Los que ríen la gracia

El Correo, JUAN BAS, 19-05-2010

A cuenta del desafortunado asunto del periodista deportivo del canal de televisión Cuatro – he leído que junto con su compañero los llaman ‘los Manolos’, un nombre como otro cualquiera para dúo cómico malasombra – que montó una gracia a costa de un mendigo en Hamburgo, se me ocurren algunas consideraciones sobre el propio hecho y sus alrededores, y ninguna es buena.

Lo que más me sorprende es que el periodista en cuestión, después de que le llegara el toque de que había metido la pata, dijera que había obrado con buena voluntad y que educa a sus hijos según principios de solidaridad. Así será. Pero, desde luego, no creo que pueda imbuirles sentido de la piedad, pues carece del mismo. Lo terrible es que no se diera cuenta, mientras alentaba la gracia, pues de hacer una gracia se trataba – desde el plató anunciaron que siempre termina sus conexiones en directo con alguna sorpresa divertida – , que aquello era humillante y ofensivo para el mendigo. Es decir, que si no hubieran afeado su conducta posteriormente, se habría quedado tan campante y sin menoscabo alguno de seguir considerándose un tío muy majo y cachondo.

De la chusma que secundaba y servía a la gracia, poco hay que decir. La chusma se comporta como tal. Pero me resultó también terrible que lo que le daban al mendigo, dejando aparte unas cuantas monedas en su recipiente para las limosnas, fuera en broma, en finjo que te doy. A ‘los Manolos’ – el otro estaba en el plató, al lado del presentador; vean el vídeo en ‘YouTube’ – esto también les hizo gracia y lo comentaban según sucedía. Un teléfono móvil, una tarjeta de crédito y una bufanda del equipo de fútbol. Naturalmente, móvil y Visa duraron poco tiempo en poder del limosnero, mas lo de la bufanda se había tomado en serio que se la daban y la cogió. El vídeo en Hamburgo termina con el hincha de marras recuperándola. Este detalle de la bufanda explica mejor la repugnante naturaleza del asunto que cualquier crítica razonada.

Y lo tercero terrible, y para mí inexplicable, es lo de reír la gracia desde el plató. No darse tampoco cuenta, aunque sea en directo, a través de la automática distancia que da una pantalla, de que aquello era muy mal rollo y tan festivo y gracioso como una cola de indigentes ante un comedor de caridad. Quizá, esto, es lo peor de todo. Incluso por encima de la cara de estupor del mendigo.

Me recordó toda esta triste bufonada a cuando los primeros inmigrantes negros africanos vendían objetos diversos por los bares del Casco Viejo de Bilbao – años después, siguen haciendo lo mismo – . Recuerdo a algunas cuadrillas de chiquiteros, que siempre cuentan con un miembro que es el gracioso, el salado, un palurdo prepotente y patán encantado de haberse conocido a sí mismo, que se traía un ratito de apestoso vacile con el negro, al que llamaban Iñaki y generalmente no le compraban nada. Y la cuadrilla reía la gracia.

Texto en la fuente original
(Puede haber caducado)