Geert Wilders, el rubio que odia al islam

El Periodico, 07-03-2010

Hay tres cosas que Geert Wilders no soporta cuando se desplaza, rodeado por agentes de seguridad, por las calles de Holanda: mezquitas, chavales marroquís que incordian a transeúntes y mujeres con velo. Quiere gobernar el país, ganar las elecciones legislativas del próximo 9 de junio, para poder aplicar así tres de las medidas que ya ha ido anunciando. Una: cerrar todas las mezquitas y colegios islámistas que hay en Holanda. Dos: «Un tiro en la rodilla» a los alborotadores de origen marroquí, muchas veces hijos de inmigrantes que forman una problemática segunda generación en ciudades holandesas. Y tres: instaurar el kopvoddentaks, una palabra nueva, inventada por el propio Wilders, que literalmente significa «tasa de trapos de cabeza» y se refiere al cobro de 1.000 euros anuales por un permiso para llevar velo.
La expresión de «trapos» no es casual; Wilders odia los pañuelos que llevan las mujeres musulmanas. De hecho, Wilders odia todo lo que huele al islam. El Corán lo compara con el Mein Kampf de Hitler, lo que le ha costado un juicio que aún debe celebrarse. El profeta Mahoma es «un bárbaro, pedófilo y asesino de masas», según dijo este viernes en Londres, donde presentó su breve documental Fitna, su visión polémica sobre el islam. Y esa religión es, en resumen, «una ideología fascista que promueve el odio y justifica la violencia».
El discurso de Wilders atrapa a una parte cada vez más grande de la población autóctona holandesa. Su victoria parcial en las elecciones municipales, el pasado miércoles, debe ser el trampolín para asaltar definitivamente el Parlamento holandés, en el que aspira a triplicar los nueve escaños que tiene ahora su Partido por la Libertad (PVV). Los sondeos le son favorables.
Wilders, un rubio plateado teñido nacido hace 46 años en Venlo, en el sur del país, es el portavoz más extremo y popular de una Holanda donde parte de la población ha perdido la tópica tolerancia de antaño, sobre todo hacia los inmigrantes. El país y sus líderes reconocen que se han cometido errores con la política de integración, pero donde los partidos tradicionales quieren enmendarlos, Wilders proclama mano dura: «Nada de integración. ¡Asimilación! Que lleven velos y maten ovejas en sus casas, pero que en la calle se comporten como los demás».
Miembro del partido liberal VVD desde 1989, Wilders entró en el Parlamento en 1998. Recriminaba a su partido ser demasiado blando en su política de inmigración. Sus opiniones incomodaron a los demás y en el 2004 salió del partido, constituyendo el Grupo Wilders unipersonal, ahora PVV con sus nueve escaños. Eso ocurrió después del asesinato, en el 2002, de Pim Fortuyn, el primer político que en Holanda atacó duramente la inmigración.
Tras ser asesinado Fortuyn por un holandés de extrema izquierda, Wilders se erigió como el heredero de su filosofía, aunque aún más radical en sus opiniones. Su objetivo: hacer ruido, salir en la prensa, ser el centro del debate sin tan siquiera participar en él, porque rehuye la confrontación en la televisión, «en manos de la izquierda». La gran duda es si podrá cumplir su sueño de ser presidente del Gobierno. En un país de coaliciones obligadas, ningún partido se quiere subir al imparable carro de Geert Wilders.

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