SITUACIÓN DE LOS MENORES EN GIPUZKOA (I)

Asociaciones de inmigrantes denuncian el estigma que pesa sobre menores extranjeros

se vincula a los foráneos con los robos pese a que el 74% de infractores son vascos El jefe de la Policía Municipal de Eibar critica la presencia en la localidad de extranjeros chabolistas que viven del delito

Diario de noticias de Gipuzkoa, Jorge napal, 16-01-2010

donostia. Menor extranjero no acompañado. Cuatro palabras que, invariablemente, conducen al lector desavisado a oscuros pensamientos. El 90% de los más de 200 menores acogidos en el territorio no ocupan jamás los titulares informativos, siguen el curso de una vida más o menos normalizada, pero no son noticia. Irremediablemente, el imaginario colectivo asocia esas cuatro palabras a follón, cuando no delito o incómoda presencia. Asociaciones de inmigrantes en Gipuzkoa observan el fenómeno con preocupación y lamentan que las tropelías de una minoría estigmaticen y convierta al resto “en un problema y no una oportunidad de futuro”.

El jefe de la Policía Municipal de Eibar, José Miguel Calle, denunció ayer en declaraciones a la Ser la presencia de menores que, una vez alcanzada la mayoría de edad, dejan los centros para refugiarse en chabolas, viviendo del hurto.

Son estos episodios los que salpican a todo el colectivo. El runrún de la delincuencia persiste, pese a que los informes vengan a decir lo contrario desmontando, uno tras otro, una larga retahíla de estereotipos. El 74% de los menores infractores ha nacido en Euskadi y tan sólo el 17,6% proviene de otros países, según un del Instituto Vasco de Criminología (IVAC) de Donostia.

Las conductas disruptivas son excepción, pero no se diluye la imagen negativa. Anna Stern, responsable del programa de seguimiento a menores de SOS Racismo en Gipuzkoa, comulga con la lectura de las asociaciones de inmigrantes, persuadida de que las instituciones trabajan en clave de problema “sin ver una oportunidad de futuro”.

La alarma social que se disparó hace casi un año tras la apertura del centro de Deba para menores con graves problemas de conducta es hoy un recuerdo del pasado, pero la chispa salta inopinadamente. Hace unos días se registraba el enésimo desencuentro, en este caso en Álava, tras la fuga protagonizada por una veintena de menores. Una escapada que la Diputación atribuye a su comportamiento díscolo, que justifica SOS Racismo en base a la negativa foral a facilitarles el informe de custodia que les permitía tramitar sus papeles de residencia.

Gipuzkoa también es fecundo en hechos similares acaecidos estos meses atrás pero, a machamartillo, se va abriendo camino. Tal y como adelantó este periódico, a mediados de diciembre se puso en marcha en Elgeta un nuevo recurso para chavales con graves problemas de conducta, eso sí, incluyendo desde el primer día un proyecto educativo del que carecía el centro anterior. La situación de relativa calma que acompaña su apertura propicia abordar el fenómeno lejos de la equidistancia y el atrincheramiento de posturas de tanta alarma social.

Desde este punto de vista se plantea el reportaje. Son varias las asociaciones consultadas por este periódico que no dudan de la buena fe de la Diputación para abordar el tratamiento de los menores extranjeros no acompañados pero, en su búsqueda, observan que el menor corre el peligro de convertirse “en una cifra más”. Las Comunidades Autónomas (la vasca como la que más) pugnan hoy más que nunca por no saturar sus servicios, y reclaman una política más equilibrada de cupos. Sin ir más lejos, las diferencias en torno al reparto de menores provocó en noviembre el plante del PNV a la Ley de Extranjería. La formación jeltzale denuncia la “saturación” de los servicios asistenciales, exponiendo que mientras la CAV acoge a más de 700 menores, “Madrid sólo tiene 120”.

situaciones “explosivas” Y mientras se abre el camino, desde SOS Racismo Gipuzkoa echan en falta un abordaje más preventivo y la puesta en marcha de recursos adaptados a las necesidades. “Ya en 2005 un informe del Ararteko calificaba de explosiva la situación que se vivía en el centro de acogida de urgencia de Tolosa. Hablamos de 2005, y mira lo que costó dar un paso. El centro se clausuró en febrero del año pasado”, denuncia Stern, en alusión a la dilación que presidió la búsqueda de soluciones.

Saad Malek Subeir, de 45 años, recuerda como un calvario la alarma social que se propagó entre los vecinos de Tolosa tras los actos incívicos de algunos de los usuarios del centro de acogida de urgencia, aquel tremebundo “almacén de chavales”. Hoy respira más tranquilo, de un modo inversamente proporcional al que lo hacen los vecinos de Eibar, que comienzan a ver las orejas al lobo. Siempre ocurre lo mismo, es la misma espiral. Se cierra un centro y se abre uno nuevo. “Se está trasladando el problema de un lugar a otro, y de este modo se va dejando la resolución en manos de la sociedad”, asegura Malek.

Este hombre, residente desde hace dos décadas en Tolosa, asegura que el amago de brote xenófobo que se vivió en el barrio errenteriarra de Iztieta, en el que una supuesta violación desencadenó una airada protesta vecinal que provocó un desencuentro sin precedentes en Euskadi, fue un lamentable episodio que “se podía haber registrado tranquilamente en Tolosa”. Si la sangre no llegó al río, asegura, fue porque la actividad que desempeña su asociación no se circunscribe a la mezquita sino que está más enraizada en la actividad diaria de la localidad.

Gracias a ello se pudieron calmar los ánimos. Fue una exitosa labor de mediación. “Recorríamos los comercios para tranquilizar a los vecinos, y en esas conversaciones nos dábamos cuenta de que no entendían realmente las condiciones y la situación que viven estos chavales”, refleja este hombre al frente de Jatorkin, asociación pro inmigrantes de mayoría magrebí.

Malek recela del interés real de las administraciones por abordar la raíz del problema, más pendientes, dice, de que se materialicen los acuerdos entre el Estado español y Marruecos para evitar tanto flujo migratorio. Entretanto, sigue haciendo falta “buscar alternativas, como educadores cualificados y empresas que trabajen con los chavales con un interés real y no meras ETT”.

Suscribe punto por punto sus reflexiones Rachil El Fadili, quien durante la última década ha recorrido como trabajador social buena parte de los centros habilitados para atender a los menores extranjeros no acompañados que recalan en el territorio. Siempre ha abandonado los proyectos antes de lo previsto. “En muchos no había un programa educativo y, en ocasiones, se les daba a los chavales todo lo que querían sin inculcarles el valor de lo que cuestan las cosas”, critica El Fadili, consciente de que Gipuzkoa se ha convertido para los menores en un lugar “donde te tratan como un rey”.

Para enderezar el rumbo, las asociaciones toman el asidero de la educación. “No se puede echar la culpa a los menores. No son más que eso, preadolescentes, y es preciso que el capitán sepa manejar el barco”, reflexiona este hombre, presidente de la Asociación Almaghrebia.

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