¿Personas o mano de obra?

El Correo, JAVIER MADRAZO LAVÍN, 26-01-2010

El último libro del escritor japonés Haruki Murakami, titulado ‘El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas’, narra dos historias paralelas, que discurren en dos mundos también paralelos, habitados por seres humanos que pierden la conciencia, los recuerdos y el corazón. Mientras leía esta obra, sobrecogido por la desolación en la que habitan sus protagonistas, los medios de comunicación se hacían eco de una iniciativa, impulsada por el Ayuntamiento de Vic, una localidad próxima a Barcelona, en virtud de la cual este Consistorio acordaba, por mayoría, rechazar el empadronamiento de las personas inmigrantes ‘sin papeles’.

Esta medida implicaba, en la práctica, impedir a la población extranjera en situación irregular acceder a las prestaciones sociales básicas, entre ellas educación y sanidad. Es evidente que no sólo los personajes que describe Haruki Murakami carecen de conciencia, recuerdos y corazón. Hemos olvidado ya que en un pasado reciente fuimos un pueblo emigrante, bien por razones políticas, bien por razones económicas. Aprendimos entonces a valorar conceptos como igualdad, justicia y respeto, que en muchos casos se nos reconocieron, pero en otros muchos se nos negaron, al igual que hacemos ahora nosotras y nosotros, demostrando que tampoco tenemos memoria.

Me preocupa el avance imparable de un discurso demagógico y populista, que presenta a las personas inmigrantes como una amenaza a nuestro bienestar y a nuestra convivencia. La derecha más reaccionaria alimenta estas ideas que se propagan a un ritmo imparable, consolidando el racismo y la xenofobia. Prueba de ello es la propuesta del Consistorio de Vic, gobernado por CiU, PSC y ERC. No es casualidad que en este municipio la segunda fuerza política, Plataforma per Catalunya, esté dirigida por un ex militante de Fuerza Nueva, candidato del Frente Nacional al Parlamento europeo en 1989 y desde 2003 concejal en Vic.

Su programa sólo tiene un eje: hacer frente con ‘mano dura’ a la inmigración, que equipara con más gasto social y más delincuencia. Su ambición, en cambio, no conoce límites: Josep Anglada asegura que será el próximo alcalde de Vic y añade que tendrá representación en el Parlament de Catalunya. Espero que las urnas frenen sus aspiraciones, pero no hay razones para el optimismo. Sus tesis suman adhesiones día a día, y parece obvio concluir que el temor a retroceder posiciones electorales se esconde tras la postura adoptada por el Ayuntamiento de Vic, contrario al empadronamiento de la población inmigrante ‘sin papeles’.

De todos modos, lo ocurrido en la localidad catalana no es un hecho aislado. Responde a un sentir, no sé si mayoritario aunque sin duda alguna significativo, que recela de la inmigración, en la falsa creencia de que estas personas ‘nos quitan’ el dinero, el empleo y el espacio. Me precio de tener amigas y amigos tolerantes, pero aún así, en más de una ocasión, reconocen albergar reticencias ante la convivencia con otras razas y culturas. ¿Qué nos está ocurriendo? ¿Dónde están nuestra conciencia, nuestros recuerdos y nuestro corazón? ¿Por qué damos la espalda a quienes huyen de la represión, el hambre y la miseria en sus países, que son, al fin y al cabo, consecuencias del modelo de desarrollo actual, dictado por el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional?

No es fácil encontrar una respuesta a estos interrogantes; en la Unión Europea se ha impuesto un pensamiento dominante, interesado en extender el temor a la población inmigrante para justificar la aplicación de políticas regresivas, contrarias a los derechos humanos. La Directiva de Retorno, aprobada en junio de 2008, es un buen ejemplo. Esta norma, respalda por el PSOE y el Grupo Popular Europeo, permite la detención de las personas inmigrantes sin papeles, que podrán ser recluidas hasta 18 meses, a la espera de la orden de expulsión. Los jóvenes menores de 18 años también podrán ser retenidos y a posteriori repatriados a sus países de origen.

Mientras en Europa PSOE y PP votaban juntos la Directiva de Retorno, ese mismo año en Torrejón de Ardoz el partido liderado por Mariano Rajoy modificaba los requisitos de empadronamiento para la población inmigrante no comunitaria; deben acreditar un mínimo de 20 metros cuadrados por persona y vivienda, si no hay grado de parentesco cercano, y aún así quienes tienen visa de turista no pueden inscribirse. Izquierda Unida denunció este hecho ante el Defensor del Pueblo, sin obtener respuesta. Es cierto que los ayuntamientos de Vic y Torrejón de Ardoz han dado marcha atrás en sus pretensiones, pero lo han hecho forzados por un dictamen de la Abogacía del Estado, en ningún caso por convicción.

¿Qué futuro nos espera? Posiciones como éstas fortalecen los sentimientos racistas y xenófobos que, a su vez, fortalecen a la extrema derecha y a las mafias que se lucran explotando a quienes buscan empleo pero no tienen papeles. ¿Cuál es la solución? No lo sé, pero me consta que hasta que no asumamos que es necesario luchar contra la desigualdad y la pobreza en el mundo todas las iniciativas para frenar la inmigración estarán condenadas al fracaso. Ni las vallas levantadas en Ceuta y Melilla, ni la Directiva de Retorno, ni actuaciones como las promovidas en Vic y en Torrejón de Ardoz harán desistir a quienes escapan de la miseria.

En 1965 el novelista Max Frisch, refiriéndose a quienes emigraron a Suiza procedentes del Estado español, Italia y Portugal, pronunció la siguiente frase: «Queríamos mano de obra y llegaron personas». Efectivamente, personas con derechos, personas con dignidad. Hoy ni la Ley de Extranjería, recientemente reformada por el Gobierno Zapatero para endurecerla, ni la Directiva de Retorno o Directiva de la Vergüenza, les reconocen como seres humanos si no disponen de permiso de trabajo o residencia. Debemos recuperar la conciencia, los recuerdos y el corazón para analizar el fenómeno de la inmigración, fomentar el debate sobre la ciudadanía universal y consolidar un mundo más equilibrado y más justo. En caso contrario, nos daremos de bruces con otro fenómeno más grave y peligroso: el avance de la extrema derecha. Vic y Anglada pueden ser sólo el principio.

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