Crónica negra: Jóvenes, españolas y en la calle

La Razón, 11-04-2010

Mujeres más jóvenes y prostitución más barata y la vuelta de las españolas al oficio. Eso es lo que trae la crisis al tráfico sexual. Según Save The Children, en España podría haber unos 20.000 menores en manos de redes sexuales y un número importante sufrirían abuso.  La Guardia Civil,  que se ocupa del control en las zonas rurales, cuantifica que, según los últimos años computados, más de 2.500 chicas menores de edad estaban, de una u otra forma, en las redes de prostitución.  
     Mientras que la pornografía infantil es fácilmente detectable y representa en sí misma una prueba del delito, el acuerdo carnal con menores resulta muy difícil de probar. A medida que en nuestro país empeora la situación de la mujer prostituida, los ministerios de Interior e Igualdad manejan cifras que indican que la prostituta en España es una joven mayor de edad, entre los veintitantos y los treinta, y extranjera.
     Algunos cálculos optimistas sitúan las cifras de mujeres prostituidas en cerca de las 80.000 en todo el territorio nacional, de las que el 80 por ciento  no serían españolas. Pero mientras se elaboraban estos datos, el mercado progresaba cambiando para peor el panorama: la crisis ha echado a la calle a mujeres españolas que ya se pueden encontrar disputando clientes en plazas y caminos rurales. Las chicas que pueden contemplarse en  los lugares habituales de prostitución han variado de aspecto: priman las jóvenes o muy jóvenes y se detectan muchas de procedencia rumana.
Volver a la esquina
La falta de dinero, el paro, el frenazo del gasto en diversión y ocio han hecho que los grandes clubes de antaño sufran caídas espectaculares en su recaudación y las mujeres tengan que abandonar el «lujo» conquistado para volver a las esquinas en peores condiciones.
    En carreteras y clubes aparecen mujeres provocativas, bellas y sospechosamente jóvenes, que exhiben documentación de mayores de edad. Incluso en algunos recodos del camino o calles se muestran desnudas. Está claro que el descenso del consumo exige medidas radicales. Se ofrece sexo dudoso, sin condón, con toda clase de peligros y a precios de derribo. Fuentes policiales indican que los proxenetas aplican una presión muy fuerte. Las chicas reciben golpes y amenazas, todo bajo la ley de la «omertá» que obliga a callar por el bien propio y el de familiares y amigos.
        En cuanto a los precios, hay unos estándares que sirven de referencia: en la calle, 30 euros un completo; 20, sexo oral. En el interior de un local hay que pagar 10 euros a la entrada y poner al menos otros 70 para pasar una media hora con una de estas jóvenes. Además, dentro, los caprichosos están excluidos: se suele exigir protección contra las enfermedades.
      El material humano que puede encontrarse se reparte por zonas: mujeres del Este, subsaharianas y españolas. Sorprende el creciente aumento de las españolas que ejercen en la calle o en el coche, al mismo nivel que las rumanas, por precios competitivos, y con el mismo descaro. Si les preguntas qué hace una chica como tú en este muladar, te dicen que son de familia desestructurada, con hijos y necesidades urgentes. No llevan ropa interior y apuestan decididas por un poco de sexo en una cuneta a cambio de dinero negro que pagará la cuenta de la compra.
      Los chulos que manejan el tráfico de blancas suelen ser mafiosos fuertemente jerarquizados que trabajan con grandes movimientos de pupilas. Una de las fórmulas es montarlas en furgonetas y hacer que recorran diversas regiones escapando  al control policial.
Adiós «casa de lenocinio»
Lo peor de la prostitución es que allí donde se instala degrada el entorno, baja el precio de las viviendas y llena de molestias a vecinos y viandantes. La prostitución atrae a toda clase de delincuentes: empezando por los soldados de otras mafias que celebran sus éxitos buscando mujeres de alquiler. En brazos de prostitutas se refugian atracadores y sicarios. Y entre los grandes capos, se disputan las barriadas de mejor actividad.
        Hay un repunte de enfermedades venéreas, un exceso de sexo turbio en la vía pública y una incesante actividad de matones, sirleros (navajeros) y traficantes de droga, rodando entre las reinas más jóvenes de la prostitución. Entre el público hay de todo: desde el oficinista entregado y discreto al borrachín rebelde. Todo menos aquella paz perdida de las casas de lenocinio de antes, donde D. Juan y D. Julián, sentados a la mesa camilla, se intercambiaban las muchachas después de haber tomado café, con aquel estoicismo del general francés en la batalla: «Señores ingleses, disparen Vds. primero».

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