inmigración del África subsahariana

Larga travesía de esperanza y agonía

"Impresiona la dignidad y entereza de una persona que ha sobrevivido en un cayuco", confiesa Javier Galparsoro, presidente de CEAR Euskadi, que relata el devenir de la inmigración del África subsahariana.

Diario de noticias de Gipuzkoa, Jorge Napal, 01-05-2010

EL mundo es la casa de quienes no la tienen. La frase recogida en Las mil y una noches, la célebre recopilación de cuentos árabes, se eleva como un grito desgarrador ante las fotografías que acompañan este reportaje. Las instantáneas han sido realizadas durante los últimos cinco años, tiempo transcurrido desde que comenzó a aumentar la llegada de cayucos procedentes del África occidental a las costas canarias, una estampa que hoy parece lejana en el tiempo, incluso ajena, aunque nada de ello es del todo cierto. Entre quienes lograron burlar a la muerte en el océano y que, sin nombre y apellido, coparon portadas de periódicos y minutos de televisión, hay quien habita hoy en Gipuzkoa, más cerca de lo que pueda dictar la imaginación.

De ello da fe Javier Galparsoro, presidente de CEAR Euskadi, la Comisión Española de Ayuda al Refugiado. El hombre ha sido testigo directo del devenir en las últimas décadas de la inmigración del África subsahariana, y de todo su sufrimiento. Durante este tiempo, ha asistido a personas que fueron expulsadas cuando no lo merecían, a quienes vivieron separaciones forzosas de sus familias. Lamenta especialmente de todo ello las vidas truncadas y aquellos sueños que fueron a reposar para siempre al fondo del mar. Tantas vidas, tantos sueños…. Durante esta singladura también conoció a polizones a los que incluso tuvo que enterrar… “¡Ésta es la vida amigo! Aquí no hay nada fácil, salvo para los de Occidente, que comemos tres veces al día”, suelta el hombre a modo de epílogo de una experiencia vital que vuelve a hacer buena la frase inicial: el mundo es la casa de quienes no la tienen.

La inmigración, con frecuencia convertida en el chivo expiatorio de esta época, le ha dado muchas lecciones a este letrado de 53 años que, si algo ha aprendido, ha sido que “para la gente del sur la vida es un dolor desde que nacen”, de ahí que “sea mucho más llevadero el sentido de la muerte”. Un día toman un cayuco, se embarcan a la aventura y sólo Dios sabe el futuro que les deparará la travesía. “Cuando hablas con alguien que ha sobrevivido en un cayuco, o a quien se le ha muerto toda su familia en Congo, impresiona la dignidad y entereza con la que sobrellevan todo ello”, resalta.

pateras atiborradas

La “vacuidad” de la noticia

Las pateras atiborradas de personas anónimas se han convertido hoy en poco menos que una estampa que, a fuerza de repetirse, apenas despierta emoción alguna. Uno enciende la televisión, le echa un vistazo al periódico y ahí están ellos, los africanos, convertidos en una cifra, “un problema”. “El vértigo y la vacuidad de la noticia informan y anestesian. Lejos de estimular el juicio crítico, venden un producto cerrado, para ser consumido sin metabolizar”, sostiene el periodista zarauztarra Martín Aldalur, autor de Clandestinos, un libro de impagable factura centrado en la inmigración africana que llega en patera y cayuco. A lo largo de los 300 testimonios que recoge el libro, sobrevuela otra frase: “A todo el mundo le preocupa el tema de la inmigración, pero a nadie le interesa”. La sentencia, en todo caso, no acaba de ser del todo cierta, al menos si se escucha a personas como Galparsoro que, después de tantos años, siguen en la brecha.

¿Qué ha sido de tantas personas que en su día llegaron en patera, en cayuco? ¿Viven entre nosotros? El abogado responde sin titubeos. “Esta misma tarde voy a estar con uno de ellos (la entrevista se realizó el miércoles). Sobrevivió a una travesía de nueve días procedente de Gambia. He tenido varias citas con él, y cuando le pregunto sobre su vivencia, sobre el viaje que realizó, cuando le interrogo sobre todo ello para facilitar mi trabajo, dice que no puede responder, que no me puede contar nada”.

¿Por qué ha levantado ese muro? “Javier, prefiero no hablar. Eso me responde. Sigue teniendo abierta una herida muy grande. Llegó en muy mal estado hace dos años y medio. Ahora tiene 21, y probablemente en su viaje asistió a alguna muerte o alguna situación dramática”, aventura el letrado. Un testimonio que guarda relación con otros tantos. Una trágica experiencia que acaba por convertirse en un revival que le lleva a otros muchos escenarios.

El escritor Juan Goytisolo dice que no tenemos raíces, sino pies, y que caminamos. La inmigración del África subsahariana lo ha hecho en los últimos años sobre la superficie del mar. En su exhaustivo trabajo, estremece el relato recogido por el periodista Aldalur de tres guardias civiles pertenecientes al Servicio Marítimo de Las Palmas, policías cuyo cometido es interceptar pateras y cayucos antes de su arribo a la costa. Uno de los agentes relata el impacto visual y sensitivo cuando estas personas finalmente tocan tierra. “No se puede describir. El hedor es impresionante. Vómitos, heces, orina. Es olor humano reconcentrado. Huele a miseria”, describe.

La mayoría de los naufragios ocurren a la hora del desembarco. Juan Medina, a quien se le ha llamado el “fotógrafo de la inmigración”, retrató el horror una noche de 2004, cuando se embarcó con la Guardia Civil gracias un permiso que pidió la agencia Reuters. Había una patera que estaba relativamente cerca de la costa, en la Punta de las Burriquillas en Fuerteventura.

sin fuerzas

Ni siquiera para gritar

Después de varios días desafiando a la muerte, los polizones vieron por fin luz, una embarcación, y todos se apresuraron para subir a la vez. “Se dio la vuelta la patera. Rápidamente empezaron a lanzar salvavidas y empezaron a subir a gente como se pudo. Desaparecieron once personas. No deja de ser sorprendente cómo no murieron más”, confiesa el fotógrafo en Clandestinos.

Un agente que participó en el rescate recuerda que “todo fue muy rápido, una noche de mal tiempo, cerca de la costa. La patera estaba sobrecargada, con más de 40 personas. Estaban muy nerviosos porque les enfocamos con un foco”, recuerda el policía.

Todos eran subsaharinos. Muchos se pusieron de pie y, al parecer, empezaron a pelear entre ellos para subir a la patrullera, justo cuando la patera se desequilibró y volcó. El agente que allí se encontraba reconoce que hubo gritos, pero no tantos como puede imaginarse porque “no tienen fuerzas ni para alzar la voz”. “Están con la cabeza fuera, giras la vista para ver a otro y cuando vuelves esa persona ya no está. Les lanzas un aro y no saben cómo agarrarlo, o cómo agarrar un chaleco. Es dramático y extraño, por el pánico”. Las imágenes que tomó de aquel drama le valieron el prestigioso premio World Press Photo.

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