El racismo nos pone a pensar

El Universo, José Mario Ruiz Navas, 07-06-2010

La repetición machacona con la que se ha presentado y la teatral superficialidad en la que se ha resumido el proceso de justicia indígena en La Cocha; la negación de una cultura como base jurídica, más sólida que el positivismo caprichoso, plantean preguntas, incómodas para los conscientes, o inconscientemente racistas: ¿Quiénes son modelo de lo humano en Ecuador: los pocos blancos?, ¿los numerosos mestizos?, ¿los indígenas que, por sangre, son al menos el 30% y que, por complejo de inferioridad inoculado, son apenas el 10%? La pregunta radical: ¿Qué es modelo de lo humano? Buscar una respuesta, no en otro sino en la humanidad en sí misma, como si ella fuera principio y fin, plantea una pregunta actual: ¿“Qué es tortura? ¿Es tortura solo el tormento público? ¿No “la ley de fuga”? ¿Por qué es malo torturar? La respuesta o el criterio para calificar un hecho como bueno o malo viene de una realidad diversa del yo.

Los antropólogos han descubierto que los modelos o criterios de ideas y acciones coinciden en numerosos pueblos; por ejemplo, el triple mandamiento “No mentir, no robar, no ser perezoso”. El respeto a la tierra, a la familia, a la vida, la solidaridad son criterios o modelos más o menos comunes. Los humanos actuamos de acuerdo a un modelo, que los creyentes llamamos Dios. También los que no quieren un dios externo a ellos, actúan de acuerdo a un modelo permanente o transitorio. Este modelo se concretiza en sus diversas apetencias humanas.

Antropólogos confirman que la diversidad de imagen de Dios en las varias religiones es en los pueblos una raíz de coincidencias o discrepancias de modelos de conducta. Las religiones son un criterio diverso de la persona para determinar lo que consideran bueno, o malo; las religiones influyen en la vida social.

Es un hecho, del que hay que partir, que ningún humano tiene la plenitud de la verdad y del bien; todos tenemos algo que perfeccionar y que corregir mutuamente. El diálogo es necesario.

Las religiones sin un ser superior (Dios), como modelo objetivo, terminan teniendo cada una su ídolo, su “dios”, que coincide con el yo caprichoso e insaciable de dinero, poder y placer. Estas religiones, no teniendo un punto fijo de referencia, son reacias al diálogo, estériles y hasta dañinas socialmente.

En nombre de una libertad sin rumbo ni objetivo, imponen la negación de Dios en lo social y, en consecuencia, la ausencia de criterios para determinar lo humano o inhumano.

Las religiones con Dios señalan como criterio de acción el bien de la persona humana; aprecian lo que la beneficia y rechazan lo que la daña.

No es indiferente una u otra religión; es don de Dios; que ha de acogerse consciente y libremente, también mediante diálogo; no caprichosamente, sino de acuerdo a lo que en conciencia formada cuidadosamente y sin constricción externa se juzgue verdadera.

Porque de acuerdo a la fe cristiana Dios es amor, todos los mandamientos se resumen en servir por amor. ¡La vivimos a medias!

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