Sin papeles

La Razón, 15-01-2010

Cuando la policía comenta a los políticos que en determinadas zonas la delincuencia, en su mayoría, tiene como protagonistas a inmigrantes, los políticos no quieren saber nada, miran para otro lado, cuando no lo niegan, para no ser tachados de racistas o xenófobos, una etiqueta maldita. El veto del alcalde de Vic al empadronamiento de los sin papeles, poniendo como excusa salvar la ciudad, es una llamada de atención hacia un problema latente y de compleja solución.
De nuevo se exige a los grandes partidos acometer conjuntamente una preocupación común con una patata caliente entre sus manos, donde nadie quiere ser menos solidario y progresista que el vecino. Del papeles para todos, por razones de solidaridad y humanitarias, se ha pasado a que la policía tuviera cupo de detenciones para proceder a su expulsión. Dejemos a los políticos que jueguen al gato y al ratón con una ley tan ambigua que permite que se queden y a la vez expulsarlos.
Pero ahora que tenemos la sensibilidad a flor de piel, con el terremoto en el paupérrimo Haití y, como seres humanos, ¿cómo debemos, desde la prosperidad de occidente, desde la opulencia del norte frente al sur, afrontar el hecho de que alguien que se muere de hambre y cuya esperanza de vida en su tierra no llega a cuarenta años, no pueda desplazarse libremente en busca de un futuro? Cuando en esos países, de los que nos llegan, se mueren de hambre mientras que nosotros tenemos como causa de mortalidad un exceso de alimentación y multiplicamos dietas y medicamentos para combatir las enfermedades que originan. Y damos donativos para atenderles cuando están lejos y les miramos de reojo cuando les tenemos en nuestras calles. Complicado problema, compleja solución.

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