello, trabajé en una sastrería donde mi trabajo era reconocido, ganaba un buen sueldo y tenía mis vacaciones pagadas. Aprendí el idioma viendo películas en el cine, leyendo literatura francesa y apuntando los paneles publicitarios que veía durante el recorrido en el metro. En París viví unos años con mi esposa y me he llevado unas amistades que todavía conservo. Además, fui testigo de la ‘Revuelta de Mayo del 68’.

- ¿Piensa que su profesión ha desaparecido?

- Sí. Es una lástima. Mi trabajo acabó con la llegada de los géneros confeccionados y las fábricas textiles.

- ¿Tiene alguna anécdota que contar?

- En la sastrería de París tuve la oportunidad de conocer el interés que había por contratar a los sastres españoles, debido a su saber hacer con la aguja. Y, nunca olvidaré el momento en el que escuché por primera vez el nombre de Miguel Hernández. Fue en una noche de 1965 cuando logré sintonizar una emisora que hablaba en castellano y en ella se recitaban los versos del poeta.

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