Mahoma: Chistes sin gracia

El Correo, JUANJO SÁNCHEZ ARRESEIGOR, 26-05-2010

La legislación española garantiza la libertad de expresión, pero al mismo tiempo deja claros sus límites: la difamación, la amenaza y la injuria constituyen delitos punibles. Existe un corpus jurídico muy sólido que deja claro que la libertad de expresión no incluye ningún imaginario e inexistente derecho al insulto. Otra cuestión es que la persona o el grupo insultados decidan que el tema les resbala y no tomen medidas al respecto, pues, como decía Confucio, el insulto sólo degrada al que lo lanza.

La injuria es a menudo algo subjetivo. La frontera entre insulto y crítica puede ser difusa en ocasiones. Con frecuencia la gente estalla de manera imprevista ante comentarios que no albergaban intención ofensiva alguna, pero entonces te disculpas, prometes no reincidir y eso es todo. Lo que no resulta disculpable es meter adrede el palo en el avispero, sabiendo de antemano la que se va a montar. Tal es el caso de las caricaturas anti – islámicas publicadas hace un par de años por un periódico danés de extrema derecha y otras más recientes dibujadas por el noruego Lars Vilks, al que los extremistas han intentado asesinar. Ahora el Gobierno paquistaní bloquea diversa webs porque alguien ha tenido la ocurrencia de convocar un concurso de caricaturas sobre Mahoma.

Vilks afirma que dibujó al profeta Mahoma con el cuerpo de un perro porque deseaba defender la libertad de expresión respecto al Islam. Ya hemos visto lo poco que vale ese argumento. Este tipo de dibujos se crean con el deliberado propósito de montar bronca. Obedecen a la agenda política de ciertos grupos de extrema derecha que desean y necesitan un Islam hostil. Para ellos no son suficientes los fanáticos estilo Bin Laden, o los inmigrantes zaparrastrosos y barbudos con mujeres veladas. Hace falta poder presentarle al público un Islam totalmente homogéneo y hostil. Las caricaturas son uno de los diversos trapos rojos usados para conseguir que embista a lo bruto el toro del Islam.

Esto nos lleva a la otra mitad de la ecuación: la reacción de los musulmanes. Una cosa es que te provoquen y otra cosa muy diferente caer en la trampa de la provocación. Las caricaturas se usan porque dan resultado, desencadenando tumultos, desproporcionados en relación a la ofensa, que reflejan nuestros medios de comunicación; estallan alborotos y protestas en la propia Europa e incluso se producen agresiones y atentados contra los caricaturistas o los intereses occidentales en general.

Por lo tanto, si este tipo de provocaciones dan resultado es porque dentro del Islam existen también sectores muy interesados en azuzar el conflicto. Ellos difunden las caricaturas y tergiversan los hechos, presentándolos como un acto colectivo de todo Occidente. Luego exigen medidas extremas a sus gobiernos. Como el tema es desagradable pero intrascendente, los gobiernos musulmanes protestan pero se abstienen de tomar esas medidas extremas. Entonces los fanáticos pueden cargar a la vez contra los perversos infieles, enemigos del Islam, y también contra los corruptos gobiernos de falsos musulmanes vendidos a Occidente. ¡Es un negocio redondo para los integristas!

Occidente dispone de la legislación necesaria para detener este tipo de provocaciones. Es preciso tan sólo aplicar con rigor las leyes que ya existen y hacérselo ver así a los musulmanes. De esta forma, los integristas no conseguirán que prenda el escándalo. Pero los musulmanes han de poner también algo de su parte. En primer lugar, no deben permitir que los elementos más fanáticos marquen la imagen del Islam ante el resto del mundo. En segundo lugar, las reacciones deben ser más proporcionadas y, en tercer lugar, debe existir reciprocidad, porque en algunos países islámicos son frecuentes e incluso se consideran de buen tono los más virulentos exabruptos contra otras religiones.

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