REPORTAJE

La patrulla de la solidaridad

Una legión de voluntarios cubre en Jaén la atención pública a los inmigrantes

El País, GINÉS DONAIRE, 20-12-2009

Son las diez de la noche de un jueves de contrasentidos en Jaén. Las calles céntricas de la capital bullen de adolescentes, jóvenes universitarios y plantillas enteras de empresas que, con sus mejores trajes y una cartera entregada al consumismo, inundan los lugares de ocio en los tradicionales encuentros para celebrar la Navidad. Ajenos a ese jolgorio, en una angosta y recóndita calle del casco antiguo, decenas de inmigrantes, desorientados y exhaustos de tanto esfuerzo por sortear a la miseria que les persigue, se agolpan a las puertas del albergue habilitado por Cáritas en el antiguo convento de Santa Clara. Junto a ellos, un grupo de voluntarios se prepara para atenderlos, unos dentro del edificio y otros patrullando las calles en busca de personas sin un techo.

Son personas anónimas que se entregan durante varias horas a los temporeros que cada año ponen las sombras al paisaje olivarero de Jaén. Personas como José Enrique Solas, enfermero en un centro de salud; Francisco Javier Gómez o Francisco Manuel Calleja, jóvenes desempleados; las hermanas Amparo y Sheila Aguilar, que han acabado hace poco su jornada como dependientas; Pedro Palomeque, abogado; o Francisco Pacheco, un jubilado que se afana para que no les falten mantas a los usuarios de este albergue. Todos pertenecen a alguna cofradía de la capital. Otras noches les tocará el turno a voluntarios de Maristas, la Universidad, la HOAC o de alguna parroquia.

“Es un trabajo con una enorme carga emocional, son personas que muestran mucha gratitud por el simple hecho de tratarles como personas”, explica Ángel Ruiz, un funcionario que admite haber llorado en alguna ocasión por la marginación que sufren estos inmigrantes. “Son gente muy agradecida”, remarca Antonio Jiménez, un parado jiennense que ha dejado en casa a su esposa y sus cuatro hijos para echar una mano en el albergue. Esa noche, apenas duermen en él unas 40 personas, un tercio de la capacidad de este centro abierto a principios de mes como dispositivo de emergencia al saturarse el albergue municipal. Uno de ellos, Antoine Francis, de 60 años, el único francés en un grupo donde abundan los subsaharianos y magrebíes, lleva un mes en Jaén sin haber encontrado trabajo en la aceituna.

Aunque la presión migratoria en la capital ha descendido en los últimos días, las patrullas de los voluntarios de Cáritas encuentran a gente durmiendo en la calle. Unos se refugian junto a unos columpios del parque de La Alameda, otros en un pasaje de Navas de Tolosa y otros en la estación de autobuses. Pero sólo cuatro senegaleses acceden a irse al albergue de Cáritas; el resto prefiere seguir donde está, quizá para no tener que identificarse ante nadie. Con todo, José Enrique Solas cree que su labor “ha valido la pena”.

“La red pública de albergues no responde a una realidad social, ni su capacidad ni los tres días de estancia máxima son suficientes”, dice, apesadumbrado, Juan Carlos Escobedo, presidente de Cáritas Diocesana en Jaén, que despliega cada días más de 500 voluntarios por toda la provincia intentando suplir las lagunas de la atención institucional hacia los inmigrantes. El Foro Social es otra organización que se involucra en la atención a los inmigrantes que llegan a Jaén, aunque este año no se ha visto obligado a abrir su alojamiento de emergencia en la capital. “Hay menos tensiones que en años anteriores”, admite Alfredo Infantes.

No ocurre lo mismo en la comarca más oriental, en la Sierra de Segura, donde ha surgido por segundo año consecutivo una plataforma ciudadana para atender al centenar de inmigrantes que, según sus cálculos, están durmiendo en la calle en pueblos como Puente de Génave, La Puerta de Segura, Siles o Beas de Segura, y eso que las temperaturas nocturnas han rondado las últimas noches los cinco grados bajo cero. “Los ayuntamientos les pagan billetes de autobús a los inmigrantes, pero con eso sólo logran volcar la presión a otros pueblos vecinos”, critica José Laso, portavoz del colectivo Segura Solidaria, que forman unos 40 voluntarios, entre ellos agricultores, médicos, funcionarios y amas de casa.

Aunque el Gobierno andaluz sostiene que la red pública de albergues – con capacidad para 800 plazas – no ha rebasado el 85% de su capacidad en los últimos días, algunos de la veintena de centros de pueblos pequeños están desbordados. Ocurre, por ejemplo, en la Sierra de Segura, donde la campaña olivarera es más tardía y muchos inmigrantes se agolpan con la esperanza de encontrar un trabajo. Esta comarca soporta ahora la mayor presión migratoria de la provincia, donde los voluntarios estiman que hay unos 5.000 inmigrantes deambulando de pueblo en pueblo. La plataforma estudia incluso ocupar las instalaciones del hospital comarcal de Puente de Génave para protestar por la “pasividad” de las autoridades, tanto las locales como las provinciales.

La Cruz Roja es otra institución que se vuelca cada año en la atención a los temporeros. En Úbeda, uno de los puntos calientes, su vicepresidente es Antonio del Moral, un jubilado que tuvo que lidiar con el fenómeno migratorio en los 10 años en que fue concejal y ahora lo hace como un voluntario más. “Alguien tiene que atenderlos, lo que no puede ser es dejarlos a su suerte”, explica Del Moral mientras lamenta que el polideportivo municipal – abierto hace unos días como recurso de emergencia – tuviera que cerrar sus puertas este fin de semana para dar cabida a los conciertos ya programados. Otro contrasentido difícil de entender en este paisaje oleícola lleno de claroscuros.

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