El velo de la discordia

La Vanguardia, Política, 23-04-2010

Y di a las creyentes que bajen la mirada y que guarden su castidad, y que no muestren sus atractivos, sino lo que de ellos sea aparente; así pues, que se cubran el escote con el velo. Y que no muestren sus encantos a nadie salvo a sus maridos, sus padres, sus suegros, sus hijos (…) y que no hagan oscilar las piernas a fin de atraer la atención sobre sus atractivos ocultos".

Es el catedrático de política argelino – francés Sami Nair quien nos recuerda este versículo del Corán en el que se hacen recomendaciones –pero no órdenes o prohibiciones tajantes– sobre el concuspiscente balancear de piernas o cómo cubrirse la cabeza si se es creyente. Nair ha defendido la necesidad de la ley francesa –ley Stasi– que limita las demostraciones religiosas al ámbito de lo privado: pero Francia, además de su vocación laicista y republicana, tiene una población musulmana que triplica la española.

El conflicto surge cuando hablamos de una libertad individual, que ni pone en peligro ni coarta las libertades ajenas, y que resulta difícil de explicar. ¿Por qué se pone el velo una chica? ¿Se lo imponen sus padres? ¿Lo hace porque es una estricta observante del islam? ¿Lo hace para reafirmarse culturalmente frente a la cultura dominante del lugar donde vive? ¿O lo hace meramente por estética, por tocar las narices, o como seña de identidad?

“Centrarse en qué lleva o no lleva la gente en la cabeza, con permiso, es mear fuera del tiesto. Cada mujer lleva el velo por motivos diferentes”, ha dicho en alguna ocasión Najat el Hachmi, la escritora catalana de origen magrebí que tan bien ha descrito en El último patriarca el brutal sometimiento de la mujer a los caprichos del hombre en Marruecos.

En Madrid llevamos toda la semana preguntando por qué Najwa Malha, de 16 años, se empeña en llevar la cabeza cubierta en un instituto de Pozuelo de Alarcón. El centro regula para impedir que las clases se llenen de raperos con la gorra calada hasta las cejas… y se da de bruces con un debate que cruza Europa y apela tanto a los instintos más bajos –el miedo a lo extranjero, el racismo, la islamofobia– como a los debates más intelectuales, ¿debe predominar el derecho superior a la enseñanza de una niña frente a las normas de una escuela? ¿Son admitibles las excepciones?

Es inútil tratar de plantear una ley que ponga fin a este problema, porque ni siquiera tiene esa categoría en institutos donde otras Najwas van a clase con pañuelo sin que sea ni noticia, ni problema. Por lo demás, no hay ni un solo estado europeo, y muchos de mayoría musulmana, que haya sido capaz de resolver del debate con leyes.

¿Y si nos pusiéramos de acuerdo en las líneas rojas antes de abarcar lo demás? Se me ocurre que una cosa es no transigir con la ablación del clítoris, la poligamia, o el burka, y otra muy distinta entrar en terrenos difusos. Porque, ¿qué valor de la tradición occidental le estamos enseñando a una adolescente a la que no permitimos que se cubra la cabeza porque, de hacerlo, la presuponemos una marioneta?

“Alta traición”
“No amo mi patria. / Su fulgor abstracto / es inasible. / Pero (aunque suene mal) / daría la vida / por diez lugares suyos, / cierta gente, / puertos, bosques, desiertos, fortalezas, / una ciudad deshecha, gris, monstruosa, / varias figuras de su historia, / montañas / y tres o cuatro ríos”. El mexicano José Emilio Pacheco, recibe mañana el premio Cervantes: “Parezco una estrella de cine”.

La guerra del agua
Mientras arrecia la polémica sobre el Constitucional y su legitimidad o no para pronunciarse sobre el Estatut, el castellano – manchego naufraga. El presidente Barreda lo retira porque no cuenta con los votos del PP. De Cospedal se ahoga entre sus dos devociones: los de su tierra, contrarios al plan actual del trasvase Tajo – Segura, y la presión de los barones de Murcia y Valencia.

La hormona de Messi
Las hormonas del crecimiento que se inyectó Messi de niño en Argentina, y que (dicen) le permitieron alcanzar la estatura suficiente para brillar entre los grandes, se han convertido en un problema nacional. El tratamiento sólo lo financia la Seguridad Social en algunos casos concretos, pero los médicos cada vez las recomiendan más, y los atribulados padres apechugan con cifras astronómicas o con la burocracia de los comités que deciden qué casos se tratan y cuáles no.

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