Wilders revoluciona la política holandesa

El País, ISABEL FERRER, 05-03-2010

Geert Wilders, el líder populista conservador holandés, ya no es sólo un político vistoso de cabello oxigenado que ha hecho carrera criticando al islam. Tampoco es el diputado raso que militó con los liberales de derecha hasta 2004, para luego fundar en solitario su Partido por la Libertad dos años después. A pesar de que sólo presentó candidatos en dos ayuntamientos, su victoria en las elecciones municipales del miércoles le ha convertido en el político más visible del país.

Tal ha sido el eco de su ganancia, que buena parte de la noche electoral se consumió calculando el tipo de coalición de Gobierno nacional que se podrá formar tras las legislativas del próximo 9 de junio. En una tierra donde democristianos y socialdemócratas se han repartido tradicionalmente el poder, la irrupción de una derecha xenófoba con toques liberales, como la suya, está a punto de revolucionar el mapa político nacional. Wilders es un contendiente a batir, pero la izquierda le repudia y la derecha le mira con recelo.

“Es un resultado fantástico. Hoy en Almere y La Haya [las ciudades donde contaba con candidatos locales]. Mañana en toda Holanda. El 9 de junio conquistaremos el país”, dijo la noche del miércoles tras saberse ganador en ambos ayuntamientos. De haberse celebrado entonces las elecciones legislativas, el Partido por la Libertad habría obtenido entre 24 y 27 escaños en un Parlamento de 150 diputados donde ahora sólo tienen 9. De golpe, sería la tercera fuerza del país, indispensable en una coalición de centro – derecha. Para conseguir un Gobierno de centro – izquierda y arrinconarle, como desean socialdemócratas, verdes y socialistas radicales, se necesitarían cuatro o cinco partidos. Dicha alianza sería, como ha dicho Frans Timmermans, último secretario de Estado de Asuntos Europeos laborista, “una forma democrática de apartarle del Ejecutivo”. También resultaría poco práctico, con tantos grupos defendiendo sus programas en cada decisión.

Lo que de verdad complica la situación de Wilders es, claro está, su rechazo frontal al islam y a la inmigración musulmana. Porque lo mismo defiende el matrimonio y los derechos de los homosexuales, que lanza un exabrupto contra el millón de inmigrantes musulmanes (un 6% de la población) que viven en Holanda. Ha comparado el Corán con Mein Kampf, de Hitler. Ha dicho que el credo musulmán “es retrógrado e incita a la violencia”. Quiere prohibir el velo femenino en los ayuntamientos y demás instancias oficiales. En Almere, llegó a decir que el Gobierno, caído el mes pasado a causa de la retirada de las tropas holandesas de Afganistán, “no habría descansado hasta levantar un minarete en cada esquina”. Repudia la construcción de mezquitas y propone “echar del país a los inmigrantes de origen marroquí o turco que cometan delitos”.

“Su presencia en el Ayuntamiento de La Haya es un enigma. No sabemos lo que será capaz de pactar ni cómo se comportarán sus concejales. Hay que esperar acontecimientos”, decían anoche en Forum, un instituto asesor del Gobierno en asuntos multiculturales dirigido por un holandés de origen marroquí. Con su facilidad de palabra, con la que obtuvo el puesto de escritor oficial de discursos en su época liberal, Wilders desvelará pronto su estrategia. Donde sus colegas a derecha e izquierda siguen usando la espesa jerga institucional para explicarse, él suelta frases castizas y cortantes. “La élite de izquierda todavía cree en el multiculturalismo, el súper Estado europeo y las subidas de impuestos. El resto de Holanda, no. La mayoría silenciosa tiene por fin voz”, dijo en los mítines electorales de las municipales. Una frase excesiva, si se quiere, pero que le hace ganar adeptos entre la clase media que teme ser, como Wilders dice, “extranjera en su propia tierra de tradición cristiana”.

El otro grupo que también le sigue es más curioso. En su día votaron al socialismo radical, pero su descontento populista está mejor representado hoy por un líder que les convierte, asegura, “en el ciudadano medio que duda de los gobernantes”.

Para los que lamentan la presencia de Wilders en la tierra de la tolerancia, los sociólogos dan una explicación muy dura. Lo que se había presentado durante siglos como tierra de acogida, que lo fue y de la forma más honrosa, ha pasado a ser en los últimos 40 años un modelo de indiferencia. La noche de las elecciones locales, un grupo de holandesas autóctonas se cubrió la cabeza para ir a votar. Su pañolada fue llamativa e integradora a partes iguales. La pregunta es si arrinconar políticamente a Wilders no acabará por auparle.

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