ANÁLISIS: EL ACENTO

Pedagogía futbolística

El País, , 15-12-2009

La decimocuarta jornada de la Liga de fútbol ha despertado demonios de incivilidad. Al portero del Mallorca, Aouate, le llamaron “judío cabrón” algunos hinchas de Osasuna; el árbitro, puntilloso él, asegura que los insultos cesaron después de que el delegado de campo pidiera por megafonía que se acabaran tan repugnantes insultos. Aficionados del Barcelona simularon gruñidos simiescos dirigidos a Kameni, el portero del Español; sería aconsejable fotografiar a tan cultos espectadores aullando como monos y colgar la fotografía en Internet, para que se aprecie que en un campo de fútbol también hay animales, como en el zoo. Seguidores del Sporting de Gijón y del Sevilla se rompieron la cara antes del encuentro (una docena de heridos), una prueba suficiente de que el fútbol, tal como ellos lo entienden, une a los pueblos. En Valencia, un niño se dedicó a insultar a Iker Casillas, el portero del Real Madrid. Le decía “payaso”, “gitano” o “puta mona”, jaleado gozosamente por los espectadores de su entorno. Cuando Casillas le recriminó su actitud (“Ten más educación, que sólo tienes 10 años”) el niño se descolgó con un argumento que, junto a los insultos, debe de haber aprendido de sus mayores: “¡Vete allí a reñir a los Ultra Sur. Allí no tienes huevos!”.
El retrato no miente: el fútbol espuma racismo y violencia con la eficacia del procedimiento Ludovico de La naranja mecánica. Los padres del niño valenciano y sus educadores deberían comparecer en audiencia pública para explicar a sociólogos y antropólogos cómo se empieza desde la niñez por tildar de payaso y gitano (deletérea mezcla de desprecio y racismo) a un portero de fútbol, se continúa llamando judío cabrón a otro, se sigue a torta limpia con los hinchas rivales y se culmina una vida de ocio cultural en las gradas de un estadio aullando como un simio.

Toda una prometedora vida de vilezas cubierta por la tonta coartada de que el fútbol libera tensiones y a pesar de que las autoridades deportivas (europeas) exigen que el árbitro pare el partido cuando se oigan insultos racistas. Por desgracia, parece que las autoridades deportivas españolas consideran que el fútbol admite un porcentaje holgado de vandalismo y suciedad moral; y así se hacen cómplices de la mugre.

Texto en la fuente original
(Puede haber caducado)