«Es de justicia que un inmigrante tire el Chupinazo porque Celedón es de todos»

El Correo, MARÍA ZABALETA m.zabaleta@diario-elcorreo.com, 16-05-2010

Argentina navegaba a la deriva social y económica cuando esta porteña del 57 – de la misma añada que Celedón – aterrizó en Vitoria. Es una de los más de 20.000 inmigrantes que conviven a día de hoy en la ciudad y que, por decisión de Ezker Batua, tendrán este año un papel protagonista en el acto más castizo del calendario local: el Chupinazo de La Blanca. Acompañada por otros tres vitorianos ‘anónimos’, Patricia Furlong ha sido la elegida para poner rostro a esos otros vitorianos desde una balconada de San Miguel más «democrática» que nunca. Porque «es de justicia, defiende, que un inmigrante tire el Chupinazo; Celedón es de todos».

- ¿Ha asimilado ya dónde estará el próximo 4 de agosto a las seis de la tarde?

- No, para nada. La gente no deja de darme la enhorabuena pero creo que no voy a tomar conciencia hasta que no esté frente a esas 40.000 personas que abarrotan la plaza ese día. Por ahora, lo que siento es un inmenso orgullo de que me haya tocado a mí.

- ¿Cómo imagina que será esa visión desde el otro lado de la barrera?

- Completamente distinta. En efecto, en la bajada de Celedón existe una barrera entre la gente y la balconada y, al subir nosotros, esa barrera se romperá. Pero las emociones tienen que ser muy distintas, en el sentido de que estás viendo de frente a la gente que festeja. Con nosotros en San Miguel, es como si subiera la gente a festejar. Es algo así como cuando uno dice ‘yo soy Justicia’. Y yo digo que es de justicia que un inmigrante tire el Chupinazo porque Celedón es de la ciudadanía.

- De hecho, el portavoz de EB, José Navas, ha defendido su elección como un intento de dar un pellizco a la plaza y subir a una representación de los 230.000 habitantes que tiene la ciudad. ¿No le da vértigo?

- Me da mucho vértigo. Le contaré una anécdota: ayer mismo, en el gimnasio, se me acercó una persona, que es trasplantada del riñón, y me preguntó: ‘¿Me deja darle un beso?’ Yo pensé que era de buenos días, pero no. ‘Me vas a representar a mí’, me dijo. Esa fue la primera vez que se me puso la piel de gallina, de la cabeza a los pies, desde que Pepe Navas nos llamó para darnos la noticia.

«Buena voluntad»

- «¿Por qué yo?», admite haberse preguntado. ¿Ha encontrado ya la respuesta?

- No, no la encuentro. Conozco a muchísimos inmigrantes que llevan mucho más tiempo aquí y que, por tanto, son mucho más representativos. Pero le contaré algo. Estoy bastante conectada con las euskal etxeak de Argentina y, antes de saber mi elección como chupinera, me regalaron un pañuelo bordado por la gente de allá que dice ‘Ongi etorri. San Pedro. Argentina’. Me lo dieron para que lo usara en las próximas fiestas de La Blanca que, decían, iban a ser diferentes. Me lo mandaron de regalo desde allá. Ahora pienso que hubo algo de premonitorio.

- Habrá quien no esté de acuerdo con la elección de un inmigrante para personificar el acto más vitoriano del calendario. ¿Teme esas críticas?

- Yo me considero ciudadana del mundo, no de un lugar en particular. Si yo voy a tu casa, me amoldaré al plato que me pongas, al vaso que me ofrezcas, a los cubiertos que me des y me entregaré a tu familia. Si tú me respondes con el mismo cariño, la integración es fácil. Tiene que haber buena voluntad por parte del que se va a integrar y por parte del que abre las puertas. Y las puertas siempre se abren. ¿Que hay gente que protesta? Sí. Hay vitorianos que me han llegado a decir que pagarían por estar en mi lugar, pero la vida es así. Y hasta el que se ofende creo que no tiene intención de maldad.

- Representa a ese 10% de la población local que viene de fuera. Usted lo hizo hace ya once años. ¿Qué le atrajo de esta ciudad?

- Fue una cuestión de azar. En Argentina no había trabajo por aquel entonces. Envié muchísimos currículos a muchísimos sitios y, de entre todos esos lugares, me contestaron de Vitoria. Aquí encontré trabajo, cariño, amor y me he quedado.

Ciudad «dividida»

- Tuvo la suerte de llegar con un contrato de profesora de gimnasio bajo el brazo. ¿La ciudad también le abrió los brazos de igual modo?

- Creo que, en ese sentido, la ciudad está dividida. La gente joven tiene una actitud de apertura muy grande y realmente trabaja para la integración del inmigrante. Pero, por el otro lado, hay mucha otra gente que tiene un sentido muy fuerte de propiedad, de pertenencia. Pero jamás, por ser inmigrante, se me han cerrado las puertas. En cualquier caso, los argentinos somos inmigrantes mimados.

- ¿Quiere decir que al argentino se le acepta, mientras que al senegalés, al colombiano o al marroquí se le da la espalda?

- Ellos lo tienen muy difícil. En mi gimnasio, sin ir más lejos, tenemos una maravillosa secretaria de Camerún. Pues bien, hubo clientes que me llegaron a decir que o se iba ella o se iban ellos . Por supuesto, se fueron ellos.

- «Clasista, cotilla y rutinario, al vitoriano le cuesta tomar la iniciativa», asegura. ¿Tan aburguesados estamos?

- A esta ciudad le cuesta salir de la rutina. Parece que necesita la seguridad de lo que se repite. Pero la juventud está adoptando una forma de ser distinta y Vitoria está abriendo su mente gracias a los inmigrantes. Ahora es muy frecuente ver a un Igor emparejado con una china o a un Aitor con una colombiana. Pero les sigue costando mucho el cambio. ¡Fíjate lo que pasa cada vez que se quiere cambiar algo en la ciudad! La primera reacción es protestar, aunque después el uso termine por quitarles la razón.

- ¿Cómo ve ahora la ciudad?

- Para mí Vitoria es preciosa. Yo estoy enamorada de esta ciudad pero, en mi opinión, ha crecido de forma desmesurada. ¿Somos tantos o ha sido consecuencia de la famosa burbuja inmobiliaria que nos cayó encima y no nos dimos cuenta? Creo que, en aras de la modernidad, hemos metido la pata. Se ha invertido demasiado en la construcción y esos millones tendrían que haber llevado otra dirección, porque la ciudad necesita activar otras cosas.

- Le nombro alcaldesa por unos minutos. Dispare.

- Yo apuesto por la salud, por las bolsas de trabajo, por la integración de la gente, por el euskera gratuito, no por aquel que no puedo pagar y que, sin embargo, en muchos trabajos me exigen. Además, me gustaría que no nos olvidáramos de conservar lo antiguo. Hay que modernizar, pero preservar lo viejo porque lo de ahora viene de lo de antes.

Texto en la fuente original
(Puede haber caducado)