Un pedacito de mundo en Legazpi

El País, FERNANDO NEIRA, 15-05-2010

Una bulliciosa banda senegalesa, un flamenquito gaditano hilarante y un director de cine balcánico reconvertido en rockero. Al festejo le han puesto de nombre Planetamadrid y se complementa con pinchadiscos, carpas de comercio justo, casetas para la concienciación ecológica y solidaria y una zona de juegos infantiles con instrumentos gigantes que se pueden repicar y toquetear a destajo.

He aquí el nuevo festival de músicas del mundo que impulsa el Ayuntamiento de Madrid, tras la tibia acogida de aquel Womadrid de 2005, y que durante toda la tarde – noche de ayer acogió a cerca de 10.000 personas en la explanada del Paseo de la Chopera. La cola alcanzó a ratos, pese al orvallo y el frío negro, la plaza de Legazpi.

¿Músicas del mundo, dijimos? Chico Ocaña, el flamenquito en cuestión, da un respingo y ejerce de librepensador hasta con las definiciones. “A mí es que lo de la world music ésa me suena a world negocio”, espeta en los camerinos justo antes de su actuación, con esa voz suya agrietada con el cincel de la nicotina. “Se trata de un género aceptado por el sistema. Yo prefiero mantenerme al margen, vivir dignamente y pensar que mi lenguaje es el del localismo, que todo está en las calles de mi San Roque”.

Ocaña tiene 53 años, fue líder de Mártires de Compás durante tres lustros y ahora vuela en solitario con el disco Canciones de mesa camilla, de textos entre lúcidos, surrealistas y desternillantes. “Yo es que no tengo buena voz ni un físico aceptable, así que sólo puedo sacarle partido a las letras”, aduce con guasa.

La tarde transcurre algo destemplada (¿alguien podría traer, por caridad, un poquito de primavera?), la entrada es gratuita y el público parece estar más pendiente de entonarse con minis de cerveza que de lo que pueda acontecer sobre el escenario, así que Chico afila su verbo provocador. “Hay menos marcha aquí que en el cementerio”, anuncia antes de atacar una canción en la que se cachondea de las Rimas de Bécquer. Y agrega: “Hay poco cuerpo de fiesta porque estamos todos más tiesos que un conejo de mármol. Pero conste que yo tengo factura de mi chaqueta…”.

Por el escenario multirracial de Legazpi ya ha sonado el reggae de los senegaleses Jac et le Takeifa y se velan armas a la espera del serbio Emir Kusturica y su banda, The No Smoking Orchestra.

El realizador de Gato negro, gato blanco irrumpe finalmente hacia las diez y cuarto de la noche con su espectáculo desenfadado y bullanguero, aunque quizás tanto él como sus compinches se crean más graciosos de lo que realmente son.

El cantante del grupo, Nenand Jankovic, comparece ante el público embutido en un demencial mono azul surtido de alitas, mientras que el resto de la alineación alterna capas, sombreros de copa o uniformes de comandantes aéreos.

Acaso como un guiño cómplice a la multiculturalidad, a estas alturas el frío es más propio de Sarajevo y casi nadie dispone de paraguas, así que el chunda chunda balcánico (ellos los llaman unza unza) se agradece como excusa para menear las carnes y entonar el organismo.

Al final, el público, desde el familiar hasta los curiosos jaraneros y los más afines a la estética perroflauta, terminó abrazando la fe de los sonidos étnicos.

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