Una estabilidad nada solidaria

Diario Sur, GERARDO ELORRIAGA, 04-04-2010

Windhoek, la capital de Namibia, cuenta con menos de 300.000 habitantes y, sin embargo, hay todo un mundo entre su barrio de Pioneers Park y el suburbio de Katutura. El primero es un área residencial poblada por blancos que gozan de un nivel de vida similar al europeo, mientras que el segundo constituye la zona que las extintas reglas del ‘apartheid’ adjudicaron a la mayoría negra indígena. Según el coeficiente de Gini, indicador que mide la desigualdad de la riqueza, no hay otro país en la Tierra que muestre tanta divergencia entre los ingresos de sus ciudadanos más acomodados y los menos afortunados.

La república austral acaba de celebrar sus veinte años de independencia, marcados por una democracia y una estabilidad excepcionales en África. Por desgracia, también hay quien asegura que la antigua colonia germana no es aún el Estado moderno que pretende. Además de conmemorar el aniversario, la semana pasada Namibia asistió al juramento de Hifikepunye Pohamba como presidente por un segundo mandato consecutivo. El sucesor de Sam Nujoma, el padre de la patria, también pertenece al Swapo, el partido surgido de la principal guerrilla secesionista.

Cuando Namibia obtuvo su autogobierno en 1990 el 75% de las tierras cultivables pertenecía a la población de origen europeo, en torno al 6% del total. La antigua África del sudoeste había sido ocupada por el imperio alemán en 1878 y, tras la derrota en la I Guerra Mundial, cedida a Sudáfrica por Naciones Unidas. La potencia vecina la convirtió en una provincia más, impuso la discriminación racial y estimuló su explotación por la minoría de piel pálida. A mediados del siglo pasado, los nativos fueron expulsados de territorios como el que alberga las mansiones de Pioneers Park para establecer la división urbana en función del color de la piel.

El país se convirtió en un codiciado tablero de lucha a partir de los años setenta. Sudáfrica lo utilizó para implicarse en la guerra de Angola a favor de las fuerzas anticomunistas, mientras que rusos y cubanos apoyaban la insurgencia. Cuando la presión militar y, sobre todo, la acción internacional, consiguieron la liberación definitiva, la posibilidad de constituir un régimen de partido único y la expulsión de los terratenientes también parecía factible.

La realidad posterior se demostró más compleja que en Zimbabue porque la flamante república, fruto de la ingeniería política occidental, no admitía decisiones drásticas. La mayor parte de la superficie de Namibia está cubierta por desierto y las escasas áreas productivas se asientan en trece comunidades que aún privilegian los vínculos tribales.

Sin revanchas

El régimen favoreció un Estado de derecho modélico, no practicó el revanchismo con los antiguos dominadores y favoreció la liberalización del sistema productivo para atraer inversiones extranjeras. Pero la historia no es absolutamente feliz. A la falta de cohesión interna, se ha sumado el conflicto segregacionista de Capribi o su implicación en los conflictos vecinos. Nujoma, tan homófobo como Mugabe, apoyó al Gobierno dictatorial de Harare y se implicó militarmente en la guerra de Congo, al parecer para satisfacer los negocios mineros del clan familiar.

Sin embargo, la corrupción no es un vicio especialmente relevante de la gestión pública nacional, reconocida por su buena gobernanza. Más grave resulta la exposición a problemas comunes a todo el cono sur del continente, como la dependencia económica de Sudáfrica o el azote del sida, que afecta al 23,1% de sus habitantes. En suma, a lo largo de estas dos décadas, el abismo entre una minoría opulenta y la mayoría, con tasas de paro que alcanzaron el 51,2% en 2008, se ha mantenido o crecido. Namibia – gran proveedor de diamantes – sufre las repercusiones de la retracción del comercio internacional y las dificultades de su poderoso vecino.

La diferencia entre la pujante vida urbana en Windhoek y Walvis Bay – el principal puerto – y los modos rurales del resto de la población complican aún los esfuerzos integradores. La tendencia a buscar otro horizonte alimenta la periferia de las ciudades y como anillos de miseria, los asentamientos informales crecen a un ritmo del 10% anual. Si la imaginación de las autoridades namibias no lo impide, todo parece presagiar que la distancia entre Pioneers Park y Katutura seguirá siendo la más grande del planeta.

Texto en la fuente original
(Puede haber caducado)