WASHINGTON. Ni sus nombres ni sus rostros figuraron en las esquelas dedicadas a las víctimas de los atentados del 11 – S en las páginas de The New York Times.

De su existencia sólo han dejado constancia los engorrosos trámites a los que sus familiares se vieron sometidos, para tratar de recibir una compensación por cada uno de los 17 inmigrantes mexicanos, todos indocumentados, que perdieron la vida en los ataques contra las torres gemelas en Nueva York.

Aunque la cifra exacta de los mexicanos muertos en los atentados no se ha esclarecido, su memoria es evocada cada 11 – S en ese espacio todavía sin edificar de la Zona Cero. En memoria de los indocumentados olvidados, es la leyenda que aparece cada año, rodeada de flores blancas y velas votivas.

Su memoria se pierde y se difumina con la de las casi 3 mil víctimas del 11 de septiembre del 2001. Son víctimas colaterales que abonaron el nacimiento de la doctrina del ataque preventivo que acuñó la administración de George W. Bush.

Los topos

Apenas el pasado 11 de septiembre algunos integrantes del grupo de Los Topos consiguieron regresar a la zona cero de Nueva York. Casi una década después de la tragedia tuvimos la oportunidad de poder estar presentes con la representación del pueblo de México, aseguró Héctor El Chino Méndez, el hombre que llegó a los pocos días de ocurridos los ataques del 2001 para ayudar en las labores de desescombro y recuperación de cadáveres.

El nuestro fue el único equipo extranjero que tuvo la oportunidad de llevar a cabo actividades de búsqueda, dijo El Chino al recordar las difíciles circunstancias en las que el grupo de voluntarios mexicanos tuvo que trabajar en los días posteriores a los atentados terroristas en el corazón de Nueva York.

A diferencia de los equipos de rescate que participaron en las labores de recuperación de cadáveres, y que contaron con los presupuestos de emergencia autorizados por el Congreso, Los Topos mexicanos llegaron con lo puesto y con escasos recursos monetarios en el bolsillo. Su desembarco en el bajo Manhatan se produjo el 16 de septiembre y hasta el 3 de octubre estuvieron ahí, colaborando en una tarea que, casi una década más tarde ha sido reconocida por el gobierno de Estados Unidos.

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