La inmigración es de lo mejor, o lo mejor, que le ha ocurrido a España en estos últimos años. Por primera vez en mucho tiempo, la sociedad española crea suficiente riqueza como para requerir gente de fuera, y no al revés. Los inmigrantes han traído niños, algo de lo que los españoles andábamos olvidados. Y por si todo esto fuera poco, los inmigrantes se están convirtiendo en los nuevos españoles, españoles sin más, ajenos a las banalidades y al dispendio regio – nacionalistas que tanto pesan en la prosperidad de España, infinitamente más que todo lo que el Estado de Bienestar pueda dar a unos inmigrantes que, por otra parte, se lo merecen. En vez de quejarnos, deberíamos estar dando las gracias a los inmigrantes porque han elegido nuestro país para ser también el suyo, para trabajar, para vivir, para crear una familia. Han confiado en España, quieren ser españoles y nos dan un ejemplo de sacrificio, de austeridad y de civismo, yo diría incluso de educación, de confianza y de ganas de vivir. En Francia, nuevos estudios sobre la inmigración, como el de los especialistas Claudine Attias – Donfut y François – Charles Wolff, señalan que la integración de los franceses y los inmigrantes es mejor que lo que muchos pensaban. En nuestro país, actitudes como las que se han manifestado en Vic son propias de racistas, apoyados por el PSOE. Déjese el PP de proponer ahora cambios en la Ley de Extranjería. Defienda a los inmigrantes frente a esta nueva arbitrariedad de ribetes fascistas. Y prosiga el esfuerzo que se está realizando en comunidades como Madrid, donde el gobierno de Esperanza Aguirre ha sabido articular lo que piensan los madrileños: que todos deben ser bien recibidos si están dispuestos a trabajar. Al Partido Republicano norteamericano, sus flirteos con los prejuicios antiinmigración le han costado el voto de los hispanos, y probablemente el poder, para muchos años. La lección, en lo que nos concierne, está bien clara.