El burka

La Verdad, ROSA REGÁS, 25-05-2010

Leo últimamente en los medios una serie de declaraciones de hombres y mujeres sobre el burka y su conveniencia o no de prohibirlo en lugares públicos. Hay quienes consideran que el burka y, en general, todas las formas de obligar a las mujeres a cubrirse el pelo atentan contra la igualdad, y hay otros que por el contrario defienden que cada cual puede ir vestido como quiera.

Creo que lo primero que hay que hacer es distinguir entre el burka y el chador, incluso el niqab, que es como el chador pero con un velo justo por debajo de los ojos cubriendo la mitad de la cara, y el hiyab o el shaila, que son dos formas de ponerse el pañuelo en la cabeza, una como se lo ponían nuestras abuelas en los pueblos no hace tanto y otra, la elegante forma en que lo utilizaban las mujeres en países de sol y arena, como la reina Zenobia, cuando el islam ni siquiera existía.

De hecho, el chador es, en otro modelo, como el hábito de las monjas de mi infancia, muchas de las cuales siguen vistiendo como entonces, sobre todo en Latinoamérica; se trata de dejar únicamente la cara al descubierto, el resto, sea con un manto o con hábito y toca, viene a ser lo mismo.

Los deleznables son el burka y el niqab, por lo que son y por lo que representan. No hay más que ver cómo viven las mujeres en Afganistán, no sólo ahogadas por el peso del humillante burka que les impide ver el mundo y sonreír a sus hijos, sino también ser atendidas por el médico, ir a la escuela, trabajar, salir solas por la calle. Es decir, son esclavas de los hombres, despreciadas por la sociedad y al menor asomo de diferencia con las espantosas normas se las azota y lapida, en privado y en público. No hay discusión posible sobre la indigna perversión del burka, y me sorprende que mujeres que viven en España lo vistan. Ni siquiera se les ha ocurrido dejar de hacerlo por solidaridad con esos cientos de miles de mujeres afganas que, no pudiendo soportar la ignominiosa vida de enclaustramiento, sumisión y esclavitud, se quitan la vida o intentan prenderse fuego para morir, si es que antes no lo han hecho sus perversos maridos.

La mujer que elige llevar burka es masoquista o se desprecia a sí misma y a todas las mujeres en general. Que lo prohíban ya, en todas partes: aquí y en el ‘democrático’ Afganistán que tanto gusta a los americanos y a sus satélites.

Otra cosa es el velo, el hiyab. En un país laico se comprende que no puedan entrar en los lugares públicos mujeres cubiertas con el velo que, digan lo que digan, es una norma de la religión que profesan, como tampoco se admitirían normas de otras religiones, como hábitos o kipás. Pero en España, donde en todas partes, incluidas las escuelas, entran obispos, frailes, curas y monjas vestidos con sus hábitos, ¿qué mal hay en que vayan las mujeres con el cabello oculto bajo un pañuelo?

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