El velo de Najwa

Diario de noticias de Alava, 01-05-2010

lo importante no es lo que nos ponemos sobre la cabeza, sino lo que es capaz de abrigar nuestro corazón. Cabemos todos ante las mismas pizarras, en las mismas aulas. Cabemos todos en las mismas calles, en la misma Tierra. Bienvenido el velo, la kipá, la túnica, el crucifijo… siempre y cuando vistamos prendas o símbolos en pleno ejercicio de nuestra voluntad. Ya no es tiempo de exclusiones, sino de honrar todas las tradiciones sagradas que nos salen al paso.

El aprecio por las sanas costumbres ajenas mide la anchura del corazón de los individuos y pueblos. A nadie le asuste el velo de Najwa. El discreto pañuelo sobre la cabeza de la adolescente no debiera haber saltado a los titulares. No obstante, si necesario es asegurar la libertad de indumentaria en ese y en todos los centros de enseñanza, tanto lo será asegurar que la decisión de la joven de 17 años de origen marroquí ha sido adoptada en la más absoluta libertad. De nada sirve que se garantice a nivel público una libertad que después puede ser cercenada puertas adentro en el hogar.

A pesar del alboroto desmedido, Najwa y su hiyab nos ha permitido reflexionar colectivamente sobre el ejercicio de la libertad, ha traído a primer plano de actualidad un rico debate sobre la jerarquía de valores universales. El gobierno del propio cuerpo y su manifestación, la generalidad de los derechos humanos anteceden al derecho de expresión de las formas culturales y religiosas. Una vez asegurados los primeros, deberemos ser escrupulosamente respetuosos con esas diferentes formas de expresión.

Abracemos un Islam amable que respeta plenamente el libre albedrío de la mujer, pero mantengámonos vigilantes y no transijamos si se ven marginadas, acalladas u oprimidas por un machismo pujante en ese entorno.

Bendigamos, aun con todo, este momento de cruces de caminos y de fecundación cultural y religiosa. El problema sería que todas las cabezas fueran iguales, que se cubrieran de la misma forma. Cada quien con su paso y su pasado, con su cultura, hábitos y costumbres… avancemos hacia un espacio común, hacia una plaza de todos. Lo diverso siempre añade cuando logramos tumbar nuestras tapias.

No tiemblen los incondicionales del crucifijo, porque si algo significa aún ese Ser excelso, ese Cristo sublime que dos mil años después siguen clavando al triste madero, es precisamente acogida y abrazo incondicional.

Bajemos las espadas, compartamos aula en el corazón de nuestras ciudades, compartamos templo en la encrucijada de los caminos, pues el tiempo ya ha llegado de honrar la verdad y belleza que las demás tradiciones también encarnan.

Koldo Aldai

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