Infierno de los 'sin papeles' en Huelva

El País, LIDIA JIMÉNEZ, 15-03-2010

Faraba Diarra, maliense de 33 años, murió asfixiado el pasado lunes en un asentamiento ilegal de Mazagón (Huelva). Era una de las noches de temporal. Debía de tener mucho frío, y decidió encender una fogata dentro de su chabola, de apenas cuatro metros cuadrados y completamente cubierta de mantas y plásticos atados con cuerdas. Un amigo, que compartía estancia con él, seguía ingresado ayer en el hospital Juan Ramón Jiménez de Huelva. La vivienda, que parece una bolsa de plástico boca abajo y que está situada bajo cuatro pinos, no transpiraba.

La Guardia Civil tuvo dificultades para acceder al asentamiento, un lugar escondido entre caminos de tierra completamente encharcados y rotos. En el poblado Las Madres, situado entre Mazagón y Palos de la Frontera, sobreviven unas 350 o 400 personas. Pero en la provincia suman más de 1.000 los extranjeros sin papeles repartidos en campamentos. La muerte de Faraba Diarra ha sacado a la luz su drama. Cáritas denuncia, “desde el dolor y la indignación”, las circunstancias que padecen estas personas. “Faraba ha muerto como ha vivido: en condiciones indignas. Eso no lo puede permitir un pueblo que se dice acogedor”, señala la ONG en un comunicado.

En total, en la zona hay entre 10 y 15 campamentos, repartidos por razas. Allí viven subsaharianos procedentes de Guinea, Senegal, Malí o Burkina Faso.

Hasta allí se desplaza semanalmente Cáritas. Sus miembros llevan arroz, zumos, un poco de todo. También Cruz Roja echa una mano.

El senegalés André Boissy, presidente de la asociación ANUC, que engloba a las decenas de nacionalidades que viven en otra de las zonas con más asentamientos – los alrededores de Lepe (Huelva) – , asegura que la situación es muy difícil para los inmigrantes. “Necesitamos más ayudas”, repite sin cesar.

En los últimos días también se ven subsaharianos no sólo por los campos, sino también por las calles de los pueblos. La directora de Cruz Roja de Huelva, Charo Miranda, explica que “se entregan mantas, leche, café y, sobre todo, compañía a las personas que pueblan la ciudad por la noche”. Pero los problemas siguen. “No podemos volver y aquí no podemos trabajar”, se desespera Lancine Dambele, de 21 años y también maliense.

Faraba Diarra y su amigo habían recalado hace unos meses en la provincia onubense en busca de trabajo en la recogida de la fresa. Pero no lo encontraron. En la campaña de este año se ha perdido casi un 20% de la plantación y los empresarios, por miedo a las multas, no se arriesgan a contratar a sin papeles.

Los campamentos, fabricados con corchos, sillas de plástico y colchones no soportan bien la embestida del clima. Faraba Diarra prendió la lumbre y se echó a dormir. Su amigo se tumbó cerca, en otro colchón como el suyo, húmedo y apoyado en troncos de árbol que hacían las veces de patas. Al día siguiente sus compañeros se extrañaron de que no salieran a jugar al dominó. Cuando llegaron los servicios de socorro, Diarra llevaba varias horas muerto.

Cáritas espera que “el fallecimiento de Faraba sirva para que se tome conciencia de la situación de los cientos de trabajadores que viven como él vivió”.

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