Acompañantes en la fragilidad

Dos cuidadoras familiares que desempeñan su labor en Gipuzkoa relatan su experiencia en la atención a personas dependientes, con las convicciones, dificultades y satisfacciones con las que se encuentran en su vida diaria.

Diario de noticias de Gipuzkoa, 21-01-2010

PARA algunas personas se ha convertido en su profesión, mientras que para otras sigue siendo una responsabilidad extraprofesional. Sin embargo, todas ellas asumen su labor con la “responsabilidad y el cariño” que requiere. Hasta el punto de que, en ocasiones, su vida social y su salud llega a resentirse por falta de descanso. Se trata de las cuidadoras familiares – mujeres en su gran mayoría – , un colectivo que viene aumentando en los últimos años, como consecuencia del incremento de personas dependientes que necesitan el apoyo y la ayuda para desenvolverse en su vida diaria.

Este periódico ha recogido el testigo de dos mujeres que conocen el ámbito del cuidado familiar. Cada una de ellas, empujada por distintas circunstancias, atiende a mayores en situación de fragilidad. El objetivo de ambas es común: prestar un servicio para que la vida de las personas sea más fácil y humana, a pesar de los implacables límites que establecen la senectud y la enfermedad. Han experimentado en su propia piel las dificultades y los desafíos que supone, en la sociedad actual, atender las necesidades de quien está en situación de dependencia.

Ruth Ivania Aguilera tiene 54 años y llegó a Gipuzkoa, procedente de Nicaragua, el 28 de septiembre de 2006. “En mi país había atendido a mis padres y a mi abuela, que vivió hasta los 103 años”, recuerda. A su llegada, el cuidado de una anciana dependiente de 94 años fue “la primera opción de trabajo” que se le presentó. No dudó. “Después de una caída, no podía levantarse de la cama. Conviví tres años con ella”, añade.

Ruth representa la labor que realizan muchas mujeres inmigrantes con ancianos frágiles. Ella es asalariada. “Trabajo como cuidadora interna. Es una dedicación de 24 horas. Ahora estoy viviendo en casa de una señora de 86 años que es prácticamente independiente, pero con problemas de memoria”, detalla.

problemas

Estrés y depresión

En su opinión, la labor que desempeña tiene “sus complicaciones” y requiere una “gran responsabilidad”, porque “entrar en casa de alguien siempre exige un gran respeto por lo que ocurre de puertas adentro”. A esta cuestión se le añade muchas veces la “desconfianza inicial” que sienten las personas mayores hacia los desconocidos.

“Hay que tomarlos en cuenta en las decisiones que se toman, que la persona no se sienta desplazada en su propia casa”, revela. A partir de ahí, se crea una “complicidad” cuidadora – anciano frágil: “Somos trabajadoras, pero llegas a sentirte como una familiar, como una amiga de esa persona”. En el día a día, esta trabajadora de origen nicaragüense acompaña a su paciente en quehaceres diarios como el paseo, los ejercicios, la cocina…

Aunque incide en que no es su caso – ya que cuenta con horas libres, días de descanso y una buena relación con los familiares – , Ruth no esconde que las cuidadoras familiares llegan a vivir situaciones de “estrés” e incluso “depresión”. No en vano, se calcula que un 80% de las personas que se dedican al cuidado de personas dependientes sufre secuelas de algún tipo. “Muchas de nosotras venimos de muy lejos y, al tratarse de un trabajo de tanta dedicación, una puede encerrarse en sí misma y extrañar mucho a sus familiares”, apunta, antes de agregar que los casos más problemáticos “suelen resolverse”.

Por esa razón, subraya la importancia de “crearse un espacio propio en casa”, además de tener una comunicación “fluida” con los familiares. Desde el principio, según explica, es necesario exigir “momentos de descanso” en el trabajo, por el bien de “una misma y por la persona” a la que se acompaña. Sin olvidar la importancia que adquiere para las cuidadoras familiares el hecho de contar con la formación necesaria y poder acudir a profesionales para resolver las dudas.

preguntas

La necesidad de formarse

“Es importante tener unos conocimientos, porque se te plantean muchas preguntas. Haber participado en cursos me ha dado mucha seguridad”, coincide la donostiarra Lourdes María, también cuidadora familiar. En su caso no está asalariada, sino que ha adquirido el compromiso personal de ayudar a su padre, diagnosticado de la enfermedad de Parkinson desde hace tres años.

Aunque también tiene un trabajo fuera del hogar, esta mujer no dudó a la hora de tomar la decisión: quería estar con su padre el mayor tiempo posible, para acompañarlo en la enfermedad. “Para nosotros siempre ha sido muy importante la familia. En el caserío también convivimos con nuestros abuelos. Mis padres nos han cuidado tanto, que ahora quiero devolvérselo”, expresa. Pero matiza que no se trata de “una deuda”, sino de “amor”.

El padre de Lourdes María ya comienza a tener algunos problemas. Para que pueda vestirse más fácilmente, su hija le ha adaptado algunas ropas. “Para que pueda valerse por sí mismo. Eso es clave”, reflexiona.

Esta cuidadora familiar siente la necesidad de “hacer bien” su trabajo, que su padre y su madre se encuentren a gusto. Por ello pasa unas horas del día junto con ellos, les acompaña al médico, les lleva libros… “¿Contratar a alguien para que realice esa labor? Siempre puedes hacerlo, pero quién mejor que yo para pasear con él y escuchar sus pequeñas historias”, responde. Además, revela que es difícil encontrar alguien que trabaje en este ámbito y “hable euskera”. “Es clave que, en esos momentos, a uno le traten en su idioma”, explica.

Lourdes María no ha sentido “ni cansancio ni estrés” a la hora de compaginar su vida personal y profesional con el cuidado familiar. “El cariño” hacia esa persona “facilita” la labor. Sin embargo, reconoce la ayuda que supone tener un libro entre manos, dibujar o coser, sus aficiones preferidas. “He mantenido mis hobbies. Porque ellos, además, tampoco quieren ser una carga”, se reafirma.

De la experiencia que ha adquirido en los últimos meses, la cuidadora recomienda que la gente “se apunte a cursos” de formación para la atención de personas frágiles. “No hay que esperar a que te toque en casa. Siempre puedes ayudar a un vecino, un amigo… Si tienes experiencia y conocimientos, siempre podrás ayudar a alguien cercano”, recalca.

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