Artículo de Jordi Alberich: 'Vic'

El Periodico, jordi alberich, 20-01-2010

Lo sucedido en Vic me desagrada profundamente, pero no me sorprende. Hace pocos años, con las primeras oleadas migratorias, indispensables para compensar nuestro declive demográfico, se generó un clima de temor generalizado. Se temía por sus consecuencias sobre nuestro bienestar colectivo, nuestra convivencia y valores. Posteriormente, pese a la llegada tan masiva de emigrantes, el nivel de conflictividad ha sido muy inferior al previsto. Y si nuestros valores se han debilitado, como no pocos proclaman, no creo que se pueda responsabilizar a la inmigración. En cualquier caso, mantener la convivencia en plena y severa crisis sí que constituye un valor indudable.
Y no ha sido una explosión callejera de violencia, a la francesa, sino la decisión de un ayuntamiento la que ha iniciado el ruido. Se argumenta que en previsión de males mayores. Es decir, dando la razón a las posiciones más radicales. Sirva ello para poner de relieve lo frágil de la convivencia. Una fragilidad, dirán, propia de la condición humana y, como tal, irresoluble. Pero, tal como ya sucedió a mediados del siglo pasado, algo se puede hacer desde la economía para preservar esa rareza que es la convivencia. Sin duda, generar riqueza, y distribuirla con eficiencia y equidad.
Más allá de la agresión de los recién llegados sobre nuestros valores colectivos, el detonante del ruido ha sido el desgarro económico que representa el otorgarles ciertos servicios públicos esenciales. La crisis nos obliga a racionalizar el gasto público. Pero también deberíamos analizar el ingreso, para avanzar hacia un sistema fiscal eficiente, capaz de estimular la economía combinando suficiencia y equidad. No lo hacemos.
Un ejemplo: hace un par de décadas nadie proponía eliminar conjuntamente el impuesto de sucesiones, el del patrimonio y reducir drásticamente las rentas del capital. Sin embargo, así ha sido en base a pequeños, discretos y continuos avances, al amparo del discurso dominante. Creo que ha llegado el momento de analizar cómo se ha ido erosionando un determinado modelo, el que favoreció la convivencia durante décadas, el que idearon algunos economistas que sí sabían de la condición humana y de las lecciones de la historia.

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