¿Limitar el número de inmigrantes en las aulas?

Deia, Pedagogo y maestro, Por Kepa Otero García, 11-02-2010

EL pasado 26 de enero, DEIA publicaba un interesante artículo de Amelia Barquín con este mismo título en esta misma sección Tribuna Abierta. Digamos, para empezar, que se trata de una pregunta que está en nuestra sociedad, que afecta a todos sus miembros y que, a quienes ejercemos de enseñantes, nos preocupa sobremanera.

Razones hay para sostener que no y para sostener que sí. Así, Amelia Barquín, después de dar una pincelada sobre el tema en Italia, se refiere a la escuela vasca y cita, por un lado, la recomendación del anterior consejero de Educación de no superar el 30% de alumnado inmigrante y la reclamación del Ararteko de establecer “cuotas para repartir de forma equilibrada a los alumnos inmigrantes con objeto de evitar los guetos”.

Hemos de considerar dos cuestiones que, a mi modo de ver, distorsionan el debate. La una es la que se refiere a los modelos lingüísticos. Creo que la existencia de estas divisiones en A, B y D tienen una gran repercusión en dónde se matricula el alumnado. Pero también la existencia de dos redes subvencionadas con dinero público ejerce su influencia a la hora de analizar la situación. Por cierto, que el tema de los modelos parece que estaba en camino de superarse en fechas no muy lejanas, pero ahora asistimos a una reafirmación de los mismos, lo que, en mi opinión, es una regresión en la correcta escolarización del alumnado inmigrante y no inmigrante.

Recuerdo, por otro lado, titulares de prensa exactamente del año 2003 en los cuales anunciaba el Gobierno vasco no recuerdo quién estaba en la Consejería entonces que precisamente para 2010 habría igual número de inmigrantes en la pública y en la concertada. ¿Se ha cumplido esto? Las evidencias hablan por sí solas.

Ejerzo mi profesión en la escuela pública y me considero activista en el buen sentido de la misma, por ello deseo que todo el alumnado, minoría étnica o no, esté en la misma. (Ello, y permítaseme decirlo, sin menoscabo de la labor que hacen algunos colegios de la red concertada). Pero, a la vez, hay que tomar en consideración que algo se está haciendo mal desde las instituciones cuando no han podido o no han querido cumplir sus propias promesas.

Y es que el deseo choca con la realidad. ¿Por qué? Porque el análisis que se hace de la escuela está gravemente distorsionado, en el sentido de que se toma a la escuela como algo aislado, sin considerar la influencia que el entorno social tiene sobre la misma. Si tomamos la escuela como una realidad en sí misma, alejada de otras consideraciones, es evidente que se podrían justificar ideas como la del reparto del alumnado o las famosas cuotas. Pero quitémonos las vendas de una vez. La escuela no sólo está inmersa en su entorno social sino que es hija del mismo.

Por ello, en un entorno de inmigrantes la escuela acogerá a un gran número de alumnos inmigrantes. ¿Y a qué responde ese entorno de inmigración? A puras cuestiones sociales como, ejemplo, el precio de la vivienda. Y aquí, a mi modo de ver, está la clave del debate. Discutir sobre el reparto de alumnado inmigrante o sobre las cuotas, no es más que dorarle la píldora al sistema, porque lo que de verdad hay que discutir son las condiciones sociales injustas que llevan a que la escuela no sea más que el reflejo de las mismas. Evidentemente esto supera a la propia escuela. Pero yo me niego a discutir sobre el reparto o sobre las cuotas, si previamente no se discute el modelo de sociedad que estamos construyendo.

Diré también que el término gueto me parece clasista. Porque gueto se aplica exclusivamente a los pobres. Pongamos que, cerca de una base militar estadounidense, hay un colegio al que van sus hijos e hijas. Ni el Ararteko ni nadie le aplicaría el término gueto y sus correspondientes derivadas guetizar o guetización. Es preciso que cuidemos las expresiones también en estos aspectos.

Por otro lado, el que se tome a la inmigración como un todo me chirría bastante. No me cansaré de evocar el artículo 1º de la Declaración Universal de los Derechos Humanos que dice: “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros”.

Por lo tanto, cuando hablamos de escuela debemos hablar no de inmigrantes o autóctonos, sino de personas. En mi opinión, debemos ser consecuentes con lo que predicamos.

Cito a Amelia Barquín: “La defensa de que esas familias de origen inmigrante puedan elegir el centro más cercano es importante, pero muchísimas familias locales trasladan a sus hijos bastante lejos de sus barrios si en la escuela del suyo hay inmigrantes y en nombre de la calidad educativa”. Estamos ante una realidad. ¿Pero realmente esto se corrige con el reparto o las cuotas? Personalmente, lo dudo.

Por todo lo expuesto y muchas más razones que no puedo abordar para no alargarme me parece que el acuerdo del Parlamento Vasco de 12 de noviembre de 2009 de establecer la cuota del 25% de alumnado inmigrante contrariamente a lo que concluye Amelia Barquín no sólo es un mal parche, sino que puede tener efectos perniciosos en la lectura que hace nuestra sociedad del fenómeno de la inmigración.

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