La obstinación del velo

La Vanguardia, , 07-05-2010

Eulàlia Solé
En Occidente, con desiguales intermitencias, sale a colación el tema del uso del velo islámico, el hiyab con mayor frecuencia. Entre nosotros, el caso más reciente lo ha protagonizado la alumna de una escuela madrileña empeñada en cubrirse la cabeza con el velo pese a que estaba prohibido en aquel centro. Al cabo, ha preferido matricularse en otro colegio antes que renunciar a su atuendo.

Sea cual sea la actitud que se tome desde la perspectiva no musulmana, siempre se verá cuestionada. A aquellos que creen que cualquier persona extranjera debe adaptarse a las reglas y costumbres autóctonas se les clasificará de etnocéntricos. A los que atribuyen al velo un símbolo de la sumisión de la mujer al hombre musulmán se les achacarán malignos prejuicios. Quienes se muestran indiferentes y distantes serán vistos como desdeñosos ante individuos exóticos. Sobre el asunto específico de Pozuelo de Alcorcón, se observa que las prácticas abarcan desde un instituto que se niega a modificar sus cánones hasta otro que decide prohibir el velo para no tener que admitir a la alumna candidata y otro que la matricula sin objeción alguna.

Tanto los argumentos como las actuaciones resultan tan variados como contrapuestos, pero merece ser destacado un razonamiento entre los diversos desplegados: el de que el derecho a la educación está por encima de toda problemática. Siendo esto cierto, preciso es añadir que la educación también es una obligación, al menos en nuestro país. Sorprende, pues, que se discuta sobre si las normativas de un colegio impiden la educación de una alumna y en cambio no se mencione la obligación de esta alumna a asistir a clase aunque para ello deba prescindir del velo.

Si ella, que es menor de edad, no lo tiene claro, no debería existir duda alguna por parte de su padre. Yen esta contingencia, no cabe diferenciar entre si la chica utiliza el hiyab por propio albedrío o por imposición misógina. El empecinamiento en llevar el velo contraviniendo las ordenanzas de la escuela a la que se asiste muestra que se antepone una expresión cultural – tomando el mejor de los supuestos y descartando una exigencia fundamentalista-al objetivo y la obligación de aprender. Y si una niña no lo entiende así, a una menor se la puede obligar paternalmente a obedecer. ¿O acaso no es así?

E. SOLÉ, socióloga y escritora
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