«Hablar de racismo es la mejor forma de fomentarlo»

El Mundo, LUIS MARTÍNEZ, 29-01-2010

Morgan Freeman es Mandela en ‘Invictus’, de Clint Eastwood, que se estrena hoy Madrid


Monumentos que impresionan. Un, dos, tres… Las pirámides de Egipto, el Gran Cañón del Colorado, el Taj Mahal y, obvio es reconocerlo, Morgan Freeman (Memphis, 1937). Impresiona desde el saludo. Probablemente la suya sea la única voz que produce onda expansiva. Tiemblan los órganos blandos del alma. «Me va a disculpar pero apenas he dormido. El jet lag me ha dejado dar una cabezada de apenas tres horas», dice a modo de presentación. El cansacio hace que sus palabras suenen aún más graves.


El actor de Cadena perpétua, Sin perdón, Million dollar baby o Seven nos recibe en Madrid a cuenta de su última película, Invictus, que se estrena hoy. Freeman da vida a Nelson Mandela y, de paso, da por zanjado un sueño perseguido desde un incierto día de 1993. «En realidad, es al revés. Es el sueño el que me persiguió. Fue Mandela el que dijo que yo tenía que encarnarle en una película». ¿Una gran responsabilidad? «Recuerdo que el día que me enteré no me lo creí. Pensé: ‘Sí, hoy interpreto a Nelson y la semana que viene saltó en moto el Gran Cañón’. He acabado saltando el moto el Cañón», dice y sonríe. Sonríe primero y luego suelta una carcajada. Grave.


Desde entonces, Freeman y Mandela son algo más cómplices. Cuenta el actor que llegaron a un pacto. Cada vez que, por culpa de los múltiples viajes, mediara entre ellos menos de mil kilómetros, tenían que verse. Y así ha sido. «Necesitaba estar con él para ver sus gestos, cómo se mueve, cómo habla… Pero no soy un actor de los que necesita sumergirse en su personaje. Para mí actuar es un juego y cuando el director dice corten, corto». Sin dramatismos.


Pregunta escolar: ¿Y cómo es él de cerca? «Ayuda a conocerle el leer todo lo que se ha escrito de él, de su obra, de su pensamiento». Parece, y es, una puya contra entrevistadores perezosos. «Prefiero hablar de lo que he aprendido de él. Él es un hombre muy preocupado por su legado y con una concepción de sí mismo como un hombre negligente, descuidado, con su familia, su mujer, su hijo…». Modesto.


Sea como sea, su herencia se llama Sudáfrica, una Sudáfrica sin apartheid. Invictus, basada en una novela de John Carlin, cuenta un momento preciso de la historia del país. En 1995, el recién elegido presidente se empeñó en confiar el futuro de un pueblo en un equipo, un símbolo. De repente, la blanca (y odiada por los negros) selección de rugby se convirtió en la bandera de toda una nación, sin distinción de colores. Un gesto grave y maestro.


¿Es el ejemplo de Sudáfrica exportable? «Mandela demostró que un presidente negro era posible. Creo sinceramente que Sudáfrica tiene que ser la inspiración para la unión de toda África». ¿Cuál es la fórmula para acabar con el racismo? «La pregunta presupone una distinción entre usted y yo». Alguien está poniendo cara de asombro. «De alguna forma, hablar de racismo da por sentado que usted y yo, por ejemplo, somos distintos. Hablar de racismo es la mejor forma de fomentarlo. Es como la homosexualidad, que en algunos países es un crimen. ¿Quién decide esto? No es racismo de lo que hablamos, hablamos de intolerancia». ¿Y Obama? «De él pienso lo mismo que pensaba cuando le apoyé en las elecciones. Sigue siendo el hombre que necesita Estados Unidos», sentencia. Grave.

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