Torturas a saharauis

"Me tuvieron catorce días colgado de los pies; lo llaman "el avión", pero no sé por qué"

Mohamed Ali es un represaliado saharaui que fue "secuestrado" por la Policía marroquí en 1999 w Estuvo detenido seis meses y permaneció con los ojos vendados durante todo ese tiempo

Deia, Iñaki Mendizabal Elordi, 01-05-2010

BILBAO. Mohamed Ali habla bajito, vocaliza despacio y masculla las palabras de un idioma que no es el suyo. Trata de explicar el momento de su detención, los seis meses de reclusión en la Cárcel Negra de Al Aaiún, las torturas, las vejaciones, las amenazas. Una experiencia atroz que vale por toda una vida. Aunque hemos modificado los tiempos verbales, Ali narra lo vivido en presente, fruto de su renqueante dominio del español; podría tratarse también de una extraña artimaña del subconsciente, que seguiría enterrado en su terrible pasado, hurgando en las heridas. La amplia sonrisa de Mohamed sale a desmentir cualquier teoría oscura.

Mohamed Ali Hmadi nació en Al Aaiún, en 1981. Le detuvieron en 1999, cuando tenía 18 años. Había participado en una manifestación, cinco días después le detuvieron y empezó a vivir una pesadilla de la que despertaría seis meses más tarde. “No me acusaron de nada”, asegura Mohamed, “aunque a muchos les acusan de traficar con drogas. No tuve abogado, no me leyeron mis derechos… Los interrogatorios se sucedieron durante días, me preguntaban en qué grupo estaba, quiénes eran los líderes. Me metieron la cabeza en un cubo de orina y me pegaban con tubos de cobre. De ahí salió el tumor del brazo izquierdo”. Ali persigue con sus cálidos ojos la manga de camisa que esconde el fantasma de su extremidad.

Le mantuvieron seis meses con los ojos vendados y las manos atadas, “y catorce días colgado de los pies; ellos lo llaman taiara, el avión, pero no sé por qué. Para beber el agua que me echaban desde arriba tenía que hacer un esfuerzo terrible, doblando el cuello. Perdí la conciencia. Al final olía tan mal que decidieron soltarme. Me llevaron al desierto y me dejaron de rodillas en mitad de una carretera solitaria. Cuando abrí los ojos por primera vez en seis meses creía estar soñando. ¡Estaba vivo! Pasaron algunos coches, pero al parecer les di miedo y no pararon. Tuve que regresar a casa andado. Cuando llegué me pasé dos días en la cama, durmiendo”. Le atendió un enfermero saharaui, pues no quiso presentarse en un hospital por miedo a que volvieran a detenerle. Aún no se explica por qué le dejaron vivir. “Mis familiares nunca supieron dónde estaba. No informan a las familias. En 2005 desaparecieron 15 jóvenes y nunca más se supo de ellos. Dos eran íntimos amigos míos. Podría haberme pasado lo mismo, pero tuve suerte”, apunta Ali. Las palizas le provocaron una grave infección en el hombro izquierdo y tuvo que presentarse en un hospital, donde le diagnosticaron un cáncer. Le operaron pero salió mal. Volvieron a operarle en el 2002 y le quitaron el brazo. “Más tarde contacté con asociaciones francesas y lograron sacarme de allí. Una última operación me limpió el tumor”.

Ali ayuda a los saharauis que residen en Bizkaia, aunque él se encuentra en situación irregular, ya que España le niega el estatus de refugiado político y hace dos años que se le acabó el permiso de residencia. “España no hace nada por solucionar el conflicto, la ONU no hace nada, la Unión Europea no hace nada, y mientras tanto nos están cazando como a animales”, denuncia el joven. “En los territorios ocupados los saharauis son menos del 30%. Somos minoría en nuestro propio país, pero aún así Marruecos no se atreve a convocar un referéndum, no se fía ni de sus propios ciudadanos”, subraya Ali, que no se muestra muy optimista respecto al futuro de su pueblo: “Nos están masacrando. La única salida posible es la guerra; por lo menos moriremos con dignidad”.

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