Prostitución, la cara oculta de Vitoria

El Correo, MARÍA REGO, 13-06-2010

A Bridget jamás se le ha pasado por la cabeza escribir su autobiografía pero si un día decidiera convertir su vida en un libro, tendría que arrancar unas cuantas páginas. Al menos, las suficientes para que su historia completa no llegara a Nigeria. Allí, de donde salió hace cuatro años, con 31, y donde aún residen sus hermanos, no saben y tampoco está dispuesta a que se enteren de que su Bridge, como la llaman en casa, es una de las más de 300 mujeres que se dedican a la prostitución en Álava, según cálculos de Emakunde y la Comisión Antisida. «A ellos les cuento que limpio en una peluquería, son muy cristianos y no quiero preocuparles porque a mí esto tampoco me gusta. Pero hay que buscarse la vida y esto es trabajo», reconoce con cierta resignación apostada en una rotonda del polígono de Betoño. La temperatura es agradable y el reloj de su móvil marca las 22.30 horas. «Me quedaré hasta las doce y media o la una. Mañana tengo que madrugar para ducharme, desayunar e ir a mis clases de castellano», explica con naturalidad. Desconocer el idioma – asegura con un manejo bastante correcto de la lengua – es el principal obstáculo para lograr un empleo de «cocinera», un sueño que ha perseguido en ciudades como Madrid, Valencia y, desde hace seis meses, Vitoria. No hay fecha límite para cumplirlo ni para abandonar el negocio del sexo. Eso sí, cada vez que suma dinero suficiente para el piso – paga 250 euros mensuales por una habitación – y comida, deja el negocio durante un tiempo y desconecta de «los chicos malos» que la insultan desde sus coches, confiesa con la mirada hacia el suelo. Esa huida temporal se complica a veces pues pueden pasar varios días sin realizar ningún servicio, admite mientras se resiste a contar sus tarifas.

Pero, ¿cuánto dinero puede llegar a ganar una de estas chicas en una jornada? ¿Qué tipo de persona busca sus servicios? ¿Cómo funciona una casa de citas? EL CORREO ha querido responder a estas y otras preguntas una semana después de que un informe encargado por la asociación Gizarterako, que ayuda a las meretrices en Vitoria, desvelara que la mitad de los alaveses pagarían por mantener relaciones sexuales. «La prostitución es un mercado de oferta y demanda que se mantiene estable en el tiempo, donde el cliente femenino no existe», resume Miguel Ángel Ruiz, presidente de la Comisión Antisida. Eso sí, ser el oficio más viejo del mundo no le ha impedido actualizarse. En la última década, por ejemplo, el negocio ha experimentado una ‘extranjerización’ – nueve de cada diez prostitutas son inmigrantes – y basta con llamar a los teléfonos que aparecen en periódicos y páginas web para comprobarlo. Al otro lado del auricular, se escuchan acentos imposibles de ocultar y, la mayoría, latinos.

«Muy discretas»

María llegó de Brasil «hace veinte años», tiene dos hijos menores de edad y desde hace un lustro regenta Olimpo Relax donde gana hasta 1.500 euros mensuales. «Es esto o pasar hambre», argumenta. Como ella, cada chica – cuatro y, como excepción, todas «nacionales» – «elige el horario y los días que quiere trabajar». Las tarifas también son «negociables» aunque su lista ‘oficial’ de precios va desde los 70 euros por un servicio «normal» de treinta minutos – incluye felación y penetración – hasta los 300 por pasar una hora con dos mujeres. «Todas están de paso y las hay rubias, morenas…», desgrana para convencer al posible usuario. Tal vez cambie su color de pelo o su procedencia pero todas coinciden a la hora de ocultar un mismo secreto, su profesión, pues a pesar de que «sus parejas lo saben, la gente de fuera no». De los clientes tampoco hablan pues «somos muy discretas», afirma minutos antes de comenzar la limpieza del piso. Y es que lo cierto es que no existe «un perfil» del consumidor sino que «cualquier hombre con algo de dinero puede serlo», advierten desde Gizarterako, asociación capitaneada por Chelo Ordejón.

El 23% de las meretrices de Álava se mueve en una treintena de inmuebles como éste donde la actividad resulta mucho más segura ya que captan al cliente a través de anuncios, no suelen encontrarse con situaciones de peligro y pueden organizarse en función de sus necesidades. Muchos se ubican en pleno centro de la ciudad, en calles como Florida o Angulema. «La actividad en estos lugares es menos controlable y cuando da un problema es por razones ‘egoístas’ porque la comunidad se queja de la presencia de extraños, llamadas a altas horas…», indica el Síndico, Javier Otaola. Así ocurrió hace casi tres años cuando se descubrió que un supuesto salón de masajes terapéuticos abierto en Dato escondía, en realidad, otros sistemas de relajación más primarios. Gizarterako constata que ocho de cada diez alaveses apuestan por regular la prostitución que, en la actualidad, posee un carácter «alegal despenalizado y no permite una intromisión pública», concreta el Defensor del Vecino.

