Los esclavos de hoy

Cientos de miles de personas, la mayoría negras, viven bajo un régimen de esclavitud en Mauritania Los tribunales locales aplican una ley islámica que ampara el abuso

El Periodico, BEATRIZ MESA NUAKCHOT, 02-06-2010

Dicen las autoridades mauritanas que ellos son las secuelas de la desaparecida esclavitud. Pero ¿cuántos son ellos? Aunque no hay cifras oficiales, el pueblo asegura que el número sigue siendo enorme y oenegés como SOS Esclavos apuntan hacia los 500.000 sumisos, la mayoría de raza negra e invisibles ante las autoridades y la justicia.
Son todos iguales, huesudos, con caras de rendición y un aire de gastados como si hubieran pasado años enganchados a algún estupefaciente. Apenas conocen la noche o el día porque viven reclusos en el trabajo. Esta sí es su droga. Solo hay que entrar en la capital profunda para verlos deslomados y sin perspectivas. Las horas, los días y los meses corren lentos y aburridos. Sin alteraciones o emociones que les permitan encontrar sentido a la vida, como le ocurre a Jane, la joven que aparece en la foto.

Buscar la dignidad

«Jane, prepara el té», «Jane, calienta el agua», «Jane, ve a comprar crédito para el móvil», «Jane, cierra la puerta», «Jane, ábrela». «Jane, peina a mi hija». «Jane, sírveme la comida»… Es una mujer de Malí que emigró a la capital de Mauritania para buscar la dignidad para ella y su familia y se encontró cediendo a la sumisión y a la subordinación. Y dale gracias a Dios porque, al menos, tiene un techo bajo en el que refugiarse, un plato con el que saciar el hambre, y un poco de agua con el que limpiar las impurezas de la piel. Es lo que piensan los moros (descendientes de tribus árabes y bereberes, la élite del país) mauritanos cuando interfieres en los asuntos de la petite bonne (mujer del hogar), como la llaman ellos. «Esclavitud» es el término más adecuado para los que la sufren.

Jane es una mujer sin libertad, una propiedad de una familia nómada acaudalada, una mercancía fácilmente transportable de un lugar a otro, una mujer sin derechos: no tiene ni siquiera el derecho a pensar. Solo recibe órdenes de unos y de otros, ya vengan de la familia o del exterior. Es una mujer que, por ser negra y proceder de un entorno familiar sumido en la necesidad y en la pobreza, pasó a ser automáticamente una esclava. Hasta vivir es una obligación para Jane.

Pero ahí sigue ella, madrugando al antojo de la niña de la patrona, a la que el sofocante calor mauritano levantó esta mañana a las ocho y, sola, no pudo siquiera poner sus pies sobre el suelo. Necesitaba a Jane, pegada a su lado, para que le acercara un barreño con agua caliente con el que lavarse cara y manos.

Mientras Jane pierde kilos, las patronas, madre e hija, los ganan de forma incontrolada. Las familias de tradición nómada acostumbran a vivir recostadas sobre el tapiz. Con una mano, la mauritana sostiene el azucarado té, que dispara las diabetes, y con la otra, un trozo de cordero o pollo, que por supuesto le sirve la vasalla.

Si la justicia funcionara, las amas de la joven Jane estarían cumpliendo un arduo castigo: una pena de hasta 10 años de cárcel. Es lo que prevé una ley aprobada en el 2007, tras la llegada al poder del presidente Sidi Mohamed Uld Cheij Abdalahi en las primeras elecciones libres en el país.

La nueva norma parecía que quería hacer justicia –aunque formalmente la esclavitud se abolió en 1981– con los miles de esclavos que pusieron sus vidas, por obligación, al servicio del trabajo forzoso. Pero no, las leyes no se aplican y como los tribunales locales acatan la sharia o ley islámica que, según el rito maliquí que se sigue en Mauritania, ampara la esclavitud, las víctimas continuarán sufriendo en silencio.

Como una máquina

A Jane no la verás jamás tomándose un respiro, no la verás jamás descansar antes de la medianoche, tampoco la verás levantarse después que el resto de la familia… No. Jane es como una máquina de servir cafés, tés, agua y comidas. Durante el tiempo que lleva en Nuakchot la única expresión que ha aprendido en árabe es naam, madam (sí, señora).

Para la joven Jane no existe la diferencia entre los días de la semana, todos son laborables, todos son iguales. Su único momento de intimidad es cuando llega la noche, toma una ducha fría y se mira al espejo. Y entonces ¿qué ve? Una mujer guapa, aunque con ojos hundidos y un rostro agotado. Nadie se fija en ella, nadie le pregunta cómo se siente, en qué piensa… Cuando se toca las durezas de las manos y de los pies, despierta y se percata de que es una esclava más. Y eso ¿a quién le importa?

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