Deslegitimación y racismo

El Correo, IÑAKI UNZUETA, 25-02-2010

Del conjunto de críticas que está recibiendo el Gobierno del lehendakari López, una parte se ajusta a los cánones establecidos y puede considerarse racional y ponderada. Sin embargo, también está teniendo lugar una crítica torva y grosera que se desliza peligrosamente por la pendiente de la descalificación y de la inferiorización. En ‘Utopía y desencanto’, Magris rescata unas palabras de Canetti sobre la tarea moral del poeta y dice que «debería ser el perro de su tiempo, no encerrarse en su propia pureza sino ir a olfatear por todos los rincones la verdad, tal vez repelente, de su época, aliviando así el dolor y sacando de su guarida el mal escondido entre las basuras». La sociología es una disciplina que trata de descubrir los secretos guardados por los estereotipos, los prejuicios y el sentido común; y en ese cometido, muy a menudo, como el poeta de Canetti, debe olfatear la verdad en lugares hediondos.

La característica básica del racismo es la idea de que existe una relación entre la pertenencia a una categoría social y la posesión de características específicas. El racismo opera atribuyendo significados a determinadas características, dando lugar con ello a un sistema de categorización y jerarquización entre grupos. Ahora bien, ya nadie sustenta el viejo racismo biologicista que inscribía una pretendida diferencia esencial en la naturaleza misma de los grupos humanos. Ya nadie defiende la existencia de razas con determinados atributos naturales que estarían asociados a características intelectuales y morales que llevarían a prácticas de inferiorización y exclusión. En la actualidad, el racismo adopta formas flexibles y recurre a la idea de diferencia, de irreductibilidad e incompatibilidad entre culturas.

Según Van Dijk, el racismo contemporáneo lleva a cabo una continua presentación negativa del Otro que se equilibra con la presentación positiva de sí mismo. En esa estrategia se emplean negaciones («No tengo nada contra ellos, pero…»); concesiones («También hay algunos buenos, pero…») o transferencias («A mí no me importa, pero a otras personas de este país sí»). Todos esos contrastes buscan destacar las diferencias de grupo y consolidar la oposición entre Ellos y Nosotros. El racista combate la ambivalencia, siente repugnancia por lo impuro, tiene horror a la indeterminación, ama la limpieza cognitiva, quiere las cosas claras y rechaza la viscosidad del extraño que no respeta las oposiciones. Sin embargo, el mundo es ambivalente y, como dice Bauman, «la ambivalencia debe ser celebrada porque es el límite del poder de los poderosos… es la libertad de los impotentes».

Barker señaló la existencia de un racismo cultural, en el que la legitimación del discurso ya no se basa en la inferioridad biológica sino en la diferencia cultural. El racismo cultural se legitima en la incompatibilidad e irreductibilidad de las culturas, de modo que al Otro se le niegan sus valores y su ser cultural, y es percibido como alguien que no tiene cabida en la sociedad. En esta línea, Wieviorka indica la existencia de dos procesos: diferenciación e inferiorización. Dice Wieviorka que la lógica de la diferenciación que tiende a rechazar los contactos y las relaciones sociales «nos remite a la imagen de exterioridad radical de los grupos humanos, que en última instancia no tienen ningún espacio en común en el que desplegar la menor relación». Por su parte, la lógica de la inferiorización lleva a la descalificación del Otro presentándolo como ignorante, inculto, abyecto o despreciable.

Victor Klemperer analizó la lengua del Tercer Reich y dijo que respondía al dístico de Schiller sobre la «lengua que crea y piensa por ti». Pero además, para Klemperer, «el lenguaje no sólo crea y piensa por mí, sino que guía a la vez mis emociones, dirige mi personalidad psíquica». Por su parte, Bauman considera que «la jardinería y la medicina son formas funcionalmente distintas de la misma actividad, la de separar y aislar los elementos útiles destinados a vivir y desarrollarse de los nocivos y dañinos, a los que hay que exterminar». Por eso Hitler le confesó a Himmler que «el descubrimiento del virus judío es una de las grandes revoluciones que se han producido en el mundo (…). Cuántas enfermedades tienen su origen en el virus judío». La lengua del Tercer Reich se encontraba cargada de imágenes sobre enfermedades, bacilos, virus e infecciones.

La grotesca parodia de carnaval de los jeltzales nos ha dejado elementos para el desasosiego y la preocupación. Según ellos, el «País Vascorum» se encuentra afectado por el «virus hispalensis» que «viene del Sur y trae pereza y vagancia y provoca graves malformaciones». Los miembros del PP son bacterias que provocan graves epidemias. Y el lehendakari Patxi López es «Pacus el kalendari» y ha accedido a la Lehendakaritza «haciendo trampas, en base a un recorte del mapa político… y comiéndose sus propias palabras, sobre la base de mentiras».

Es necesario frenar el proceso de naturalización de la identidad que desarrolla el miedo al mestizaje y promueve la pureza y la homogeneidad. La cultura naturalizada se convierte en un ariete contra el Otro, para el que ya no hay lugar en la sociedad. Y es necesario también que cese la inferiorización del Otro, la descalificación del lehendakari, presentándole como una persona torpe y alejada de la sensibilidad euskaltzale, vago y poco preparado, bribón y taimado. Estos ataques que tratan de recordarnos la pretendida superioridad del nacionalismo intentan hacer del lehendakari un Tío Tom vasco amable y servicial que ha interiorizado su inferioridad. Se equivocan. No nos van a callar. Nos reafirmamos en nuestra condición de vascos y en nuestro legítimo derecho a gobernar.

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