LA TRASTIENDA

Las maldades del 'buenismo' migratorio

El Mundo, ÁLEX SÀLMON, 24-01-2010

Las experiencias de las personas que llegaron a Barcelona desde Murcia, Andalucía o Extremadura durante los años 50 merecen ser escuchadas en estos momentos en que el debate de la inmigración parece volver. Tuve la oportunidad de oír sus explicaciones hace unos años preparando un editorial para este diario. Son ciudadanos que ahora tienen entre 70 y 80 años, con hijos – de una media de 40 años – con familias consolidadas y nietos a los que esas historias les suenan a surrealistas.


Muchos de aquellos emigrantes llegaban con una mano delante y otra detrás, con las ganas de encontrar en la ciudad aquello que el pueblo no les podía ofrecer: un futuro más abierto y menos duro. No aterrizaban hambrientos. En la mayoría de pueblos de España no se pasó hambre ni durante la Guerra Civil, excepto cuando llegaban militares, de uno u otro lado, y arrasaban con lo que estaba preparado para la mesa del día. Pero los que llegaron, sí eran jóvenes y desconocían los parámetros de las grandes ciudades.


Cuando la avalancha superó las previsiones, las autoridades decidieron poner coto al éxodo. Si al llegar no tenían aquello que se denominaba «una recomendación» y un espacio acordado para dormir eran trasladados al Castillo de Montjüic y, desde allí, de nuevo introducidos en trenes y devueltos a sus casas. Una vez allí, regresaban a Barcelona, pero ya sin billete de vuelta.


La inmigración es positiva. Lo he escrito en muchas ocasiones. La inmigración en todo su arco. Desde un punto de vista económico, ya que ocupa puestos de trabajo que personas autóctonas no quieren cubrir, ayudando a regular las masas salariales, competencia que siempre tiene que estar basada en los niveles de producción y venta. Desde un punto de vista social, ya que cuando se convierten en ciudadanos con derechos y deberes, abonan sus impuestos como todos, aportando valor a las cargas sociales. Y desde el terreno social, enriquece nuestra visión del mundo, en lengua, costumbres o hábitos alimentarios, éstos menos importantes, pero que permiten que la sociedad no se apolille al estar en continuo cambio.


Las políticas sobre inmigración siempre han estado amenazadas por la crítica del buenismo. Este término, invento del momento político, se está aplicando cuando el sentido común de lo que se denomina progresismo se convierte en una máquina patética de destruir por quedar bien, perjudicando al conjunto de la ciudadanía.


Así las decisiones políticas sobre la inmigración han resultado ser siempre incongruentes porque jamás concluían la intención de la ley. Lo ocurrido en Vic, aparte de lecturas que puedan afectar a la seguridad, sirve de ejemplo. Es posible que de ser leído con una argumentación local, lo que pasa en esta población pueda relacionarse directamente con un incremento en la intención de voto de una fuerza política de la zona con un impulso como para seguir subiendo. Pero el debate del censo debe ser apartado ya de los análisis y centrarnos en lo sustancial. El tema de la inmigración no es de izquierdas o derechas. Sé que la izquierda no estará muy de acuerdo con ello. Durante años lo han utilizado como bozal contra el Partido Popular. Si éste hablaba en exceso, los socialistas argumentaban sobre la xenofobia y racismo de ese partido, y se quedaban tranquilos. El problema es que cada día son más los votantes, presumiblemente de izquierdas, que no aguantan las, para ellos, injusticias que les provoca vivir cerca de la inmigración, en cuanto a cambio de rutinas y desaparición de ayudas. Una situación de difícil gestión para Zapatero.


La culpabilidad de estas situaciones, que no son una ficción política sino tan reales como ciertas, no debe introducirse directamente a la inmigración. Se trata de repartir hasta donde hay. Y ésa es la cuestión: si antes, por el sueldo anual de una persona se dividían tantas ayudas escolares como solicitudes había, ahora el pastel se decanta para el más necesitado. Y el más necesitado de hoy no es el mismo que ayer. Un debate sin solución teórica, sólo presupuestaría.