Pocos ciudadanos querrían compartir rellano con un burdel y a quienes les ha tocado esta convivencia saben ya que poco pueden hacer más allá de acostumbrarse a la situación. La Ley de Propiedad Horizontal se presenta, en ciertas ocasiones, como uno de los escasos recursos: si el arrendador se entera de lo que ocurre en esas habitaciones puede «cesar el contrato de alquiler porque se practica una actividad que no es la de vivienda o porque viven más personas de las acordadas», aclara Otaola. Por ello, algunas chicas se previenen de posibles escándalos y crean su propia empresa lejos de miradas desafiantes. Éste es el caso de un chalé situado a escasos metros de la central de la Policía Local en Aguirrelanda y regentado en forma de cooperativa por ocho jóvenes de «entre 19 y 27 años». «Nos conocíamos de fuera y decidimos alquilar la casa porque no nos gustaban los clubs. Después nos dividimos las habitaciones y los gastos», recuerda Leti. Las puertas permanecen abiertas 24 horas al día y por ellas pasan «unos diez hombres» por jornada aunque el fin de semana atienden a «alrededor de quince», calcula. Sus usuarios deben saber que no aceptan regateos: 20 minutos de placer son 45 euros y, a partir de una hora, los precios comienzan a subir de forma considerable.

Clubs de «alta calidad»

En la docena de clubs de alterne que aproximadamente operan en Álava resulta más complicado hacer la cuenta ya que algunos clientes entran sólo a tomar una copa y otros aceptan un ‘pase’, es decir, pagar por los servicios sexuales de las meretrices. Zonas como Santa Lucía, Aranbizkarra o Beato Tomás de Zumárraga concentran el grueso de los establecimientos urbanos y que junto a los de carretera, en Nanclares de la Oca o Júndiz, podrían contar con un total de 200 chicas, es decir, con más del 60% de las trabajadoras del sector. No resulta difícil reconocer estos locales al caer la noche – en Vitoria abren sobre las 22.00 hasta las 4.00 horas – pues, en más de un caso, se adornan con llamativas luces de neón y dibujos que hace unos años hubieran sido calificados con varios rombos, lo que provoca que más de un usuario mire a derecha e izquierda antes de acceder al prostíbulo.

Las meretrices, sin embargo, encuentran ciertas ventajas en estos locales pues, pese a que deben pagar por su plaza – como si fuera la habitación de un hotel – o entregar un porcentaje de sus ganancias al dueño, tienen la seguridad de que dentro del club se hallan a resguardo de conflictos con los clientes. Y si los hay, el propietario, un camarero o incluso la policía puede intervenir. Además, «vienen los días que quieren, aquí no las forzamos a nada a pesar de lo que piensa la gente», defiende J.M.C., propietario de un negocio en la muga entre Álava y Navarra. Un informe de Emakunde de 2007 revelaba otros puntos fuertes, en este caso, para los interesados en contactar con una profesional en uno de estos burdeles de la provincia, que recibían la calificación de «calidad alta por razones subjetivas» como la higiene o el aspecto externo – los de carretera se ‘protegen’ con vallas o setos para hacerlos más discretos – del recinto. «Son los mejores de Euskadi», concluía.

«Yo no quiero piso ni club porque aquí puedo poner mi horario», afirma Georgiana cerca de Portal de Foronda al caer la medianoche. A sus 22 años es madre de una niña de tres, Antonia, que dejó en abril en Rumanía junto a su familia para viajar a Vitoria, desde donde manda parte del dinero que obtiene en la calle. En su país trabajaba como camarera «pero ganaba poco», y allí regresará «en un mes», comenta convencida sin perder de vista a su amiga, también rumana, con la que comparte piso y oficio. «Apuntamos las matrículas de los coches donde sube la otra. Los chicos nos tratan bien, menos los borrachos que dan problemas». Ellas destacan entre el resto de compañeras, alrededor de una decena de africanas, que ofrecen su cuerpo en la vía pública, en especial en rotondas de Lakua – Arriaga y Betoño, donde los vehículos se ven obligados a reducir la velocidad.

«Son muy jóvenes, muy sanas y muy duras. Han tenido que cruzar todo un continente pero, luego, al ejercer la prostitución no tienen picardía, son muy directas», describe la Comisión Antisida. Tampoco dudan a la hora de promocionar sus tarifas: 30 euros por penetración y 20 por una felación. Jessica, de 20 años, y Linda, cinco mayor, se acercan sin reparos a cada coche que se aparece por su esquina, en el cruce de Aguirrelanda con Avenida del Zadorra. «No hay muchos clientes y a veces vienen con poco dinero y tenemos que cobrarles menos», relatan en un fluido inglés mientras retocan su maquillaje. Si la noche sale bien pueden embolsarse hasta 200 euros.

- ¿No sentís miedo al subir al coche de un desconocido?

- A algunas amigas las han pegado o las han amenazado si no devolvían el dinero al chico. Pero en Nigeria estaríamos peor.

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