Inmigración

La Razón, 26-01-2010

S oy un ferviente partidario de la inmigración, por varios motivos. Por convicción, porque nosotros fuimos un país de inmigrantes. Por egoísmo, porque aquí la comodidad lleva a tener cada vez menos hijos y serán los de los inmigrantes los que nos paguen la seguridad social. Por emoción, porque quisiera recordar  a aquellos hispanoamericanos que murieron en misiones humanitarias y en sus uniformes militares llevaban la Bandera de España. E, incluso, por agradecimiento, porque yo trabajo, mi mujer también y si no fuera por mujeres en muchos casos ejemplares como mi querida Felipa, que dejó en su  país a sus hijos y cuida a los míos como si fueran suyos, nuestra vida sería diferente.
Dicho esto creo que la inmigración desordenada y caótica, se convierte es un problema, si no se ponen medios, si no se es consciente, si prima la demagogia, será cuando aparezca el racismo  de verdad, que es una  de las peores expresiones del ser humano y más absurdo si cabe en un país de cruce de culturas como España.
No nos engañemos. El problema está, por un lado, en las bolsas de pobreza y  las consecuencias que esto genera, sea cual sea el origen, y, por otro lado, en aquellos que no se quieran integrar y no aceptan las reglas. No se puede negar que existen muchos, muchísimos, casos de inmigración existosa. Negros son Kemeni o Keita, a nadie les molestarían  como vecinos de su barrio y les aplaudimos a rabiar cada domingo.

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