Empadronarse

La Razón, 16-01-2010

Una sabe que, si hace un ejercicio de lógica, acabará concluyendo que, efectivamente, lo normal es que si alguien no puede por ley ni residir ni trabajar en nuestro país, tampoco debería poder empadronarse; sin embargo una, como casi todos los españoles, conoce historias de inmigrantes tan terribles, que no puede dejar de angustiarse pensando que, sin ese empadronamiento y sin el arraigo correspondiente, muchas personas de bien jamás podrán ser «legales». Mohamed, por ejemplo, es un chico marroquí que llegó a España hace cuatro años y medio. Lo intentó infinitas veces hasta que, al final, en patera, consiguió arribar a la costa española. No hablaba ni una palabra de castellano, ni lo entendía, pero gracias a unos tíos que tenía en España y a su enorme disposición, logró el trabajo que tanto necesitaba. Durante esos cuatro años de vida en los que la suerte y su esfuerzo le premiaron con la confianza laboral de una familia española, Mohammed sufrió el calvario de vivir semioculto y siempre temiendo que le reclamaran los papeles y le deportaran a su país. Por fortuna eso no sucedió y, tras demostrar su arraigo en España gracias a haberse empadronado casi en el instante de su llegada, se convirtió en un ciudadano con los papeles en regla y una tranquilidad en la vida, que es su mayor patrimonio. Obviamente hay que controlar la inmigración. Y es posible que ésta sea una manera de hacerlo. Pero una siempre piensa a qué ser humano honrado y capaz se le privará, con tal medida, de esa, tal vez, su única oportunidad.

Texto en la fuente original
(Puede haber caducado)