«Seguimos sin respetar al otro tras un siglo tan repugnante como el XX»

Diario Vasco, 03-02-2010

Siete años después de su aclamada ‘Volver al mundo’, González Sainz regresa poniendo su enérgica narrativa al servicio de un traumático relato familiar, con el trasfondo de la violencia terrorista de ETA, desde el que reflexiona sobre la pertenencia, los orígenes, el desarraigo, la inmigración y los conflictos interiorizados.

- ¿Sería simplista definir el libro como una novela sobre ETA?

- Lo es. Trata de eso y de otras cosas. La novela transcurre en un contexto histórico que va de la Guerra Civil al presente a través del protagonista, atrapado en las tenazas de una violencia franquista que mató a su padre y la de su hijo, miembro de ETA, que asesina a su vez.

- ¿Qué le llevó a abordar un tema de esta dimensión?

- A cualquier momento histórico al que miremos aparecen discordias. No hemos aprendido a respetar al otro: el hombre tiene excelencia pero también una mala bestia que hay que neutralizar: seguimos sin respetar al otro tras un siglo tan repugnante como el XX en cuestión de crímenes y matanzas.

- ¿Es cuestión de lindes como en el entorno rural del que procede su protagonista, de marcar territorios personales, afectivos?

- Hay una linde que no se puede traspasar: la vida del otro. Ésa no tiene vuelta atrás. Si alguien la traspasa o la vive debe recluirse en su propio luto interior.

- ¿Deja inconcluso con ese título el refrán porque la sociedad, el protagonista, no ven o no quieren ver lo que ocurre a su alrededor, para que el corazón no sienta?

- Ni nos atrevemos ni vemos con los ojos del otro. Uno se construye la personalidad a base de andar, del trabajo, las relaciones. El protagonista no ha roto con la herencia, la cultura tradicional, lo que decían sus padres, es su fuerza interna.

- Reflexiona sobre el desarraigo, acerca de renegar de los orígenes en este caso ‘maketos’, como hacen la esposa y el hijo etarra…

- Todos en la vida vivimos pérdidas, abandonos, renuncias y desajustes emocionales, afectivos y familiares. Afrontar eso es lo que nos toca. Pero hay formas de hacerlo que son atajos y uno de ellos son los mitos, la obsesión por las identidades exclusivistas, las ideologías, la veneración de ídolos con los que construir personalidades que creemos fuertes pero son falsas.

- ¿No ha temido resultar reduccionista al abordar las motivaciones que llevan a madre e hijo al entorno de ETA y la descripción del entorno vasco al que llega esta familia inmigrante?

- Buscaba la pincelada que permite la novela corta, mostrar el salto del converso, de quien aspira a ser asimilado inmediatamente. El contexto vasco, una localidad guipuzcoana, el secuestro de un industrial, es reconocible, pero los datos son escuetos de forma voluntaria. No es crónica de lo que ha ocurrido en Euskadi, es ficción y sus mecanismos son diferentes: ser veraz.

- ¿Qué descubrió al documentarse para la novela?

- Me llamó la atención que en las listas de detenidos aparecían muchos apellidos de fuera de Euskadi, gente con lazos arraigados en la inmigración que se registró en la España de mediados de los 50 y 60. Siempre trato de trabajar con opuestos y la cuestión de fondo que se plantea es ser capaces de regresar de las terribles discordias que las ideologías de toda condición han provocado en el siglo XX.

- ¿Será posible?

- Es que ha resultado que el siglo XX, el de mayor desarrollo en todos los ámbitos, en el plano civil haya sido un siglo tan repugnante, tan cargado de muertes, matanzas, asesinatos, represiones, un siglo de inmensas carnicerías.

- ¿Cómo aborda la complejidad de la inmigración?

- La pregunta es, ¿qué ha pasado para que un fenómeno de esa magnitud, que realmente ha construido España, haya sido obviado cuando, sobre el lugar de origen, siempre está la experiencia de la vida, la relación con el entorno: no somos una identidad, somos un conjunto de relaciones cambiantes, pero no vamos a ser buenistas: nunca viviremos en el mejor de los mundos.

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