Carta de un cooperante: Europa, la ilusión más cara del mundo

La Razón, 01-04-2010

Vergüenza, vergüenza es lo que me invade… cada día que salgo a trabajar, a “asistir” a los beneficiarios. Trabajo para una organización no gubernamental internacional de ayuda humanitaria en Marruecos, más precisamente en Oujda, una ciudad en la frontera con Argelia, donde asistimos médica y psicológicamente a inmigrantes subsaharianos provenientes de diferentes rincones de África.

Vemos todos los días las miradas cada vez más desesperadas de los inmigrantes intentando, por cualquier medio, alcanzar el sueño de llegar a Europa. Sueño que, desde que salen de sus países de origen, se convierte en una pesadilla interminable. Algunos de ellos escapan de persecuciones políticas, otros de guerras civiles, pero en su inmensa mayoría huyen de una situación económica y social deplorables.

“Cuando creces en un país donde la miseria está por todas partes, donde trabajas duro y no obtienes ni para el día, y donde ni tus padres ni tus abuelos, ni siquiera tu hermana pequeña tienen lo suficiente para comer, te empiezas a preguntar si debes esperar hasta enterrarlos a todos para hacer algo”, me decía un camerunés de 28 años, que dejó a su familia hace 4 meses para intentar enviarles ayuda desde Europa.

En Oujda la vida es dura. Los inmigrantes que llegan de países como Nigeria o Camerún sufren de diferentes formas, la mayor parte de ellos viven en tiendas hechas de mantas y plásticos en las afueras de la ciudad, comen harina mojada o arroz y pan (muchas veces sólo una vez al día) que consiguen gracias a la mendicidad ya que no pueden trabajar ni acceder a los servicios básicos como la salud o la educación.

Pero lo más grave es que además son víctimas del constante acoso de las fuerzas de seguridad, que a veces los detienen, los golpean o provocan su muerte y otras veces los deportan a la zona fronteriza mal llamada “tierra de nadie” (ya que es la tierra que dominan los cabecillas locales de las redes de tráfico y trata de personas), donde son víctima de robos, golpizas, violaciones, torturas y, otra vez, asesinatos.

Lo que antes era un camino difícil, lleno de peligros e incertidumbres, ahora se ha convertido en una serie de torturas bien planificadas: por medio de mentiras elaboradas, los lacayos de la red de tráfico de personas alientan a sus víctimas a vender sus últimas pertenencias y hasta a endeudarse profundamente para aventurarse a alcanzar la ilusión de una vida mejor, prometiéndoles un viaje corto, seguro y, una vez en Marruecos, un pasaje casi automático a España.

Si bien estas mentiras se desvanecen al poco tiempo de partir, entre ataques de bandidos, robos y violaciones en el desierto, la obsesión por llegar, las deudas acumuladas y la vergüenza de fallar mantienen a la mayor parte de ellos en camino. Pero al llegar a Marruecos… la frontera natural del Mediterráneo se suma a una frontera artificial: patrullas militares y sistemas de control de última generación frustran la mayor parte de los intentos de cruzar a Europa.

“Hace cuatro años que no veo a mi madre y no le puedo contar que durante estos años he visto las cosas más terribles y he sufrido como nunca antes. Ya he perdido todo mi dinero, estoy nuevamente atrapado y no sé qué hacer”, fueron las palabras de un joven ghanés de 19 años que, después de cuatro años de sufrimiento, intentaba la travesía. Fue detenido en una patera intentando cruzar a España y deportado a la “tierra de nadie” en la frontera entre Marruecos y Argelia.

Por supuesto que con las políticas migratorias cada vez más restrictivas de la Unión Europea y el aumento de los controles fronterizos en el mediterráneo, los intentos de cruzar se hacen más difíciles, más caros y más peligrosos, lo cual incrementa proporcionalmente el poder de las redes de tráfico de personas. Estas redes, lejos de prestar un servicio de transporte alternativo, son una máquina perfectamente aceitada para explotar a las personas: a los hombres los torturan, los exprimen, los esclavizan y los matan cuando ya no son útiles. A las mujeres y a las niñas las secuestran, las engañan, las torturan, las violan, les despedazan su dignidad, y les arrebatan toda capacidad de disfrutar, para convertirlas en un producto que seguirá siendo consumido en los prostíbulos o en las calles de Europa.

Bueno, entonces, ante un panorama tan oscuro, cabría preguntarse: ¿por qué no se vuelven?

Y para empezar a responder, podríamos decir que aquellos que todavía son libres de decidir dudan seriamente en atravesar de nuevo el desierto más despiadado del planeta, enfrentar a los bandidos o cruzar los campos minados entre las fronteras, para volver a las condiciones que una vez les obligaron a salir de su país, con las manos más vacías que antes pero esta vez sin guía, sin sueños ni esperanza…

Quizás sea demasiado tarde para muchas de las personas que murieron en el intento de llegar a un continente que promete felicidad y prosperidad, pero todavía estamos a tiempo de evitar que más caigan en la misma red. Debemos despertar, es tiempo ya de dejar de mirar hacia otra parte. No podemos desligarnos, aunque nos repugne la idea, todos somos testigos y partícipes de esta miseria humana. No basta con no provocar daño directamente, no basta con enviar organizaciones para anestesiar el sufrimiento, no basta con horrorizarse leyendo los informes sobre las atrocidades que acontecen en el camino “clandestino” hacia Europa. Las niñas siguen siendo destrozadas, las mujeres siguen siendo explotadas y los hombres siguen muriendo.


 

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