Por eso, los que dicen que aquí no cabe más gente sólo explican la realidad de lo que está ocurriendo. Estas personas no pueden entender a los teóricos, estilo Felipe González, asegurando que hace falta más gente. ¿Y más dinero?


Los políticos se han dedicado a gestionar la regularización masiva en el padrón, mientras prohibían que cualquier ilegal fuera regularizado, a la vez que desautorizaban a los ayuntamientos a tener la potestad de definir una legalización. No sólo eso, sino que además el municipio carecía de herramientas precisas para batallar los flujos migratorios continuos. Lo de Vic, aunque sea una polémica política que no sabemos todavía si ha dado fuerza al partido de Josep Anglada o ha alertado de sus peligros a la ciudadanía, también es un reflejo y un camino para solucionar el problema.


Sagrera, la estación a Francia


EL FUTURO. Uno de los proyectos que quiere capitalizar de forma muy directa el alcalde Hereu es la nueva estación de La Sagrera, vía Francia. Será el origen de un viaje europeo y parisino.


Dentro de unos 10 años podremos comer en Barcelona y cenar en París, tras recorrer las campiñas francesas en tren. Podrá ser un viaje de negocios o turístico. Da igual. Un viaje a París en ferrocarril siempre tendrá ese sentido de lo puramente poético que tiene un vagón. Quiero decir que tener a París más cerca de Barcelona no nos hará más europeos, que ya lo somos, sino algo más parisinos, como siempre hemos querido ser. Perderemos, de hecho dejó de serlo hace mucho, la alargada y curva entrada de la estación de Francia. Una de las más peculiares de Europa, justamente, por ese giro suave de vías. Ya tenemos dos proyectos en los que se va a volcar Hereu: los juegos blancos y la estación de Sagrera.


Las cosas del Raval de reojo


PROSTITUCIÓN. Ya hemos determinado que mucho o poco la imagen de Jordi Hereu ha mejorado desde que anunciara su opción a los Juegos del Invierno del 2022. Pero eso y nada es casi todo.


Las noticias que llegan desde el barrio del Raval dicen que la prostitución evidente está volviendo a aparecer. Lo dice la propia concejal responsable del Distrito, Itzíar González, asegurando que lo ha detectado ella misma y la policía. Hemos criticado en alguna ocasión a la concejal por dejar que las cosas se le escaparan de las manos. Pero parece que ha aprendido la lección. Es mejor moverse con rapidez ante la alerta de presencia, nuevamente, de prostitutas en la calle, que gestionar tarde. Hereu lo debe tener también más claro y ha movilizado a su equipo. La decadencia a la que se había llegado delataba la inoperancia instalada en el Ayuntamiento. No se habían enterado de que las pilas estaban agotadas.


La renovación de Guardiola


QUÉ PESADEZ. Pep Guardiola ha tenido que escenificar un apretón de manos con Joan Laporta sobre su futuro en el Barça. Puede que así dejen tranquilos a unos y a otros con una cuestión repetitiva.


Nada es eterno. Guardiola con el Barça tampoco. Pero eso entra en la normalidad de la vida. Así que, teniendo claro que Guardiola acabará esta temporada, y que dentro de unos meses habrá otro presidente, ¿qué necesidad existía de hacerle a Guardiola la escenificación de su continuidad? No habrá candidato que gane las elecciones al club que no haya repetido mil veces antes de optar su actitud ante Guardiola. Y si quiere ganar sus intenciones deberán ir a favor del entrenador. A día de hoy, Guardiola es insustituible, de la misma forma que para su carrera la evidencia se llama Barça. Ya llegarán épocas en los que Manchester o Liverpool estarán entre sus destinos posibles. Entonces, no habrá remedio.


alex.salmon@elmundo.es

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