Las políticas de la prostitución

El País, ENRIC SANCHIS, 04-04-2010

El debate sobre la prostitución quedó oficialmente zanjado (en falso) en 2007, cuando las Cortes españolas aprobaron el informe de la comisión mixta de los derechos de la mujer. Allí, frente a quienes reclamaban derechos laborales para los trabajadores del sexo distinguiendo entre prostitución voluntaria y forzada, se asume la tesis abolicionista dominante de que nadie puede elegir libremente vender su cuerpo.

La investigación social sugiere que casi todas las prostitutas están situadas en un punto intermedio del continuum que va de la coerción criminal a la opción vocacional, soportando distintos grados de constricción (que no determinación) estructural. Hay pues prostitución voluntaria: la que se elige racionalmente como fuente de ingresos en un contexto que limita pero no elimina las alternativas.

La prostitución tiene varias puertas de entrada y se practica de formas diversas: a tiempo completo o parcial, recurrente u ocasionalmente. Las políticas de intervención basadas en el estereotipo de la víctima de explotación sexual obvian esta diversidad y provocan efectos perversos. Con el ánimo de que el debate se replantee en términos menos crispados someto a consideración lo que sigue.

Toda política requiere un diagnóstico previo que no confunda ser y deber ser, hechos y valoraciones. Fundamentar opciones políticas legítimas en hechos distorsionados sólo lleva a callejones sin salida. Y en España se tergiversan hasta los datos básicos. La hiperpublicitada cifra de 300.000 prostitutas al menos duplica el número de mujeres en el sector. Las políticas derivadas de tal lectura de los hechos van a producir el mismo resultado que las que intentan acabar con la inmigración irregular blindando fronteras y desmantelando redes criminales de tráfico de personas. La prostitución exige políticas diferenciadas; el objetivo de erradicarla no debería pagar el peaje de complicar más aún la vida de las mujeres que se la ganan con ella.

Todas las políticas tienen efectos no deseados. Desde las neoprohibicionistas inspiradas en el abolicionismo hasta las neorregulacionistas laboristas, como reconocen muchos de los que las propugnan que no necesariamente simpatizan con el oficio. También la de dejar las cosas como están, que es lo que está propiciando la retórica abolicionista y lo único que está haciendo la Generalitat valenciana.

La colonización del sector por inmigrantes añade complejidad al tema. La represión de la trata no puede ser el caballo de Troya de procedimientos de control de la inmigración poco compatibles con la sensibilidad democrática. El discurso abolicionista del rescate muestra todas sus contradicciones y limitaciones ante las inmigrantes en prostitución, pues la mayoría de lo único que quieren escapar es de su condición de sin papeles. Las políticas de prostitución tienen que diseñarse en estrecha coordinación con la de regulación de los flujos migratorios.

Desde finales del siglo XIX las políticas de prostitución han atacado problemas como la preservación de la moral y buenas costumbres, seguridad ciudadana o higiene y orden públicos. Desde mediados del siglo XX la prostitución ha pasado a ser también otro escenario donde librar la guerra de sexos contra el patriarcalismo y por la dignidad de todas las mujeres. Aquí y ahora no estaría de más plantearse como objetivo prioritario mejorar la situación de todas las mujeres en prostitución.

De la minoría sometida a coerción criminal. Para esto y poco más sirven las recomendaciones del informe citado. De las que entraron empujadas por la constricción estructural y quieren dedicarse a otra cosa. Pero si la alternativa es el servicio doméstico siempre habrá quien prefiera aguantar las impertinencias del señorito en la cama antes que en la mesa. De las que la utilizan como fuente válida de ingresos y consideran que aún no ha llegado el momento de dejarla. Éstas no necesitan ser rescatadas y también tienen derecho a vivir y trabajar en paz. Su problema no es la prostitución sino las condiciones que a menudo tienen que soportar para ejercerla, así como el estigma que la acompaña. Atacar ese estigma antes que toda forma de prostitución tampoco es mal objetivo.

Es sobre todo la situación de estas mujeres lo que obliga a reflexionar sobre la cuestión del reconocimiento de derechos laborales, en absoluto sencilla. Primero, por las posibles consecuencias perversas. Las de no reconocerlos son evidentes, pero ¿habría que hacerlo sólo con las autóctonas para evitar el efecto llamada como se hace en algunos países neorregulacionistas? Segundo, por la composición heterogénea del colectivo. Distingamos al menos entre profesionales y oportunistas. Entre las primeras están las líderes laboristas, mujeres emancipadas cuyas reclamaciones merecen ser escuchadas sin que la histeria abolicionista lo impida. Entre las segundas, muchas de las que no habría que preocuparse demasiado porque se cuidan solas. A éstas los derechos de las prostitutas no les quitan el sueño; sólo quieren pasar desapercibidas, que miremos hacia otro lado y no nos inmiscuyamos en sus asuntos.

Las laboristas tienen derecho a reclamar la normalización de la prostitución como trabajo, y la sociedad a seguir negándole legitimidad. ¿Qué hacer? Conjugando la ética de los principios con la de la responsabilidad podrían ensayarse soluciones de compromiso, combinar el objetivo último de erradicar la prostitución con el inmediato de mejorar las condiciones de vida y trabajo de las prostitutas. Para orientar el celo policial más hacia los clientes poco recomendables y menos hacia quienes se ganan la vida con ellos no hacen falta innovaciones normativas. Apelando al pragmatismo puede concebirse una vía intermedia entre el sí y el no formal al reconocimiento de derechos: asumir que es ilusorio pretender regular de manera inequívoca éste y otros ámbitos de la vida social particularmente delicados y reconocer de hecho, por la puerta de atrás, el acceso a derechos. El resultado no es evidente, pero si se sacara la reflexión sobre la prostitución del ámbito de la sociología de la marginación y se ubicara en la del trabajo quizá podrían verse las cosas con más claridad.

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