El futuro incierto de Bop

Cuatro años después de llegar a Hondarribia, sigue esperando un trabajo que no llega. Este joven senegalés pone voz al calvario de arrancar cada día cruzando los dedos para regularizar su situación.

Diario de noticias de Gipuzkoa, Jorge Napal, 22-04-2010

El joven sigue la estela que dejan los pesqueros sobre la superficie del mar como si de un añorado objeto de deseo se tratara. Algún día le gustaría poder embarcar en uno de ellos, ganarse el jornal con un oficio que aprendió en Senegal, su tierra natal, poco menos que un sueño. Mamadou Bop acude a la cita haciendo gala de una cuidada puesta en escena. Luce un reloj, cuando menos aparente, y unos pantalones que en conjunto con su camiseta y un visible collar no deslucen precisamente su imagen. Pero no se trata más que del cascarón. Basta rascar un poco en su vida para constatar, nunca mejor dicho, que la profesión va por dentro. Cuatro años después de llegar a Gipuzkoa sigue sin papeles y con un futuro todavía incierto.

“Llegué el 17 de mayo de 2006 y al principio no había ningún problema para trabajar. Así lo hice en un pesquero de Santoña, donde me hacía a la mar, fue en 2008 cuando comenzaron los problemas”, asegura el joven, de 29 años. La entrevista tiene lugar frente al puerto donde el trasiego de compatriotas que corren la misma suerte es constante. “Mira, ahí van otros dos morenos”, suelta el chaval con una jerga que han hecho suya. “Casi todos los morenos que vivimos en Hondarribia somos senegaleses”.

El joven, de 29 años, se frota sus brazos fornidos, que sigue ejercitando sin desmayo en el polideportivo de la localidad, a la espera de una oferta de trabajo que, por el momento, se escurre entre los dedos como si de arena se tratara. Nadie le puede garantizar un contrato por espacio de un año y, mientras tanto, su situación administrativa irregular le aboca a unas condiciones de vida vulnerables. “Es lo peor. Paseas por la calle y nunca sabes si te va a pasar algo. Un día me detuvieron en la Estación de Irun y tuve que pagar una multa de 301 euros”, explica el joven. Entre las dos posibilidades que contempla la ley por estancia irregular le tocó, al menos, la menos dramática.

Las condiciones de vida son duras, pero vive con tres primos que tienen trabajo y le arropan mientras las cosas vayan mal dadas. “Nuestra cultura es así”, zanja él con la naturalidad de quien describe una obviedad. Ante este tipo de situaciones, la cultura africana, al menos la de su país, se presenta como una lección de vida para las sociedades occidentales cada día más escoradas al individualismo. “Apoyarnos cuando la situación está mal es algo que aprendimos desde pequeños”, confiesa él mientras ve zarpar un pesquero.

Sus padres, entretanto, con quienes habla por teléfono cuando puede, aguardan noticias de él en Senegal. Al aparato también suelen ponerse sus cuatro hermanas, siempre pendientes de las andanzas en la aventura europea de su hermano. “Yo les digo que algún día habrá suerte”, relata el joven, que no tiene más que palabras de elogio a la acogida que le ha brindado la localidad de Hondarribia durante todo este tiempo.

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