La maldad

El País, JESÚS RUIZ MANTILLA, 24-01-2010

Fue el mismo papa Ratzinger quien denunció nada más ser elegido para la gloria eterna aquello de la dictadura del relativismo. También George Lucas lo hace en La guerra de las galaxias. Viene de perlas para plantear unas cuantas cosas. La lucha del bien contra el mal, sin ir más lejos. Por ejemplo, este debate que se nos ha plantado ahora sobre la inmigración, sin comerlo ni beberlo y por la espalda. Surge en dos pueblos. Vic y Torrejón de Ardoz. Ambos con sus autoridades empeñadas en no cumplir la ley por negar el empadronamiento y con ello un puñado de derechos básicos universales, como la educación para sus hijos o la sanidad, al conjunto de seres humanos más dañado por el sistema: los inmigrantes en situación irregular.

Como esos buitres hambrientos que huelen la carroña a kilómetros, algunos políticos han querido entrar en el juego para rascar votos en los caladeros de la más absoluta inmundicia moral. ¿La primera? Esperanza Aguirre, dispuesta a capitalizar y apuntarse a los bombardeos de la basura ideológica que encuentre más a mano. Ésta es otra prueba palpable. Cuando hasta varios cargos principales de su propio partido se han desmarcado de defender la ilegalidad, ella sigue y seguirá erre que erre.

Con ejemplos así no extraña tampoco que en el orden de preocupaciones de los ciudadanos, según las encuestas, los políticos antecedan a la inmigración entre sus desvelos. La sociedad va por delante de sus líderes. Menos mal. Estas pifias lo demuestran. Andábamos nosotros tan tranquilos, sin tensiones en la calle con quienes se quedan en este país – quizá no legalmente pero sí legítimamente – para ganarse la vida y nos vienen con ésas. Ni aun a costa de la crisis se han producido brotes serios de violencia o rechazo. Lejos queda la vergüenza de El Ejido. Desde que hace más de una década empezaran a entrar en avalancha seres humanos de otras tierras por nuestras fronteras, los españoles, los madrileños, nos hemos empeñado en dar un ejemplo memorable de integración en todos los ámbitos y de la manera más natural. Han tenido que llegar unos mendrugos con cargo a alentar los bajos instintos. Nadie les ha pedido ni su opinión ni su acción para desequilibrar lo que los ciudadanos por sí solos saben tratar cotidianamente. Calladitos y quietecitos en este sentido están muy guapos a no ser que cambien de paso y traten el problema de manera constructiva.

Por eso, no se me ocurre otra razón para comprender las motivaciones que arrojan a algunos políticos radicales a tomar ese camino que la siguiente: pura maldad. No encuentro otra explicación. Auténtica, despreciable, deplorable maldad. Podemos argumentar también electoralismo, ventajismo, mendicidad del voto. Lo demostraba de manera clara y brillante el otro día en este mismo periódico Pedro Castro, alcalde de Getafe, con un argumento definitivo: “Hace dos meses se aprobó la reforma de la Ley de Extranjería, en la que el PP presentó 60 enmiendas. Y ninguna tenía que ver con el asunto del empadronamiento de inmigrantes”. Punto.

Hubiese sido ideal escuchar tan lúcido análisis de boca del líder de su partido en la región, Tomás Gómez. Pero es que en este asunto no se le ha oído más que la mera respuesta de rigor. Como siempre, ha delegado el debate en los líderes nacionales de su formación, que sí han entrado, empezando por Zapatero y de forma contundente. Él, en cambio, ha dejado pasar otra oportunidad de oro para diferenciarse de sus adversarios. Es algo que denota, por parte de quienes alientan este rifirrafe viciado y también de quienes se niegan a combatirlo, muy poca inteligencia y un escasísimo conocimiento de la calle. Porque este país, en su mayoría, parece despreciar el racismo y la xenofobia como argumentos electorales.

La sensibilidad dominante de la calle, salvo para quienes acaban en la delincuencia, tiende a ver como héroes de nuestro tiempo a aquellos que dejan familia, casa y raíces para buscarse la vida en otro país. Merecen un respeto y su oportunidad. Merecen un lugar en el mundo mucho más confortable del que algunas autoridades parecen dispuestas a ofrecer. Esos alcaldes despreciables y esos líderes sibilinos a quienes no caben más de 20 metros cuadrados habitables de decencia en sus propias cabezas deberían quedar a la altura de las circunstancias. Están a tiempo de demostrar que rechazan como motor de su acción política esa cosa que se conoce simple y llanamente como la maldad.

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