Del estado de gracia del artista maduro surge ´Verano´, la tercera e impresionante entrega tras ´Infancia´ y ´Juventud´ de las "escenas de una vida provinciana", la trilogía novelada de las memorias del Nobel sudafricano

Coetzee visto por él mismo

Política de apartheid en una playa cercana a Ciudad del Cabo. En la página siguiente, el novelista sudafricano J. M. Coetzee GETTY IMAGES / REUTERS

La Vanguardia, ROBERT SALADRIGAS , 14-04-2010

En los sesenta del siglo pasado Editions du Seuil publicó una colección de manuales en pequeño formato dedicados a grandes escritores (Ecrivains de toujours)bajo el título de Par lui même,serie de la que me hice adicto. El responsable de cada uno de los libritos presentaba el retrato del autor a través de sus propios textos y de juicios ajenos. Hubo dos entre tantos que todavía considero memorables: Melville par lui-mêmea cargo de Jean-Jacques Mayou y Gorki par lui-mêmede Nina Gourfinkel. Los he recordado al leer el último y excepcional libro de J (ohn) M (axwell) Coetzee (Ciudad del Cabo, Sudáfrica, 1940), Verano (Summertime.Part 3 of scenes from provincial life).Como puede verse, el título original inglés es mucho más orientativo que el de las traducciones castellana y catalana.

Antes de proseguir, quiero dejar clara mi admiración por el libérrimo universo narrativo de Coetzee, por su manera seca, cortante, precisa de contarlo, y por su inagotable capacidad de asumir riesgos, sin cometer errores, cuyo resultado es que a ninguna de sus obras es fácil colgarles etiquetas convencionales. Eso lo descubrí hace bastante tiempo al leer dos de sus primeros libros, Esperando a los bárbaros y Foe,una recreación imaginativa del mito de Robinson que me pareció maravillosa. Luego vinieron La edad de hierro,Vida y época de Michael K.,Desgracia,El hombre lento (gran novela sobre la vejez), todas ellas sin duda obras maestras en las que merecía la pena detenerse y que justificaban de sobra la concesión del Nobel en el 2003. Pero sólo unos meses antes del premio, en octubre del 2002, tras la muerte por accidente de W. C. Sebald, publicó en estas páginas de Cultura/ s un artículo (El vértigo de Sebald)en mi opinión significativo, porque leyéndolo me hizo pensar que algunas de las reflexiones que le sugería la singular personalidad literaria del malogrado autor alemán eran aplicables a él. Luego me lo confirmó el capítulo que dedica a W. G. Sebald, al natural,en su libro de ensayos Mecanismos internos (Mondadori, 2009).

En el artículo citado – Coetzee es un avezado crítico-escribía de Sebald que “su carrera académica había sido buena, aunque no excepcional” – tampoco la suya-y observaba: “La narración se entremezclaba con el relato de viajes, la biografía (no estaba claro si se trataba de personas reales o ficticias), los ensayos eruditos, los sueños…”. Veamos cómo Coetzee sigue esa pauta. En 1997 aparece Infancia. Escenas de una vida provinciana,y cinco años más tarde Juventud (Youth),esta vez sin subtítulo, un doble intento, diría que hermoso, perfecto, de elaborar una memoria ficcional o, tal vez, una falsa – ¿en qué medida falsaoauténtica?-aunque deslumbrante autobiografía
en la que, como en Sebald, no está claro lo que es real y lo que es ficticio. Al fin y al cabo Infancia y Juventud son novelas de formación de un personaje con vocación de escritor, educado entre Worcester y Estados Unidos, y el escenario es la Sudáfrica mesetaria, estratificada y racial, que Coetzee, esa extraña criatura libre que es Coetzee, retrata con aspereza en sus libros. En ambos episodios el protagonista del relato es él,forjado por un narrador omnisciente que a duras penas consigue tener el yo bajo severo control.

Pero transcurridos otros siete años, imagino que Coetzee, en pleno dominio de todos sus recursos técnicos, se siente atraído por el riesgo extremo y de ese estado de gracia del artista maduro surge Verano,tercera entrega – y probablemente la última-de las “escenas de una vida provinciana”, la trilogía novelada de su memoria. Se abre el libro con las entradas de un supuesto Cuaderno de notas 1972-1975 de J. W. Coetzee, de cuando él con 30 años y su anciano padre viven solos en una casucha de Tokai Road, un barrio suburbial de Ciudad del Cabo próximo a la prisión de Pollsmoor.

Acto seguido averiguamos que J. W. Coetzee ha muerto en la cima de su prestigio y un joven inglés, un tal Vincent, que no le conoció, proyecta escribir su biografía y para recabar datos personales entrevista e interroga a una antigua amante casada, un colega universitario, una prima de la saga de los Coetzee, una bailarina brasileña de la que estuvo prendado y una profesora francesa. Aquí, pues, con saña luciferina Coetzee se desmenuza, se tritura a sí mismo, escudriñado por las miradas inclementes de los otros y el cuadro resultante es de una crudeza sobrecogedora, un ejercicio de masoquismo penitencial como tal vez no se haya dado otro similar en la historia de la literatura contemporánea. Pienso en Cheever, en Bukowski, en Brodkey, en Burroughs, y ninguno de ellos llegó tan lejos en su desgarrador propósito de distorsionarse y humillarse a la vista del mundo. ¿Por qué se detesta?

“No es un gigante”

El Coetzee que traza Coetzee es un outsider social, lingüístico y político, en el complejísimo paisaje sudafricano escindido entre la tiranía de la minoría afrikáner y la sumisión de la mayoría negra; un hombre introvertido, cauto, incapaz de abrir el corazón a los demás, ya las mujeres que quisieron su amor, ya los miembros de la familia o su propio padre, al que dedica los últimos fragmentos sin fecha del Cuaderno de notas,páginas de tal lividez emotiva que realmente dejan aturdido. Respecto al Coetzee escritor se le recrimina su frialdad, su falta de ambición por decir cosas no dichas antes por nadie, su carencia de pasión, todo lo cual le convierte en un creador de talento, sin duda dotado para la escritura, pero francamente, concluye una de las voces, “no es un gigante”.

Después de leer el libro, tan sabia y magistralmente estructurado, bajo el asombro quemeha producido deduzco que Coetzee se ha visto a sí mismo, ha escrito sobre sí mismo, desde el nivel más profundo del territorio de la conciencia, aquel espacio sin límites donde la soledad helada imprime lucidez y realismo a la introspección. ¿Quién es este sujeto que ni siquiera plantea justificarse? ¿Hay en él un sustrato romántico que le hace gozar de la desdicha? ¿Busca una catarsis? El caso es que no ha vacilado en anticipar su muerte amparándose en la ficción, como si quisiera imaginar el rigor con qué puede ser juzgado por los demás cuando realmente no esté.

Me pregunto hasta qué punto le importa a un autor de su talla, avalado por una obra sin apenas fisuras, el veredicto del futuro. Pero lo cierto es que sí parece inquietarle. En un pasaje del testimonio de Julia, la mujer casada, le pregunta qué cree que ha de ser un libro, yél no duda en responder: “Una apuesta de inmortalidad”. ¿No es de una franqueza conmovedora? Inmediatamente se las arregla para exponer su pesimismo ante el porvenir, no sólo de su obra.

J. M. Coetzee pertenece a la oscura estirpe de los innovadores literarios, capaz – como escribió de Sebald-de elevar lo prosaico (la vida) hasta el nivel de la poesía. Eso sucede en Summertime.Un gran libro, en definitiva.

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